Gilberto Nieto Aguilar
Los adultos cuestionan la apatía y falta de interés
de los adolescentes en su educación, pero la escuela es un microcosmos que
refleja lo que sucede en la sociedad en la que viven. La cultura del mínimo
esfuerzo llega hasta las instituciones escolares proveniente de cuanto le rodea
y la adolescencia es la edad más propicia para que modele y reproduzca aquellas
actitudes que percibe a su alrededor.
Lo mismo ocurre con la violencia o acoso escolar,
denominados con el anglicismo “bullying”, que se ha incrementado por la
desintegración y nuevos roles de la familia, la violencia intrafamiliar, la
televisión, los videojuegos, la intercomunicatividad, el ambiente de
inseguridad que se percibe por todas partes, la permisividad en la crianza de
los hijos, la escasa reflexión sobre los valores familiares y sociales.
El “bullying” siempre ha existido en la casa, en el
barrio y en la escuela. Pero los niveles alcanzados en la actualidad y la
promoción de las redes sociales, lo han vuelto un tema preocupante y
escandaloso. La escuela, entonces, pareciera que deja de ser el lugar del
saber, del aprendizaje, de la preparación para la vida adulta y ciudadana, pasando
a ser el espejo de la sociedad desde un lugar sin competencias para la
convivencia ni respeto hacia los demás.
El mundo exterior a la institución escolar se
muestra confuso y desorientado, carente de expectativas altas a las que puedan
aspirar los niños y adolescentes. Sin embargo, en ese mundo más allá de los
muros de la escuela, interactúan padres, profesores y alumnos, con las fuerzas
del mercantilismo y los medios de información y comunicación. Es común ver la
desarticulación de expectativas entre padres, maestros y alumnos, que muchas
veces contribuye a desacreditar la autoridad y debilitar el rol formador de la
institución escolar.
Respecto al aprovechamiento escolar, se ha discutido
si un factor determinante para la buena educación es el monto presupuestal que
el gobierno federal destina a la educación, pero los muestreos internacionales
señalan que México está en niveles aceptables de inversión en materia
educativa. Lo que haría falta es revisar
a fondo cómo se distribuye ese presupuesto.
Otro de los elementos que se señalan como
determinantes para los malos resultados educativos de nuestros educandos es el
del tiempo insuficiente que pasan los niños en la escuela. El aumento a
doscientos días laborables no cambia el resultado, pues en España, por ejemplo,
y en otros países europeos como Finlandia, tienen un promedio de días de clase
menor al de México y sus logros educativos están a la vista.
Más que el tiempo que los niños pasan en la escuela,
es más importante lo que hacen durante el periodo de clase junto a sus
maestros, las actividades y estrategias que les aplican, los aprendizajes que
se logran, la calidad pedagógica del tiempo escolar. En lugar de más días de
clase, como medida popular, los padres deberían pensar en no evadir su responsabilidad,
en distribuir su tiempo y repensar el trato y cercanía con sus hijos. Nuestra
cultura jamás cambiará si no se piensa y actúa en estos dos sentidos
familia–escuela.
La escuela secundaria ha incrementado el número de
adolescentes cuyo único objetivo es alcanzar la nota de aprobado de la manera
que sea posible, sin esfuerzo, con diversión a costa de los más débiles de
carácter, sin alcanzar los aprendizajes esperados ni el desarrollo de las
competencias deseables. La relación maestro–alumno también ha cambiado y la
autoridad ya no se impone como antes, sino que se construye día a día por medio
del respeto, en un intercambio mutuo; lo que hace difícil, quizá por nuestra
idiosincrasia, establecer algunas formas de disciplina consensuada.
Los modelos que los jóvenes tienen a la mano para
copiar o tomar de ellos aspectos positivos, no son de lo mejor. Ahora quieren
dinero fácil y hacer lo que les venga en gana, sin esforzarse por cultivar una
profesión, aprender un oficio, emplearse o establecer un negocio de productos o
servicios, por ejemplo. Enderezar este estado de cosas es un gran reto para la
familia, la escuela y el gobierno.
