Antonio del Conde
“El Cuate”
Estas memorias a las que les he llamado “Memorias del dueño
del Yate Granma”, son un yo acuso no al país que me vio nacer, al fin al cabo
no nací en México es un acuso a la desmedida, a la globalizada (la parte del
globo que le toca a la republicana Mexicana) y exasperante corrupción Mexicana.
Me vi obligado a escribirlas en primer lugar por la sarta de
mentiras, aberraciones, omisiones e invenciones que se han escrito en torno a
un hecho histórico, tanto para Cuba como para México, como fue y es, el Yate Granma.
Además mi hija Susana, cubana me lo ha exigido durante años,
y hasta con amenazas, pero sobre todo las escribo para hacer constar la labor
de Fidel Castro (Alejandro) en la preparación y realización de la invasión
armada a Cuba desde México en el año de 1956 y utilizando para su traslado
desde Santiago de la Peña en Tuxpan, Veracruz, México, a Cuba, el Yate Granma.
Y haciéndose un pequeño relato sintetizado, aclaro que en
ese tiempo Cuba era gobernada por una dictadura asesina, los crímenes que se cometían
eran incontables y que además se había apoderado del poder a traves de un golpe
de estado, siendo fuertemente apoyada en todos los sentidos (militar y
económicamente) por el gobierno y el pueblo de los Estados Unidos de Norte América,
ya que la ciudad de la Habana se había convertido en el burdel con vista al mar
de los norteamericanos, en donde los vicios, (drogas, juego prostitución y
corrupción en general) y la discriminación, campeaban por sus fueros.
En la Habana como en toda Cuba las violaciones a mujeres y
hombres eran cosa de todos los días. La policía y el ejército con los rurales
(guardia civil) ejercían un poder absoluto sobre la población, asesinando
inmisericordiosamente a opositores o simplemente sospechosos al gobierno
dictatorial.
Las compañías extranjeras (teléfonos, luz, bancos,
ingenios-centrales azucareros, etc.), los alquileres con costos altísimos que
sólo la clase dominante usufructuaba, así como el costo de la vida eran sólo
para ricos. Había un señor que tenia en la ciudad de La Habana diez mil casas.
En la agricultura de monocultivo de caña de azúcar
únicamente imponía sus consecuencias y los trabajadores que sólo trabajaban
unos meses al año, cuatro o cinco, se veían obligados a vivir en los caminos
(guarda rayas), para luego también obligados, se refugiaran en el monte como
animales y como tales eran tratados, a lo que llamaban “tiempo muerto”.
La industria inexistente, así convenía a la clase dominante,
todo se importaba. El azúcar cubano tenia un precio mayor en el mercado mundial
a condición de que fuera liquidada en especia, en artículos de consumo, en su
mayoría suntuarios a precios prohibitivos para la gente del pueblo, además que
los excedentes serían para los ricos productores.
Era muy significativo como aberrante, ver como todos los
días en la mañana temprano llegaban a los muelles de la Habana dos vagones de
ferrocarril con todo lo necesario para su uso y consumo de las clases altas,
(automóviles, tv, refrigeradores, ropa, comida, etc.), en lugar de tractores y
comida para el pueblo, aunque difícilmente hubiera llegado al campo, no había
las vías de comunicación necesarias, sólo una carretera central a lo largo de
la isla, pero eso sí, en la ciudad de la Habana sobre todo, todas las
comodidades exageradas muchas veces para recibir mayormente al turismo
norteamericano.
En pocas palabras, he resumido contra lo que luchaba Fidel
Castro. Yo ignoraba todo eso en el momento de conocerlo, se puede pensar que la
falta de comunicaciones y la censura impuesta por la dictadura, no permitía
como es imaginable que esas nefastas noticias de las atrocidades a las que está
sometido el pueblo de Cuba, trascendieran. Además para mí fue sólo un cliente
que se presentó en mi negocio de armería que por cierto había heredado a mi
padre Antonio del Conde y del Conde (q.e.p.d.), ya hacía años, lo que me había
dado bastante experiencia en el ramo, como el trato e identificaciones de los
clientes.
