jueves, 12 de mayo de 2016

El impresionante Mundo Chino

INTERTEXTOS
El impresionante Mundo Chino
Juan Fernando Romero Fuentes
Occidente, que sigue casi sin saber lo que le debe al mundo chino.
Jacques Gernet

“Estamos todavía muy lejos de habernos dado cuenta y apreciado justamente todas las consecuencias del descubrimiento de China por parte de Europa a partir del siglo XVI. A fin de cuentas podría ser que hubiera contribuido en mucho mayor grado del que creemos a la formación del mundo moderno. Y es que, de hecho, tras, la época de la decadencia y humillación [por parte de Europa] que conoció el mundo chino, el interés apasionado que habían suscitado en el siglo XVIII las instituciones sociales y políticas, el pensamiento, las técnicas y las artes de China cayó en el olvido. Occidente se enorgulleció de unos rápidos progresos cuyo mérito se atribuyó exclusivamente a sí mismo. Pero es posible que algún día su expansión merezca un juicio más matizado”. (Las cursivas son propias).
Jacques Gernet (2007), El mundo chino, Barcelona, Editorial Crítica; una obra enciclopédica presentada en un solo volumen que resume un trabajo de muchos años basado en una fuente enorme de libros, revistas, periódicos y documentos en chino y en japonés. No se trata sólo de China, sino de Corea, Vietnam, Japón y todos los países del sureste de Asia, que forman parte de la misma comunidad de civilización. Explica Gernet que el mundo chino se desarrolló en el contexto histórico-geográfico de una muy extensa parte del continente eurasiático desde hace más de cuatro mil años. Lo nutren diversidad de pueblos y lenguas que producen la riqueza de su formación cultural y artística, la evolución constante de su economía, el amplio contraste de sus climas y de sus formas de vida, la demografía explosiva, la complejidad y transformación de su sociedad y su política.
Ante la abrumante evidencia empírica que presenta Gernet, nos podemos dar cuenta de que China no sólo no está atrasada con respecto a Occidente, sino que ha estado, y sigue estando, más “adelantada” que Occidente, excluyendo el paréntesis de las invasiones  occidentales  y la guerra civil (circa 1830-1949). Y si sigue estando, puede significar dos cosas: la primera que ello explicaría porque de forma tan rápida, en una sola generación, China se “modernizó” en los últimos treinta años; y la segunda, que lo que se está gestando en China en el inicio del siglo XXI revolucionará al mundo como un todo en las próximas décadas, muestras de lo cual ya tenemos unos ejemplos en el 2010-2020.
El libro está llena de sorpresas: “China […] contribuyó poderosamente a la formación del pensamiento político moderno y algunas de sus instituciones fundamentales se imitaron en Europa [en el siglo XVIII]”. “Toda la ciencia demográfica moderna […] fue sugerida por primera vez en China”. “La importancia concedida a la agricultura en la China de los Qing inspiró el pensamiento de los fisiócratas [1700] quienes introdujeron en Occidente la noción de ‘orden natural’.”
Y así, afirma Gernet, debemos más a China de lo que se nos enseña: allá se empezó a producir y multiplicar libros medio milenio antes de que Europa inventará la imprenta; lanzas incendiarias, bombas de humo, granadas explosivas, cohetes, la producción masiva de armas, la brújula marítima, el eficaz cultivo del arroz y el transporte fluvial; la cartografía basada desde el siglo III en un sistema de paralelos equidistantes norte-sur, lo que permitió que entre los siglos X y XV China fuera la mayor potencia marítima de la historia; la comercialización y la monetarización generalizada de la economía; las matemáticas, el pensamiento moral y político, la sociología, una filosofía de la historia que evoca a Vico y a Hegel, la crítica histórica y la crítica de los textos, desarrollado mucho antes que Europa. La producción de hierro fundido que en 1078 supera las 114,000 toneladas,  mientras que en la Inglaterra de 1788 sólo llegó a 68,000 toneladas (en esta época en Liguo, China, existen 3600 obreros). La pintura de paisaje que aparece en China más de un milenio antes de la que se desarrollara en Europa. Y para terminar esta apretadísima síntesis (que excluye muchos de los productos más famosos que China aportó al Occidente), “hasta el siglo XVIII se imprimieron más libros en China que en todo el resto del mundo. En ninguna otra civilización la tradición escrita […] tiene tanta importancia”.
Sólo que aún hay mucho más: “De hecho, las influencias de China no se limitaron a los campos del pensamiento político y social, de las instituciones y de las técnicas: es muy probable que hayan actuado sobre la formación del pensamiento científico moderno. […] el interés de Leibniz [en el pensamiento chino] estimuló quizá el desarrollo de la lógica matemática en Europa”. Y cita otros ejemplos de influencia china: magnetismo, noción de campo de fuerza, idea de los torbellinos corpusculares, idea de la propagación por ondas, lógica combinatoria,  concepción de una totalidad orgánica, y de la autorregulación de los organismos… , nociones todas ellas ausentes de la tradición occidental en el siglo XVII, precisa el autor.
