Mi tratado
sobre el acto de preguntar
y responder
(Un
reconocimiento
a Javier
Ortiz Aguilar)
Juan Francisco Gaspar Velazco
El hombre que en
afán de buscar respuestas a sus preguntas, propias de todo ser, se dirige a la filosofía con interés de ver en ella el rumbo de las preguntas planteadas. En esa búsqueda el hombre encontrará otros caminos, huellas de otros
que han preguntado en ese andar; por lo que nos encontramos con dos espíritus:
el de la pregunta y el de la respuesta. El choque con estas dos sendas, permite señalar que en la vereda filosófica, las preguntas encontradas y las respuesta halladas forman un interesante paisaje que describe al hombre como un ser inquieto y preocupado de su
esencia y existencia.
Las preguntas y las respuestas que hizo, hace y se hará, se
dio, se da y se dará, no tienen la necesidad
de ser exclusivas a una
corriente, a un marco
epistemológico, o a un dogma específico.
En sentido creativo, lo trascendente
de la pregunta y la respuesta
está en escaparse de las
referencias, la generalidad de una pregunta
se sostiene en tres direcciones.
La primera es que la
pregunta rebase a las respuestas
comunes, que rompa el marco
existente; la segunda cabe en
la acción de provocar la discusión que genera el debate, de
construir un conocimiento que despliegue nueva energía al saber. La tercera es de crucial atención, aquí la pregunta es violenta, fuerte,
retadora, es la que se hace para luchar
contra el dogma, contra las mentes obtusas, esta forma de preguntar es la propia
de la mayéutica socrática, es la que
ha de permitir que los ignorantes den la luz
conocimiento por primera vez.
Se dijo en líneas
anteriores que la pregunta y la
respuesta son fuente de la inquietud del
hombre. Es el momento de tratar el
punto de la respuesta; en primera instancia hay que plantear un principio fundamental, la
respuesta es temporal, humanamente cambiante.
La respuesta es consecuencia de
la historia y del referente ideológico, por lo tanto
la respuesta tendrá sentidos y
trincheras; estas serán la religión, la
cultura, la ciencia o las
disciplinas en su conjunto. Bien, la
respuesta no debe entenderse como la
solución de dudas,
sino como un andamio o punto espacial y temporalmente humano, lo que implica que no hay una
respuesta, sino un conjunto de ellas que
describen a un periodo, a una época, a un
marco ideológico.
En este orden de
ideas cabe aclarar que respuesta no tiene como sinónimo la
palabra resolución, esta es únicamente utilizable en el ámbito escolar,
didáctico. La respuesta es un elemento
de la inquietud, es una manera de inteligir el mundo, el cosmos, la realidad, Dios, la naturaleza, el
hombre. La respuesta no es actividad de
memoria, es acción de espíritu: Hegel en Lecciones de Historia Universal, habla del espíritu de la época que se
entiende como las preocupaciones que mueven a la sociedad para buscar un
cambio o evolucionar. En este
sentido la inquietud es vista como el
espíritu original, el que genera más respuestas y así, de manera
dialéctica un conjunto de respuestas
serán las características que permitirán
describir el ámbito evolutivo de una
sociedad.
La respuesta, venida desde el espíritu corresponde a la necesidad de
interpretar el entorno, de descifrar
la problemática de la
existencia humana. La dinámica de responder a
las preguntas del momento
histórico, es fenómeno de la conciencia inquieta, es la expresión que
demuestra estar viviendo en el tiempo y estar
conociéndose a sí mismo y reinterpretándose; las que a la vez son
exigencias para la sobrevivencia del
hombre. En este tenor se puede advertir que todo aquel individuo que no pregunte o
que no responda posee un espíritu
inerte, pequeño o quizá es que aún no ha nacido.
Las respuestas que
se dan, deben ser tomadas con
responsabilidad, ser vistas como actos de
inteligencia, esto es la forma en la que
el intelecto dimensiona al mundo.
Este talante debe ser revisado, por razón de respuestas son colectivas,
son ideológicamente constituidas
e institucionalmente armadas. Culturalmente la respuesta es un fenómeno de abstracción, de consenso, de coerción o en términos
sociológicos, la respuesta es denominada como hecho social. Pero al mismo
tiempo, la respuesta corresponde a la
búsqueda del orden, de la armonía y
posteriormente aparecerá de nueva cuenta
la pregunta, la cual tendrá otras
respuestas generando así una nueva noción de orden y armonía, he aquí donde
encontramos el desarrollo del hombre y la sociedad.
