jueves, 12 de mayo de 2016

*LO QUE GUARDA UNA MEMORIA: LITERATURA, VIDA Y ESCRITURA


Por Lucio Gómez Pazos
En recuerdo imperecedero de la maestra Aurora Ruiz Vásquez
Es un lugar común que quien escribe, en más de una ocasión, se pregunte por las razones de este acto, varios escritores e intelectuales, desde diferentes perspectivas han dado cuenta de ello; así, por ejemplo, el maestro Pablo Latapí ha dicho “yo escribo para terminar de pensar”, García Márquez, en cambio, señalaba: “escribo para que mis amigos me quieran más”, a Kafka, la escritura le permitía “sacar el monstruo mundo que llevo dentro”. Hay quien escribe por necesidad, por una cuestión catártica, “porque no sé hacer otra cosa” sentenciaba Carlos Fuentes. Las razones son múltiples y variadas, como se puede advertir.
En Lo que guarda una memoria, la maestra Aurora Ruiz Vásquez, también se pregunta por lo antes señalado y en la introducción nos dice: “De mis lecturas surge la imperiosa necesidad de escribir una carta, un relato, un cuento, un diario, una crónica o incluso una poesía donde exprese mis ideas, reflexiones, emociones, recuerdos. Vivir, recordar y contar es mi propósito al escribir […] recordar lo vivido y contarlo de la mejor manera que sea posible, apoyada en mis lecturas”. Asimismo, me parece que hay un trinomio que sirve como eje articulador de todo lo expuesto en sus memorias: literatura, vida y escritura. Quienes la conocemos sabemos que lo primero lo encontramos cuando nos señala sus preferencias literarias. Lo segundo, nos lo dice no sólo en uno de los epígrafes que presenta al inicio de sus memorias, sino a lo largo de las mismas. De qué están hechas estas sino de vida vivida (y por qué no decir  soñada e imaginada, que finalmente forman parte también de la vida). Lo tercero, la escritura, lo advertimos cuando reflexiona sobre la importancia de ésta, como en la cita antes señalada, o, parafraseando a la autora, “se escribe para dejar un testimonio a las generaciones venideras de la época que me ha tacado vivir.”
Lo que guarda una memoria no sólo es una invitación a su lectura, sino también a establecer puentes, diálogos, con otras lecturas, con otros libros, (esto también es literatura, también es escritura) por ejemplo, cuando la maestra Aurora señala: “Me tocó nacer en una época de renovación cultural en la educación y en las artes, cuando José Vasconcelos, secretario de Educación Pública, se preocupó porque la educación básica se extendiera por todas las regiones del país por más alejadas que estuvieran, cuando Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros plasmaran sus reconocidas pinturas en edificios públicos”. Cuando leo esto no puedo dejar de evocar lo que el historiador Daniel Cosío Villegas ha dicho refiriéndose al vasconcelismo: “Entonces sí que hubo ambiente evangélico para enseñar a leer y escribir al prójimo; entonces sí que se sentía en el pecho y en el corazón de cada mexicano que la acción educadora era tan apremiante como saciar la sed o matar el hambre. Entonces comenzaron las grandes pinturas murales, monumentos que aspiraban a fijar por siglos las angustias del país, sus problemas y sus esperanzas. Entonces se sentía fe en el libro, y en el libro de calidad perenne […]” (citado por Pitol, 2006).
Hay vida, hay escritura, hay literatura en Lo que guarda una memoria, pondré algunos ejemplos: Cuando la tía Zenaida hablaba de la época de la Revolución, nos dice la autora: “un día entró a su casa en forma intempestiva un soldado que huía y angustiado le dijo: ‘mamita sálvame me quieren matar’. Ella estaba sentada, lo hizo que se agachar y con sus enaguas lo cubrió totalmente. Llegaron los perseguidores, registraron la casa: ‘Yo estoy inválida y no me puedo parar. Aquí no hay nadie, pueden registrar la casa, señaló la tía’. Los soldados que, por supuesto, no necesitan ningún permiso, revolotearon todo y se fueron. Así le salvó la vida a ese desdichado”. Si uno ha leído los espléndidos relatos de Nellie Campobello, que aparecen en su libro Cartucho, de inmediato los relaciona con este hecho. Hay vida, hay escritura, hay literatura en Lo que guarda una memoria, cuando la maestra Aurora nos habla de Guido Banda, (hasta el nombre de esta persona es literario) aquél estudiante peroteño cuyo padre tenía tantos hijos que para no tener problemas con los nombres de estos decidió ponérselos por orden alfabético: Ana, Beatriz, Camila Eva, Íñigo, Julieta y Leonila; esto bien podría llamarse realismo mágico. O el caso de Conchita Vásquez, madre de la autora, quien tenía una casa de huéspedes y había ocasiones en que: “según el cliente no les cobraba, primero observaba el estado de sus zapatos y decía: ‘esta persona, seguramente, no tiene con qué pagar, no hay que cobrarle.”
Desde luego, no es que la autora se haya propuesto literaturizar sus memorias, es más ella misma siempre ha sostenido el atenerse mejor al “dato real”, al “hecho tal como ocurrió” y nos lo demuestra en la mayoría de los casos; sin embargo en el proceso mismo de la escritura, por verídica que esta quiera parecer, hay un momento en que la imaginación creadora interviene, se cuela; pero de este hecho la maestra también está consciente y lo asume a sabiendas, como, por ejemplo, cuando se impresionó al visitar años más tarde la casa en que vivió de niña: “La encontré descuidada, sucia, fea. Es mejor la que guarda la fantasía y la memoria de los años de infancia”.
Finalmente, manifiesto mis más sincero reconocimiento a la maestra Aurora Ruiz Vásquez, por ofrecernos este valioso legado y reiterar, como ya lo he dicho en el prólogo de estas memorias, que leer esta obra es como tocar a una persona, a un ser, a un alma.










*Texto leído en la presentación de Lo que guarda una memoria obra de la maestra Aurora Ruiz Vásquez.






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