Documenta Gernet el intercambio entre chinos y jesuitas, particularmente el de Leibniz, quien estudió a China por medio del intercambio epistolar con los eruditos frailes, y lo cita Gernet: “Veo que la mayoría de sus misioneros tiende a hablar con desprecio de los conocimientos de los chinos; sin embargo, dado que su lengua y su carácter, su forma de vida, sus artes y manufacturas e incluso sus juegos difieren de los nuestros como si de gentes de otros planetas se tratara, es imposible […] que no nos aporten unas luces considerables, y en mi opinión mucho más útiles que el conocimiento de los griegos y romanos a los que se entregan tantos sabios”. La hipótesis del sinólogo Joseph Needham resumida por Gernet, es que Leibniz, el sinófilo, está en un extremo de la cadena que conduce a los conocimientos más recientes [1990] del pensamiento científico.
Y del lado chino, el “espíritu curioso y abierto” de Kangsi, quien se interesó por la pintura, la arquitectura y la mecánica occidentales. Es a petición suya que el padre jesuita Antoine Thomas fija la longitud del li en función del meridiano terrestre en 1702, o sea, 90 años de la definición del metro en Francia.   
Jacques Gernet  escribe: “todo aquello que está lejano parece simple” y pasa a describir la complejidad que está atrás de los grandes acontecimientos de la historia china, así mismo ubica las múltiples relaciones de la geografía con la historia, es decir, sigue –sin señalarlo explícitamente- la historiografía de la Escuela de los Annales, y deja a un lado la tradicional historia política, como la de Fairbank en China, una nueva historia. Además, como auxilio para sus lectores, incluye reflexiones introductorias y conclusiones en cada capítulo que resumen y añaden reflexiones sobre cada período indicado, y que, siguiendo a Collingwood, desarrollan una posible -aunque breve- idea de la historia, pero sin llegar a grandes generalizaciones como las arriba expresadas por este comentarista.      
Este trabajo de investigación historiográfica, socioeconómica, cultural, literaria, política, abarca más de cuatro mil años y el grado de detalle para un no-oriental, es apabullante por la cantidad de onomásticos y toponímicos que nos suenan no sólo extraños, sino por completo ajenos, a pesar del esfuerzo de Gernet de tratar de “comparar” grandes períodos históricos con los de la historia occidental. Y quizá por la única razón, ideada para tratar de hacerlo más parecido posible y por lo tanto asimilable a las mentes eurocentradas de sus posibles lectores. Si la Historia Universal que se nos enseña en las escuelas de todo Occidente de pronto cae y resulta que no es para nada “Universal” sino que es sólo es la de una pequeña parte de nuestro planeta, puede causar desde luego asombro, pero también rechazo inmediato. Un historiador profesional podría estar de acuerdo o no con él, con mejores argumentos que los míos, de aprendiz historiográfico. Como se pregunta Le Goff, ¿es necesario cortar la historia en rebanadas?     
Gernet aspira de manera explícita a contemplar una “solidaridad civilizatoria” y la idea le entusiasma sobre manera, por ejemplo, cuando aprecia lo que para él es una evidencia de la influencia helenística en la construcción de las estatuas budistas a lo largo de la ruta de la seda  en los siglos previos a nuestra era: “constituyeron una de las pruebas más hermosas de la unidad de nuestro pasado [común]”, y también en los vasos comunicantes del Siglo XVIII, dónde hubo un fuerte intercambio de luces entre la intelectualidad de Europa y la de China.
Mientras que otros sínólogos franceses como Francois Jullien y Marcel Granet admiten que no es posible comparar el pensamiento occidental con el oriental en nociones como la religión y la filosofía, Gernet desarrolla como posible símil con el de Occidente el de las religiones (aunque reconoce sobre los chinos que “sorprende por su evidencia, la implantación de un racionalismo práctico basado en la experiencia, la experimentación de los inventos, las ideas, las teorías”), e insiste en buscar puntos de contacto entre las civilizaciones, por lo que equipara al budismo con el cristianismo, sobre todo en la fase de expansión del primero en China (siglos V al IX), aunque admite que la idea de Dios para los chinos no es de ninguna manera similar al de las religiones occidentales.
La larga y compleja historia de China resumida en 598 páginas no puede ser glosada en un artículo periodístico; no obstante lo que se desea es que el lector se llegue a interesar en Jacques Gernet y en el conocimiento de China, un mundo muy diferente del nuestro, que sin, embargo, nos es casi totalmente desconocido a pesar de la importancia que tiene en nuestra propia conformación como naciones y como individuos.

Xalapa, Ver 1° de mayo del 2016, Año del Intercambio Cultural China- America Latina y el Caribe ,

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