Café con Javier Ortiz,
ése árbol de palabras
generoso
Enseñar a alguien es llevarlo de la mano de la conversación, hasta el borde mismo de la comprensión
.
Jorge Wagensberg
T
|
ener
amistad con Javier Ortiz, no significa, como reza el proverbio chino, “comer
juntos un saco lleno de sal”, equivale a conversar animadamente, con un café de
por medio, con el mayor de los entusiasmos y como si se tratase de un
adolescente.
Javier
Ortiz es un gran conversador, lo cual no es poca cosa cuando pareciera que
vivimos en un mundo de ensimismados y zombis, es un gran conversador por una
razón fundamental: es un árbol de palabras, capaz de convertir en tema de
interés una triste pared de adobe o de
lograr que alguien que luzca la seriedad de un cara de caballo se desternille
de risa al oírlo hablar.
Parte
de lo que voy a decir se lo escuché o lo comenté con el maestro Javier en un café ¿Por qué en un
lugar como este? Tal vez porque siempre ha estado a favor de que el
conocimiento se desacralice y salga del claustro, es decir de las aulas, para
que se comparta, se discuta, se oxigene y circule.
En
una ocasión en que hablé con él sobre el azar y el destino, le comenté que a mí
este último me parecía una desgracia, es decir un fatum, en el sentido de fatalidad, al pensar que todo ya está
trazado, de ahí que yo prefiriera lo incierto y las minucias que en la vida nos
van sucediendo y que, gracias a éstas, nos posibilitan ir tomando algún
derrotero sin ningún plan preestablecido. Por supuesto que disintió de mí sobre el asunto del azar,
sin embargo discurrió, a mi parecer muy sartreanamente, sobre la importancia de
tomar las riendas de la propia vida, de que no hay nada preestablecido o hecho,
de que estamos condenados a la libertad querámoslo o no y por lo tanto, por así
decirlo, de que en cada acto nos jugamos la vida. De ahí que seamos siempre un
proyecto, es decir posibilidad, capaces de hacer historia y de modificar
nuestras circunstancias.
En tal sentido, siempre he pensado que a
Javier continúan entusiasmándole algunos planteamientos de Sartre y es
consecuente con ello; por ejemplo el dictum
sartreano: “La existencia precede a la esencia” es algo que, no es exagerado
decir, toma a pie juntillas; en virtud de que si no hay un fundamento que legisle sobre el mundo o la vida lo que nos
queda es la existencia y en ella, con todas las decisiones que vayamos tomando,
nos vamos construyendo o forjando un destino, es decir una historia. Amén a la
libertad o a sentirnos libres experimentamos la angustia la cual nos impela a
llenar de sentido la propia existencia y con ello negar con vehemencia todo
nihilismo.
Este
árbol de palabras llamado Javier, en cierta ocasión, y casi de paso, me sugirió
leer La Náusea, novela emblemática de
Sartre, la cual, entre otras cuestiones versa sobre cómo al protagonista,
Antoine Roquentin, se le revela la absurdidad de la vida, es decir su
contingencia y por lo tanto su ‘ser para sí’; situación que lo lleva a
confirmarse en cada acto, como lo expresa en el siguientes párrafo: “Cada
instante aparece para atraer los siguientes. Me aferro a cada instante con toda
el alma, sé que es único, irremplazable y sin embargo no movería un dedo para
impedir su aniquilación”. Asimismo, este
hecho inusitado o acto de revelación, me recordó a uno de los más hermosos
versos que he leído de Darío Jaramillo Agudelo: “Y cae el azul entero de cielo
sobre su alma”, suceso que si bien puede ser un mazazo en el cráneo es también
una apertura, un desasosiego, vida por vivir.