En la escuela, la pedagogía y la didáctica intentan
entender y dar respuestas válidas para estos tiempos de cambios vertiginosos, a
través de diversas propuestas que pretenden aportar elementos para interpretar
la realidad general y la realidad particular de cada escuela. Las instituciones
escolares tienen sus propios tiempos y los procesos de transformación son
lentos, según se mueven las fuerzas y el arraigo de los paradigmas que
establecen las costumbres y usos cotidianos.
El trabajo colaborativo entre los docentes, con los
padres de familia, y las dinámicas que se integren con los alumnos para
construir un ambiente escolar desde el cual trabajar sobre el aprovechamiento,
los estilos de aprendizaje, las competencias, el comportamiento y los problemas
provocados por la violencia y el acoso escolar, tendrán que adaptarse a los
nuevos papeles que requieren tanto la reforma curricular (2011), las nuevas
relaciones laborales y de desempeño de la “reforma constitucional” y el marco
legal de la educación y del país.
Padres y maestros deben encontrar la manera de
atender a los adolescentes y ayudarlos a reflexionar críticamente respecto al
uso de su tiempo libre, el papel que el estudio juega en sus vidas y la
influencia que ambos ejercerán en lo futuro. Ningún tiempo es perdido si se
destina a escucharlos, y se piensa en la mejor respuesta y el tono más
persuasivo para llevarlos a comprender que se trata de sus vidas, de las
expectativas que pueden albergar para los años por venir.
Los padres y los maestros no pueden competir con la
tecnología que embriaga a los jóvenes y les aporta otro tipo de saberes a
través de Internet, las redes sociales, el chat, los celulares, la televisión y
la música que los aísla del mundo. Son cuestiones muy importantes para ellos.
Pero es inminente la exigencia de abrir espacios de diálogo, de comprensión, de
confianza para hablar de intereses, inquietudes y necesidades que deben ser
compartidas con los padres.
La apatía y falta de interés de los adolescentes en
su aprovechamiento escolar puede deberse a falta de motivación, la cual puede
tener muchos factores de origen en la propia familia. Me interesa destacar dos:
la autoestima y la resiliencia. La primera es un conjunto de percepciones,
pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de comportamiento
dirigidas hacia ellos mismos, hacia su manera de ser y de comportarse, hacia
los rasgos de su cuerpo y su carácter (José-Vicente Bonet, “Sé amigo de ti
mismo: manual de autoestima”, p. 18).
La resiliencia es la capacidad humana de asumir con
flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas (DRAE). Se define como
la aptitud de los sujetos para superar con sus propios recursos períodos de
dolor emocional y conflicto, comunes en cualquier etapa de la vida pero
trascendentales cuando se comienza a comprender el mundo, como es el caso de
los adolescentes. Ambas se retroalimentan entre sí, pero pueden tensionarse por
una autoestima muy baja.
La autoestima y la resiliencia se desarrollan y se
aprenden desde el hogar, y en la escuela pueden reflexionarse como procesos
conscientes. Toca a padres y maestros apoyar a los adolescentes a incorporarlas
en su manera de pensar y de sentir, ayudándolos a comprender que todos y cada
uno de ellos son capaces de lograr lo que se propongan siempre y cuando estén
dispuestos a esforzarse y trabajar para conseguir lo que desean.
Una serie de estudios conducidos por E. E. Werner
(1992) y por Norman Garmezy (1993), han dado cuenta de cuatro factores que se
observan comúnmente en los niños que, estando expuestos a situaciones adversas,
se comportan en forma resiliente. Uno apunta a las características del
temperamento que les permite manifestar una capacidad reflexiva y sentir
responsabilidad frente a otras personas.
El segundo es la capacidad de asimilar experiencias
e incorporarlas en su conducta. El tercero es la relación imperante en la
familia y el trato entre ellos, la ternura y preocupación por el bienestar de
los niños. En cuarto lugar están las fuentes de apoyo externo que pueden ser de
gran utilidad como el consejo de un profesor, un padre o madre sustitutos, las
instituciones de apoyo a la familia, la consulta a especialistas y algunos
otros agentes que ofrecen este tipo de auxilio.
Padres y maestros deben ayudarles a superar exitosamente esta etapa de
sus vidas.
gilnieto2012@gmail.com
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