El hombre preocupado
por las preguntas y las respuestas,
de antemano es un filósofo de oficio, goza de la inquietud intelectual y
el privilegio del alma crítica, dos
requisitos del sabio, este tipo ideal
también pregunta y responde. Pero su ejercicio es entender el marco teórico y el contexto de las dos
situaciones, su trabajo redunda en un
análisis de las épocas y sus ideas, de los hombres y sus principios, de las
instituciones y sus leyes, y de las
sociedades y sus referentes, de sus
pueblos y de sus dogmas.
Entre el compendio de preguntas y respuestas que encontramos en el devenir de
la humanidad, planteadas de diversas trincheras, se encuentra que las preguntas por el hombre
han sido la causa de muchas obras
desde los naturalistas, hasta los posmodernos
del ala revolucionaria. Pasando desde luego por distintas etapas que hicieron de la pregunta por el hombre, un debate que hoy día se
revisa para asirse al
concepto que surge de la pregunta. Leer
liga a las respuestas con el
entorno del lector. Un cristiano que lea en Nietzsche la pregunta del loco a los hombres: ¿Dónde
está Dios? Y encuentre que los allí
reunidos responden: “Dios ha
muerto y nosotros lo hemos matado” el cristiano
asumirá un ateísmo, otro lector desde otra corriente como Martin Heidegger leerá en ese mismo texto la muerte del sentido y el significado. Por lo dicho: el intelectual, el filósofo, el científico
escudriña en la ideas que originan preguntas,
que constituyen respuestas y
edifican marcos teóricos que descifran, interpretan y entienden el
mundo.
En el afán de
preguntar, en la inquietud de
responder, he escuchado de un hombre
venido desde un lugar de clima frío, llamado Altotonga. Se dice de él que desde su temprana juventud lo
caracterizó el alma de la inquietud,
esto se denotó desde sus primeros pasos en el colegio Preparatorio de Xalapa,
posteriormente cuando dio pasos veloces
por Pedagogía; luego cuando ingresó a la facultad de Historia, la que concluyó
satisfactoriamente. Pero curiosamente
fue a dar a las entrañas de la
Filosofía, y ese camino andado ha permitido
la existencia de un hombre que en
sus preguntas y en sus respuestas note
que en incontables ocasiones ha
sido interpelado, por la duda y la
insatisfacción de las respuestas que le han
querido imponer.
Javier Ortiz ha vivido
una época donde se
emplazaron a discusión los referentes de
la modernidad, en especial a aquellos
que en el siglo XIX fueron
tomados como punta de lanza; los cuales fueron
el Progreso y el Estado Nacional. Al tiempo que se revisaron
estos ejes modernos aparecía en Occidente una escuela denominada Escuela Crítica de Frankfurt. Esta nueva perspectiva de interpretación social, le permitió a Javier
preguntar por el Marxismo, no solo como una corriente política, sino como una teoría que presenta de manera clara las fallas del modelo capitalista. En lo
referente a la generación de pobreza y en la concentración de la
riqueza la relectura al marxismo le permite a Javier preguntar por las condiciones de su país, por ese medio
de urbanización, de modernización
burocrática, del surgimiento de grupos sociales anti sistémicos, del
México terrorífico y el México
presidencialista. Al preguntar sobre
estos tópicos desde la perspectiva
“Javieromarxista” fue necesario para nuestro personaje revisar
los temas de México desde la práctica
y la militancia radical, es
decir, siendo un miembro activo y consciente,
integrándose tanto a una lucha
estudiantil como a una campesina, o integrándose al partido comunista para
desde esos andamios
presentar proyectos de cambio.
Javier en actuar como hombre de vida práctica y
militante de sus ideas, no se ha
cansado de preguntar y responder en función
de los problemas de su época; la cual
está marcada por el constante cambio y a
pesar de la velocidad, Javier ha sabido interpretar y responder a los enigmas que el entorno le presenta. En este
escenario, condicionado por el pensamiento posmoderno y por lo
altamente atrayente de las ideas
nihilistas y correlacionando con la
muerte del sujeto, Javier ha enfrentado
esas novedades revisando el pasado y con especial afán ha reestructurado
aquellos apartados a los que la posmodernidad ha descalificado.