Este
gran conversador que es Javier, ha capoteado la vida sin cortapisas, vive
uncido a este mundo de tiempo completo, conoce de sus abismos y beatitudes, de
ver la realidad ‘monda y lironda’, de ahí que en más de una ocasión me haya
dicho con entusiasmo la sensación que le produce el espléndido arranque de Los días terrenales, novela de quien
probablemente sea su escritor mexicano predilecto, José Revueltas. El inicio de
dicha novela es este: “En el principio había sido el Caos, más de pronto aquel
lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo, la atroz vida humana”. He
aquí el hombre de nuevo, a merced de su propia valía, con el vértigo a cuestas
pero libérrimo por antonomasia. Sobre esto último, diré un dato que tal vez
tenga alguna importancia, el propio Revueltas ha señalado que le hubiese
gustado llamar a toda su obra, con excepción de sus cuentos, Los días terrenales, uno de los motivos
puede ser el siguiente: tener a la terracidad como única patria, patria en la
que Javier ha adquirido carta de ciudadanía.
Conversar
a menudo con el maestro Javier Ortiz, ha sido para mí uno de los
acontecimientos más gratos que he tenido, puesto que se está ante un
indiscutible historiador, cuya pasión por la filosofía de la historia es más
que evidente, pero también porque es un gran educador que generosamente
comparte un saber y te hace copartícipe del mismo sin ostentaciones u oropeles.
Es
un gran educador en virtud de que te alienta a que experimentes en carne propia
el gozo intelectual, el éxtasis del pensar; es un gran educador porque te
contagia para que busques y te atrevas a
andar y desandar tus propios derroteros intelectuales, porque te anima a
contradecirlo si la ocasión lo amerita. Es un educador a cabalidad porque sabe
llevar a la práctica el siguiente aforismo de Wagensber que alguna vez me
compartió: “Educar no es llenar, sino encender”.
Con
este hombre de palabra fácil que responde al nombre de Javier, he charlado de
los más disímiles tópicos: de su pasión por el futbol y su afición a prueba de
todo cataclismo por los Tiburones Rojos de Veracruz- lo cual es un acto de
osadía o aún de temeridad- (Borges ha dicho que habrá que inventar un juego en
el que nadie, coincido con él), he
platicado con Javier de su gusto por los antojitos de Altotonga, su terruño, a
los que le hemos hincado el diente en más de una ocasión, asimismo, me ha
comentado, sin la menor presunción, que tuvo la suerte de conocer a don Ermilo
Abreu Gómez, a José Revueltas, a Genaro Vázquez, a José Agustín, al maestro Gonzalo Aguirre
Beltrán y a un largo etcétera.
El
maestro Javier, como buen lector que es, me ha sugerido múltiples y variados
libros, que estoy leyendo o pienso leer, entre las que se encuentran: Introducción a la historia de Marc
Bloch, El Príncipe de Nicolás
Maquiavelo, Contra la corriente: Ensayos
sobre historias de las ideas de Isaiah Berlin, Homo ludens de Johan Huizinga, Cándido
de Voltaire, Gog de Giovanni
Papini, Estampida de Poemínimos de
Efraín Huerta, entre muchos más.
A
MENERA DE CIERRE: SI ME CONTRADIGO EXISTO
Una
vez Javier me dijo que había proscrito de su vocabulario la palabra compañero
porque le recordaba a las juventudes comunistas, en las que formó parte durante
sus años mozos, y no es que reniegue de esto si no que lo encuentra fuera de
lugar, por eso prefiere mejor la palabra amigo; de ahí que cuando timbra mi
celular y es Javier quien llama, casi invariablemente me dice: ‘Amigo, te
invito un café…’, sin embargo, y no sobra decirlo, continúa oficiando el
compañerismo sin restricciones, continúa poniendo en práctica el cum panis, es decir el ‘compartir el
pan’, que es lo que en sentido estricto significa la palabra compañero;
seguramente Javier lo tiene muy presente por eso comparte el pan, el saber y la
celebración por la vida con la mayor de las generosidades, con el mayor de los
apegos; lo anterior, por supuesto, quienes lo conocemos lo sabemos
sobradamente.
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