A través de año y medio de colaborar estrechamente con Fidel
Castro, como lo relato en mis memorias, poco a poco me enteraba y también poco
a poco me fui integrando a la causa cubana, aceptándoseme como otro miembro del
grupo que comandaba Fidel Castro y por supuesto después de haber realizado
diversos trabajos para la causa de Fidel Castro, conocida por el movimiento “26 de Julio”.
Esa actitud mía me acarreó un sin número de dificultades, al
grado que mi propia familia me juzgó como un descastado, además clientes,
conocidos y muchos amigos, me desconocieron y retiraron no sólo el saludo y la
amistad, sino que me tildaron de comunista, sin embargo yo sentía a través de
Fidel que hacia lo que debía.
Abrí los ojos, de ser un niño bien que gozaba de todas las
comodidades: había nacido en New York.
De casi siete años llegué a la ciudad de México,
indudablemente que el cambio fue radical. El viaje en automóvil, por supuesto
que no había carretera por lo menos en México y en parte de US. La altura, la
comida, el idioma distinto no me permitía adaptarme. Peor, entré al Colegio
Americano dos años, en donde estaba bien y me adapté, pero no hablaba español.
Preocupado mi papá me inscribió al Colegio La Salle para
aprenderlo junto con el francés y ahí sin duda me integré al medio y dada mi
salud, que no era nada envidiable escogí el deporte, lo que me dio seguridad y me
ayudó a recobrar la salud, aunado a las cacerías y practicas de tiro a las que
siempre acompañé a mi papá, me hizo aficionarme a las armas.
Pertenecí al servicio militar obligatorio (conscriptos) en
donde después de tres años. (Sólo un año era obligatorio), obtuve el grado mas
alto en esa unidad de reserva, Capitán 2º la disciplina y los ejercicios militares me
habían motivado a continuar en los conscriptos. En ese tiempo me embarqué en el
Cañonero Querétaro, barco de factura española el que con no menos trabajo
navegaba, pero que hacía recordar una buena flota de la Marina de Guerra
Mexicana, también recuerdo al Guanajuato y otro más sólo que no me vienen a la
memoria los nombres.
El deporte, sobre todo el levantamiento de pesas y el manejo
de las armas no fueron una combinación ideal y dejando los estudios en los
primeros años de la universidad (UNAM), me fui al país del norte a estudiar
mecánica agrícola con el objeto de administrar un negocio de tractores de
granja que tenia mi papá y alejarme de las armas.
A mi regreso en un desafortunado accidente automovilístico
muere mi papá, obligándome a atender todos sus negocios que no eran pocos y por
supuesto que la armería me atrajo y prácticamente absorbió todas mis
actividades.
Y fue precisamente en la armería en donde se dio el cambio.
Un cambio radical en mi vida, convirtiéndome en una persona sensata dispuesta a
dar todo por un país, por un pueblo que aunque no mío me sentí parte de él, que
como todos los pueblos y como todos los hombres
del mundo merecen ser tratados como tales y por igual, todos somos hermanos,
hijos de Dios y herederos de su Gloria.
Pude ver los contrastes en mis propios vecinos, gente pobre,
“indígenas de calzón blanco y guaraches” (expresión usada en México) aprendí a
usar guaraches y muchas veces los tuve que regalar por que algún amigo no tenía
y aprendí a andar descalzo como muchos lo hacen.
Ayudaba a la gente pero no entendía el por qué sus
carencias, hasta que abrí los ojos y supe que regalando guaraches no se
resolvía nada, (-y dicen por ahí- fragmento de una canción mexicana), “no
regales pescado, enseña a pescar”, pero me entregué a la causa de Fidel y lo
entendí.
Fidel, entró a mi negocio solicitándome partes de fusiles no
le vendí nada, no me interesó venderle, sin embargo, si me di cuenta, pude ver,
sentir, fue algo que yo diría inexplicable, valga la expresión, que necesitaba
ayuda y yo en ese momento estaba en posibilidad de brindársela y el simplemente
aceptó mi ayuda, mis destino ligado a Cuba, estaba escrito. A partir de
entonces fue cuando nacieron “Las memorias del dueño del Granma”
No hay comentarios:
Publicar un comentario