En esa actividad intelectual
Ortiz ha ido a la Filosofía,
inquieto como una de sus características, le ha dedicado tiempo a la
Escolástica, la Metafísica, el Barroco, la Modernidad, la Lógica
y por supuesto al Marxismo. En esta indagación se ha encontrado con las posibilidades de un pensamiento activamente moderno, que
denuncie a la posmodernidad como un
pensamiento hegemónico e incluso
construido para socavar las aspiraciones de existencia de un ser autónomo y vital. Es
decir, el trabajo intelectual de este hombre no está reducido a una corriente,
su limitante es su creatividad y su
espíritu de búsqueda, con la misma
relevancia revisa a Löwit o a Hegel, que
a Heidegger o a Sartre; pero siempre leyendo y releyendo, preguntando,
preguntándose, respondiendo y respondiéndose, y esta labor la comparte con sus amigos a través de sus
espejos, ya sea en un café o en un aula
tomada por asalto, y en muchas otras
ocasiones por la calles de esta esquizofrénica ciudad de Xalapa; ya
sea con correligionarios de su disciplina o con un matemático, físico, economista o con
cualquier otro cuyo vínculo importante
sean las ganas de conversar.
En su devenir intelectual
Ortiz encontró un espacio en la docencia, en el nivel medio superior y
en el mundo universitario, tanto para generar nuevas amistades o como él lo
decía: “a mí me gusta mucho hablar y el profesor habla mucho, yo por eso,
decidí ser profesor para asegurar el poder hablar” y en esa
vocación de hablar los que
fuimos sus alumnos podemos decir que disfrutamos de sus charlas que la institución denomina
clases.
Javier en la docencia
ha construido, amén de grandes amistades, un legado de admiración. También imprimió una
indeleble huella que se evidencia al ver
que sus ex alumnos le buscan para
debatir, informarse, además de hacerse acompañar por él para brindar una cátedra a los alumnos
de los que fueron sus alumnos. Esto es muestra de la vitalidad y de reconocimiento a un hombre que no ha
perdido la energía para enseñar y aprender. Se le busca no solo por el respeto o la amistad, además,
se sabe que su presencia en espacios
educativos ayuda para que los estudiantes aprendan tanto de su experiencia como de sus
reflexiones; los jóvenes se acercan a él, le preguntan y
él no da respuestas cuadradas,
invita a la lectura y comparte sus comentarios siempre en un ámbito de libertad.
Javier como un ser inquieto, con preocupaciones filosóficas,
políticas, sociales, incluso religiosas,
en su actuar como profesor, su
interés no radica en enseñar lo que se
debía (“debe”) aprender, o construir nemotecnias para la resolución de un examen. Él se
dedica a suscitar la pregunta provocadora y a encontrar respuestas, las lecturas que
proporciona generan dudas más que
certezas, conducen a la reflexión y
como él expresa: “lean este texto háganlo desde su trinchera”, es decir, desde sus
planteamientos. En esta actividad las preguntas que se le hacían o se le hacen, no son respuestas cortas para aprender, son
juicios para motivar la indagación, la investigación. Por tal
hecho en el ámbito de la enseñanza, Javier
no ha sido un ser que dosificó, sino un hombre que profesa el saber y el conocimiento, y los divulga en el
diálogo firme pero nutrido en la discusión
sin concesiones, pero con respeto
y apertura. Sus preguntas no son vagas y sus respuestas nunca
impuestas, atendiendo a su espíritu, él
obsequia sus lecturas lo mismo que un
café; y sorbo tras sorbo y café tras café,
en servilletas o en libretas que luego
se extravían se dibujan esquemas y se escriben textos, fruto de una minuciosa revisión del tema,
que acompaña esa tarde de café, y
después de concluir esa charla para él y
para los que hemos estado con él, quedan
ganas de continuar con esa
conversación; pero al otro día seguramente
habrá una nueva pregunta, se comentará
una nueva lectura y habrá como siempre
una nueva discusión.
Javier Ortiz Aguilar
no se deja llamar mentor, mucho
menos maestro, comúnmente solo se le dice Javier; pero en esa sencilla palabra se encuentra la constitución de un sujeto
que pregunta y que responde. Que vive en su tiempo, que contemporiza el pasado y el futuro cuando dialoga con ellos
en sus lecturas y en sus charlas,
también está inmerso en él el
espíritu cosmopolita, porque como un buen hablante lo mismo dialoga con una mesera que un docto, con un joven que con un
viejo, con un niño que con un adulto y
en cualquiera que sea el escenario habrá
espacio para coincidir y para disentir; esto implica
que su legado no lo encontraremos
en los libros escritos por él, sino en
las experiencias que podrán narrar los que con él han tomado café y caminado por las calles
esquizofrénicas en la ciudad de Xalapa.
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