jueves, 10 de julio de 2014

Los cimientos de la literatura veracruzana



Raúl Hernández Viveros


            Las etapas de la literatura veracruzana corresponden a partir de las crónicas de la conquista española. Fue cuando el descubrimiento del Nuevo Mundo trajo como consecuencia el trasplante y la imposición de una religión y el idioma de los conquistadores. A través de la llegada de misioneros que comenzaron el aprendizaje de algunos idiomas de los naturales de estas tierras  se recogieron las leyendas, usos y costumbres; rituales y procesos culturales que abarcaron el intento por destruir el pensamiento religioso de los indios mesoamericanos, y su memoria histórica.
            Eduardo Turrent Rozas, en el prefacio de su libro “Ayer”, 1951 expuso que: “El idioma castellano gana indiscutiblemente en galanura entre nosotros. El mexicano lo enriquece; sabe hacerlo i así lo reconoce la parte docta de España, le da un acento suave; de arrullo, de canto. No necesita para ello del estudio o rebuscamiento porque su dulzura en la expresión es algo innato que heredara de sus ancestros aborígenes. I lo enriquece con palabras que el nativo nos transmitiera i que usamos frecuentemente; con otras compuestas o derivadas del náhuatl, del totonaca i de los diversos dialectos que se hablan en México i con algunas más que en consorcio  con el idioma cervantino, han sido deformadas unas i formadas otras”
            Cayetano Rodríguez Beltrán en las páginas de su libro “Atrevimientos ¿Literarios?, imprenta la Reforma, 1924, informó que: “la novela moderna es realista, afiliada a la escuela especulativa de Positivismo e inspirada en estudios sociológicos de antropología honda y precisa; en ella, se estudian los fenómenos del espíritu, las necesidades de las costumbres, los productos de un medio ambiente viciado, para buscar la panacea que modifique ese mismo medio y cure el producto transformándolo… en la novela moderna no se vienen a analizar vicios de conformación ante una plancha de anfiteatro, ni enfermedades exóticas como la herencia, las costumbres, la asociación, el atavismo… ha de tener la observación del historiador, la profundidad del pintor…”
Gregorio López y Fuentes en su extraordinaria novela mexicana   “El indio”, profundizó en las bases y cimientos de nuestra nación. Con la fuerza expresiva de la escritura rescató pasajes terribles, y todavía presentes, en la situación de marginación que padecen los pueblos indígenas. Con la magistral descripción de las costumbres y tradiciones de los indios del norte veracruzano cumplió con rescatar personajes condenados a su destino de ostracismo. Además fomentó la introducción de modismos del habla regional que tuvo que acompañar en algunos de sus libros de vocabularios sobre palabras de nuestros indígenas. En su novela  “El indio”, planteó la nueva conquista y colonización de los indios del norte veracruzano. Desde la imagen de la tortura semejante a la de Cuauhtémoc para confesar el lugar del oro, también la destrucción de lugares sagrados antiguos, con la construcción de la  carretera, la escuela y la iglesia. Un libro lleno de secretos que gracias  a un trabajo casi etnográfico se llegan a conocer hasta los cultos secretos de algunos brujos que tienen el poder  de controlar a sus semejantes. Con su novela “Tierra”, Gregorio López y Fuentes prosiguieron con la recreación de  nuestra historia  al dedicarle un homenaje a Emiliano Zapata
Antonio García de León identificó que: “En los procesos mas sencillos, como un Auto de 1690 que habla ya de sones jarochos en el Rio Papaloapan, ligan a la música y los versos con la hechicería y la magia practicada por indios, negros y afromestizos. Después de la independencia,   lo jarocho perdió su carácter despectivo y se volvió un símbolo de identidad: de 1826 se llamo a Veracruz el “Puerto Jarocho”, y toda una literatura romántica, como la de don José María Esteva  idealizó a los batallones de jarochos (pardos y mulatos que eran vaqueros de oficio y que combatieron en las guerras insurgentes)…”        
Por su parte,  José Mancisidor en su narrativa describió fragmentos de la historia de México. igual que Gregorio López y Fuente, participó en la lucha contra las fuerzas armadas norteamericanas que invadieron el puerto de Veracruz en 1914. Desde  su obra “En la rosa de los vientos” recordó su participación al lado de Venustiano Carranza, en “Fronteras junto al mar” presentó imágenes de la ocupación norteamericana mencionada. Su libro de recuerdos “Se llamaba Catalina”, publicado por la Universidad Veracruzana, 1958, trazó la figura de su madre  durante el estadillo revolucionario. Respaldó la producción de la novela proletaria, con su obra “La ciudad roja”, que tuvo como tema central el movimiento inquilinario de Veracruz en 1922, fue publicada por “Integrales, ediciones revolucionarias”  y en 1995 apareció con prólogo de Sixto Rodríguez Hernández en la Colección  Rescate.

