jueves, 10 de julio de 2014

Voces



Ernesto Paz León

Fumo un cigarro más y me voy a dormir. ¿Cuántas veces he repetido eso antes? ¿Durante cuántas semanas?, -me digo al ver de reojo el reloj de pared-. Lleno nuevamente mi copa de ron y refresco de cola y continúo viendo el televisor con las piernas estiradas. Para mi es muy difícil, por tarde que sea, dejar de ver una película, aunque la haya visto cientos de veces. En ocasiones -y es frecuente- termino de ver la película y mi copa está casi llena de nuevo. Cambio de canal y enciendo otro cigarro. Ahora es un programa de noticias… después uno cultural. Esto se ha convertido ya en la norma de cada sábado para amanecer domingo. Mi esposa ya ni se aflige.
     De pronto la vida se vuelve así de monótona, nos vamos haciendo viejos y no nos percatamos en qué momento nuestros actos se convierten en una repetición de nuestros pensamientos, o al revés: en qué momento nuestros pensamientos se vuelven una repetición de nuestros actos. Lo cierto es que son ya las dos de la madrugada y me siento un poco mareado.
     -¡BORRACHO! -gritaría mi esposa desde su cama, si poseyera el don de la clarividencia, y si estuviera despierta aún a estas horas. De un tirón me bebo media copa más y se me ocurre escuchar algo de música:
     -Total, ¡encarrerado el ratón!
     Pienso en voz alta mientras coloco en el estéreo a Michael Franks. Me sirvo una cerveza bien fría y me recuesto en el sofá.
     -¡Ah, qué hueva! -vuelvo a decir.- y enciendo otro cigarro.
     Cuando se está a solas, la música tiene esa virtud. Como si fuera una llave encantada nos abre la puerta a otras dimensiones, nos lleva de la mano al pasado, a revivir recuerdos felices o bien; abre nuestros sentidos a la creatividad, permitiéndonos filosofar acerca de nuestra vida y del sentido o la razón “si es que la hay”, de estar aquí.
     -¡ASÍ FUERAS PARA TRABAJAR! -Me parece oír decir nuevamente a mi esposa, pero ¡no! Es solo mi conciencia. ¿Tengo acaso conciencia?
     Son las cuatro y media de la madrugada. Para entonces, aparte de filosofar, bailé en solitario escuchando música Disco de los  años ochentas y compuse un poema que en ese momento me pareció hermoso ¡espectacular! Sorprendido, descubro que me he zampado, más de tres cuartos de botella de ron y 6 latas de cerveza y aún estoy entero. Recorro con la mirada vidriosa el librero (“vidriosa” por el desvelo -aclaro- no por la peda) buscando algún título o autor para leer. Pero ya el cansancio me vence.
     -¡Son las cinco...! ¡En la torre!
     Me retiro con paso tambaleante a mi recámara dispuesto a echarme a dormir. Todavía a mis espaldas alcanzo escuchar:
 -¡FELICES SUEÑOS!
     Me quedo frío, ahora si lo escuché claro. Es la voz de un fantasma que a veces ronda en la casa. -¡CHINGA TU MADRE! -Le contesto enojado, pues sé que a ellos les disgusta que les mienten a su madre.    


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