Samuel
Nepomuceno Limón
Los
tiempos cambian, eso es innegable. Con esta expresión generalmente significamos
que las cosas de hoy no son como lo fueron ayer. Tales modificaciones se deben
a los múltiples pequeños avances en cuanto hace a las tecnologías, el comercio,
los gustos, las costumbres y, con ello, a las diversas cosas que en su conjunto
forman la cultura.
No es que la gente haya decidido cambiar. Una
transformación en algo, por pequeño que sea, arrastra consigo otras modificaciones.
Pongamos por caso las hojas de rasurar. De unas compuestas por una pequeña
lámina de dos lados paralelos rectos y los otros ondulados se ha llegado a artículos
que integran en un solo dispositivo el rastrillo y la navaja. Aquellas hojas
sueltas tenían que ser acopladas a un aparato con una especie de puertecitas
que, al cerrarse, capturaban la navaja y disponían la maquinilla para su empleo
en una de las rutinas cotidianas. Las pequeñas láminas, al sufrir un doblez
longitudinal a la mitad, quedaban divididas en dos, y eran empleadas también
por los chicos de la escuela como navajas para sacar punta al lápiz. Dichas
navajitas formaban parte del revoltillo de cosas, como la cuerda del trompo,
algunas canicas y otros objetos que eran guardados en los bolsillos delanteros
del pantalón. Algún día apareció un nuevo artículo para el rasurado, que
recibió amplia publicidad, y poco a poco decayó la producción de las antiguas
hojas para dar paso a la novedad. Con el tiempo dejaron de fabricarse y, con
ellas, los rastrillos con puertecitas. Al ya no ofrecer el comercio los
antiguos aparatos, los usuarios tuvieron que modificar la manera de realizar
una actividad distinta de aquella a la que se habían habituado. Ahí el cambio
tuvo su origen en la aparición de un nuevo producto de la tecnología.
Ejemplos como el anterior se han dado en
numerosos artículos: electrodomésticos, automóviles, aviones, cámaras
fotográficas, máquinas de escribir, plumas fuente, manera de tratar las
enfermedades, modos de efectuar pagos, artículos para el almacenamiento de
datos, maquinaria de las empresas, reglas de comercio, soportes de música
grabada, aparatos telefónicos, soportes para trasmitir o procesar textos,
artículos de belleza, formas de peinarse, trastos de cocina, modelos de calzado
y un corto et cetera. En general, la
acumulación de muchísimos cambios en productos de la tecnología termina por
generar la transformación en los hábitos de las personas.
Por otro lado, y con antelación a los
avances tecnológicos, los conocimientos científicos también han avanzado. La
cada vez mayor capacidad para incursionar más allá de lo que antes terminaba en
el mundo microscópico ha tenido repercusiones realmente espectaculares.
Los progresos de la ciencia y la tecnología dan
por resultado como lo hemos vivido frenéticamente en el último medio siglo,
cambios en la cultura y el conocimiento.
En las aulas, por ejemplo, en las clases de
matemáticas, los submúltiplos del metro no tienen su término en los milímetros.
Tres lugares decimales a la derecha del punto resultan hoy insuficientes para
expresar las nuevas magnitudes surgidas de los avances científicos. Se habla
ahora, hacia lo menor, de partes cada vez más pequeñas, identificadas por la
porción de la unidad que representan y un prefijo aplicable a las
denominaciones de ellas derivadas. Tenemos, así, décimo (deci), centésimo
(centi), milésimo (mili), millonésimo (micro), milmillonésimo (nano),
billonésimo (pico), milbillonésimo (femto), trillonésimo (atto),
miltrillonésimo (zepto), cuatrimillonésimo (yocto). En la otra dirección, ascendente, también
después de la unidad hay nombres y prefijos: decena (deca), centena (hecto),
millar (kilo), millón (mega), milmillón o millardo (giga), trillón (tera),
cuatrillón (peta), quintillón (exa), sextillón (zetta), septillón (yotta).
Tales denominaciones, en nuestro país, están regidas por la Norma Oficial
Mexicana (NOM).
Los efectos de los cambios culturales son los
más visibles si comparamos unos tiempos con otros. El mundo ya no es el mismo. El
mundo ya no puede ser el mismo. En las aulas hay más cosas que enseñar dado que
el cúmulo de información constantemente está incrementándose, y cada vez lo
hace a mayor velocidad. Las autoridades administrativas responsables de la
planeación de la educación se han visto acosadas por las presiones originadas
por los cambios producidos asimismo en el comercio internacional. Las reformas
educativas, las realmente referidas al qué enseñar, cómo enseñar desde tiempo
son diseñadas fuera de las fronteras nacionales. Nuestro país es miembro de una
poderosa organización comercial que agrupa a numerosas naciones. Tal asociación
conlleva diversos compromisos. Esa organización mide, con sus propios
estándares, los conocimientos logrados por los estudiantes de los países
miembros y dicta las modificaciones que han de ser efectuadas. Tales cambios
implican los aspectos laborales y los referentes a los contenidos, en lo que
respecta al ámbito educacional.