Lorenzo Turrent Rozas propuso  la creación de una literatura proletaria desde sus escritos elaborados en la capital veracruzana. Fue un apasionado crítico de la literatura de vanguardia, y editó en Ediciones Integrales, en 1932, el volumen “Hacia una literatura proletaria”. Hay que destacar que dicha editorial tuvo su sede en la capital veracruzana. Por lo cual resulta  notable el planteamiento de que: “La tendencia proletaria pudo haberse manifestado brillantemente en la novela de la Revolución Mexicana. Pero muestra novela revolucionaria es tan burguesa como la misma producción vanguardista. En Primer lugar, hay que anotar su falta de ideología, su inmensa desorientación, luego, este género literaria ha huido cobardemente de la realidad actual, que interesa analizar estudiar si  se quiere producir una obra honrada. Ha huido de esta realidad para refugiarse en el anecdotismo de la lucha revolucionaria”.
Jorge Carrión,1913-2005, quien, junto con Manuel Marcué Pardiñas, acompañó la fundación de la revista quincenal “Política”, que se publicó en México de mayo de 1960 a diciembre de 1967, fue uno de los primeros pensadores que analizaron la personalidad de los veracruzanos. En su libro “Mito y magia del mexicano”, 1952, descubrió que “el escritor veracruzano tiende a lo vernáculo y a lo anecdótico, reproduce el lenguaje ora porque este no tiene barreras,  no impone los dilatados senderos de la técnica ni opone las dificultades autocríticas de la estructura auténtica de la obra escrita. Vida inmediatamente vivida, paisaje fielmente reproducido, dialogo vernáculo, “picante y sabroso”, son las características culturales de la mayor parte de la producción  literaria veracruzana…” 
            La producción dramática tuvo su proceso de instalación basado en las tradiciones indígenas, por lo cual se adaptaron leyendas occidentales hacia el teatro religioso y la prosa en el siglo XVI. Representó una fiel copia e intentó por reproducir a los maestros del Siglo de Oro Español. El caso de Sor Juana Inés de la Cruz sorprendió a los lectores de aquellos años por plantear la adoración a los clásicos griegos y latinos, e impulsar el estudio de las lenguas indígenas.
            Después en la época de la Independencia brotó el proyecto por construir los pilares de un proyecto nacional que marcó definitivamente la aparición de un grupo de libres pensadores e intelectuales que intentaron abrir los espacios de la libertad creativa. Durante este lapso se fundaron periódicos, revistas y casa editoriales que fomentaron la crítica y la independencia hacia las normas religiosas. Fue el periodo de mayor libertad y crítica hacia los políticos liberales y conservadores.
            De esta manera  el periodo de la Independencia comprendió de 1808 a 1820. La república de 1821 a 1869. El nacionalismo de 1867 a 1894. La época moderna de 1894 a 1911. El siglo XX de 1910 a 1960. La historia del siglo XIX reflejó la narrativa done se describieron las formas de organización y la estructura de un proyecto de país frente al panorama mundial.