Los asuntos planteados por el mundo moderno que
demandan enseñanza son numerosos. Los avances en la ciencia y los progresos de
la tecnología han generado nuevos vocabularios. Si ya en los viejos tiempos las
palabras concernientes a las asignaturas del currículo tan sólo de la escuela
primaria eran abundantes, ahora el universo de vocablos es mucho mayor. Y como
educadores los docentes comprenden bien que atrás de cada vocablo se encuentra
un concepto. Lo anterior ha dado como resultado una recarga de los contenidos
de los programas de aprendizaje. Los profesores se ven abrumados por el empuje
que ejerce el tiempo sobre ellos. Los presupuestos están desfasados. El de
contenidos es bastante considerable. Los programas son ricos desde este punto
de vista. En cambio el presupuesto de tiempo resulta insuficiente. La presión desplegada
por el calendario de aplicación de los exámenes estandarizados establecidos por
la organización internacional a que nos referíamos provoca angustia en no pocos
profesores. El tiempo no les rinde. En cada curso quedan temas que no
alcanzaron tiempo para ser vistos en clase. Los muchachos arrojan bajos
resultados, pues los temas que sí fueron vistos recibieron un tratamiento
superficial. Los estudiantes muestran escaso rendimiento en los exámenes (los
importantes, los internacionales). La evaluación como proceso ha dado paso a la
mera aplicación de un cartabón para calificar. Todos deben aprender lo mismo.
No importan las diferencias socioeconómicas ni las culturales.
Como cada vez hay más cosas que aprender,
involuntariamente las aulas han terminado por tratar de ver un poquito de todo.
Todo es importante. Todo urge. Es necesario ahora saber de computación,
incursionar en el empleo y aprovechamiento de las tecnologías de la información
y la comunicación, apropiarse del discurso ecológico, hay que preparar a la
gente para que no permanezca al margen del progreso. Todo se ha vuelto
importante.
La ley física que afirma que dos cuerpos no
pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo en el espacio se cumple en el
ambiente de la enseñanza. Dos temas no pueden ser impartidos al mismo tiempo al
mismo grupo. Ahí también es aplicable el uso disyuntivo del conectivo lógico
‘o’. La presencia de uno excluye la presencia del otro. No los dos
simultáneamente. O uno u el otro. Los temas que hoy resultan relevantes, a su
vez, han hecho presión sobre los temas del pasado Hay que reconocer que los
nuevos se miran imponentes ante la aparente debilidad u obsolescencia de los
otros. En última instancia, los antiguos son débiles porque ya no cuentan con
defensores, al lado de los modernos, que arrastran impresionantes consensos.
Con el paso del tiempo paulatinamente los
conocimientos básicos, los verdaderamente fundamentales, han quedado de lado,
dejando su sitio a los que demandan ‘los retos del presente’. ¿Qué era lo
básico? Cosas simples. Aprender a saludar, despedirse, ceder el paso a los
ancianos, las mujeres y los niños, tomar su turno en las conversaciones,
caminar sin tropezar con las demás personas, pedir permiso para cruzar una
fila, evitar atravesarse entre quienes conversaban, ponerse de pie cuando
entrara una dama o un superior, ceder el asiento en el camión a mujeres y
ancianos… ¿Pero ESO se enseñaba en las escuelas? Pues sí, eran asuntos que se
enseñaban y se practicaban. Seguimos. Aprender a realizar con rapidez y sin
errores las seis (sí, seis) operaciones de la aritmética, a manejar con
propiedad el lenguaje, a conjugar los verbos en todos los tiempos, personas y
modos en las tres conjugaciones, escribir con claridad (caligrafía) y con
sentido gramatical, ejercitar la memoria con datos importantes de la historia y
la geografía, dibujar mapas, construir modelos en cartoncillo de los cuerpos geométricos,
respetar a los héroes, venerar los símbolos de la patria, hacer algo de
gimnasia en el cambio de una asignatura a otra, respetar horarios… Además había
actividades propias para cada sexo (eran escuelas de niños y de niñas, por
separado), como bordar, tejer, coser, manejar instrumentos de carpintería y,
para ambos, barrer, mover sillas sin hacer ruido, saber sentarse y ponerse de
pie… En fin, cosas simples que contribuían a formar el carácter, la
autodisciplina. Además, claro está, se veían los contenidos del currículo de
asignaturas, que no estaba saturado. ¿Se imagina usted si eso se hiciera ahora,
dónde quedaría lugar para atender las demandas de los tiempos actuales? En
aquel entonces sí había lugar para los asuntos más complejos. Ese lugar estaba
en la educación secundaria, el bachillerato y la educación superior. Podía así
reservarse la instrucción primaria para lo fundamental, lo formativo. En ese
conjunto se encontraban las raíces del comportamiento, de las habilidades del
cálculo, del lenguaje, la manera de tener acceso a mecanismos de la memoria
para ser utilizados en el razonamiento.
Devolver a la educación primaria su carácter
de básica parece ser una necesidad que debiera ser atendida. Probablemente
ahora otros conocimientos y comportamientos podrían ser considerados básicos,
pero ahí debiera estar lo elemental y la constante ejercitación de las
habilidades y actitudes que constituyen los cimientos, las primarias, las que
después serían transformadas en otras más complejas e interrelacionadas. En la
actualidad la escuela primaria es primaria, pero no básica. Es un muestrario de
todo.
Los tiempos modernos nos han arrastrado.
Atrás quedaron los buenos modales y las habilidades simples que se hallan en la
raíz de todo aprendizaje.
Creemos que algunas autoridades
administrativas de la educación se dan cuenta de la situación abordada en este
ensayo. Sólo que su autoridad es sumamente limitada. Queda anulada ante los
compromisos contraídos en el ámbito internacional.
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