            Los intelectuales tuvieron la posibilidad de escribir la historia de México. Muchos escritores participaron en la elaboración de planes políticos, leyes, decretos, informes y discursos presidenciales. Por lo tanto se delinearon los periodos de la Independencia, el protagonismo de Santa Ana, las Leyes de Reforma, la intervención norteamericana, la república restaurada y el Porfiriato. Detrás de cada una de estas etapas, los intelectuales veracruzanos demostraron su capacidad crítica para haber participado dentro de las estructuras de poder. Toda esta efervescencia cultural mantuvo un constante diálogo con las máximas aportaciones de la cultura europea.
            Sin embargo, ante la falta de fuentes primarias en manuscritos documentos impresos,  folletos, panfletos, memorias, relaciones, periódicos y revistas antiguas, se recurrió a fuentes secundarias como obras generales, estudios monográficos, libros y artículos especializados. Pues en muchos casos, las primeras ediciones de obras desaparecieron, y nada más quedó la posibilidad de consultar guías bibliográficas y de archivos   en bibliotecas públicas.
            El poeta y narrador José de J. Núñez y Domínguez en su prólogo al libro “Escritores veracruzanos. Reseña geográfica-antológica”, de Juan Bartolo Hernández y Francisco R. Illescas, editado en 1945, advirtió: “Mostrar a un pueblo lo que posee en materia espiritual, lo que constituye el  indestructible tesoro de la inteligencia; poner ante sus ojos la herencia de gloria que lograron sus intelectuales de otros tiempos y que acrecientan los contemporáneos, es contribuir por modo eficaz y razonable a crear  en él un sentimiento de superioridad y emulación y asentar en su mente la convicción de su propio valer. Al mismo tiempo destacó que: “Veracruz en materia de letras puede ofrecer copiosísima y variada cosecha en estas actividades.”
            Todo tipo de investigación presenta alcances para visualizar las perspectivas exploratorias, correlaciónales, descriptivas y explicativas. Aunque en el presente trabajo se vincularon nada más una lista de breves comentarios sobre los principales autores veracruzanos. En el campo exploratorio se incluyeron algunos aspectos fundamentales de gustos y simpatías literarias, que se correlacionaron en la descripción de reflexiones y comentarios. 
            Dentro de este terreno se describieron obras que marcaron a los escritores que aportaron narrativas, obras de teatro, y poseía de un nivel de excelencia literaria. Estos escritores dejaron su impronta sobre la cima de las etapas esenciales en las letras de México. Constantemente abarcaron el panorama del pensamiento que acompaño los pasos hacia el cambio y la transformación de la vida nacional.
            Por supuesto se deben destacar los dos tomos de “La creación literaria en Veracruz”, que Miguel Bustos Cerecedo dejó como una rica fuente de información. También sobresale el trabajo de Luis Leal” El cuento veracruzano, porque realizó una revisión de nuestros mejores narradores.  Años más tarde, Mario Muñoz prosiguió dicha investigación literaria con su antología “Recuento de cuentos veracruzanos”, editado en 1985. Son indispensables las antologías de consulta: “La poesía veracruzana”, en colaboración de Ángel José Fernández, Universidad Veracruzana, Rescate, núm. 5, 1984, y “Veracruz, dos siglos de poesía XIX y XX”, con Ángel José Hernández, 2 tomos, CONACULTA, Letras de la República, 1992.
            Jaime Velázquez Arellano anotó en su artículo “Desorden histórico, el trato dado a la poesía mexicana”, sus comentarios sobre algunas antologías  poéticas y hasta memorias de congresos de poetas. La Revista “Cultura de VeracruZ” recogió su conferencia “Literatura contemporánea en Veracruz”, 2009, en algunas líneas reconoció que “El descuido de todos, y de los historiadores en primer lugar, hace que el siglo XX veracruzano sea difícil de conocer. Pero esto tiene menos importancia que la contundencia de la realidad: la práctica de la literatura fue poca todo el siglo XX, quizás igual que en todo el país, excepto en la capital de la república. Sabemos que en Veracruz la literatura vivió como pudo, todavía no descubrimos cómo volverlo un buen negocio”.
            Debido al breve espacio, en esta ocasión se planteó la selección de autores por orden cronológico, en una panorámica a  vuelo de pájaro de géneros literarios, autores y obras, que pueden  únicamente ser considerados como fragmentos de un trabajo de exploración. En realidad significa la síntesis de una guía que forma parte como capítulos de una “historia contemporánea de las letras veracruzanas”, que como lo señaló Rafael Delgado, el estado de Veracruz puede considerarse como “Benemérito de la literatura”.
            En 1876, José María Vigil, en su ensayo “Algunas consideraciones sobre la literatura mexicana”, advirtió sobre el hecho de que “cuando los españoles asentaron su imperio sobre las ruinas de las naciones indígenas, trayendo consigo su religión sus usos, sus costumbres y su idioma, fue imposible que éste se sustrajese a las nuevas condiciones en que se veían los que lo hablaron, tomando de las lenguas de los vencidos multitud de palabras necesarias que les eran desconocidas”.
            Todo lo anterior propuso el descubrimiento de mitos y leyendas, y el encuentro con palabras derivadas de los grupos indígenas que sobrevivieron a la conquista y al sincretismo frente a la dominación ideológica. No obstante, el alejamiento y separación con la “madre patria”, se mantuvo hasta a los albores de la Independencia, Reforma y cambios revolucionarios a partir de los inicios del Siglo XX.
            Fue en los años cincuenta cuando se planteó la revisión de las aportaciones literarias del tomo “Primavera y flor de la literatura hispanoamericana”, que prologó Luis Rosales. En dicho panorama sobresalieron los poetas veracruzanos Manuel Carpio (1791-1860) con su excelso poema “La anunciación”: “Pasarán esta  tierra y estos mares / podrá venirse abajo el firmamento, / pero ese rey en su inmutable acierto / verá pasar los siglos a millares”. De Salvador Díaz Mirón (1853-1928), como impulsor del modernismo, se incluyeron los poemas “A Gloria”, “Ejemplo”, “El fantasma” e “Idilio”.  Dentro de la literatura de imaginación: José María Roa Bárcenas con su relato “Lanchitas”, y por su poderío fantástico María Enriqueta Camarillo de Pereira con su extraordinario texto “La Línea divisora”.
            Pero casi un siglo antes, Rafael Delgado publicó la primera edición de “La calandria”, en la “Revista nacional de letras y ciencias”, y una imprenta de Orizaba de reimprimió con la limpieza de los expertos tipógrafos, en 1891. Desde luego nuestros escritores veracruzanos de aquellos años mantuvieron una constante lectura con sus colegas de otras partes del mundo. Por ejemplo se advirtió la influencia notable de Benito Pérez Galdós, al haber bautizado Rafael Delgado a Pluviosilla y a la ciudad verde en la región de Orizaba. Rafael Delgado fue redactor y colaborador de la “Revista Moderna”, en 1999, que ilustraba Julio Ruelas con sus dibujos provocativos sobre la muerte, magia, sexualidad, y seres satánicos.          
        También existió la profunda admiración por el romanticismo de Jorge Isaacs, con su novela “María”. En el cuento “Rigel”, dedicado al actor Enrique Guasp de Peris, Rafael Delgado dejó constancia de la inspiración de Voltaire y Boccacio. Con la fina ironía de un autor magistral logró la bendición para que su perro se fuera derecho al cielo. En el libro “Antología de la poesía en México”, 1946, Julio Jiménez Rueda incluyó a José Bernardo Couto (1803-1862) -con su formidable relato “La mulata de Córdoba y la historia de un peso”. Además apareció  José María Roa Bárcenas (1827-1908) con su cuento “El cuadro de Murillo”, y otro relato “El desertor” de Rafael Delgado (1853-1914), como importantes impulsores de la narrativa en México.


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