Tamarhu-caheri
Alicia Soto Palomino
Apenas había salido de la escuela Normal y esperaba
que me asignaran una plaza en algún poblado
no muy alejado de la gran ciudad.
Logré que me enviaran a una comunidad
que se encontraba cerca de los límites de Tabasco y Veracruz, el lugar
se llamaba El Zapotal, no sé si ese nombre se lo dieron porque existían muchos
árboles de zapote o porque había demasiados sapos. Llegué a una casa de
campesinos, los cuales fueron muy amables conmigo, el señor se quedó viéndome a
los ojos y me dijo que mi cara le era conocida, que le recordaba a una de las
maestras que habían llegado a ese mismo sitio hace no mucho tiempo…
Eran tres maestras que vivían en una choza, no
tenían agua potable, debían acarrearla del río y almacenarla en un tanque, de
ahí la tomaban para hacer todos sus quehaceres.
Tampoco contaban con luz, tenían que alumbrarse con
velas y cuando corría un fuerte viento se quedaban a obscuras.
La vida en esa comunidad era muy apacible, por tal
motivo, las tres mujeres se sentían solas y aburridas. Una noche fueron
invitadas a un baile y debían caminar una gran distancia para llegar a la comunidad vecina. Decidieron
ir al baile, ponerse muy guapas, se vistieron de manera
elegante, luego se fueron caminando. Los rayos del sol alumbraban aún el
sendero y poco a poco la luz se fue extinguiendo. Llegaron en medio
del campo y una sensación extraña invadió sus cuerpos, un escalofríos recorría
su piel, un aire repentino comenzó a
soplar sobre sus cabezas, de pronto un
aullido les hizo detenerse, se fijaron hacia todos lados, no lograron ver nada,
nuevamente el aullido se escuchó y una de ellas buscó un palo, dijo que con eso
se protegerían, las otras dos mujeres se escondieron tras la que tenía el palo
y caminaron en fila. Afortunadamente el aullido ya no se volvió a escuchar. No
podían quedarse allí, la distancia hacia cualquier lugar era la misma, ya sea
que regresaran a su choza o que fueran a la fiesta, así que se dieron valor,
siguieron la ruta hacia la fiesta. A lo lejos vieron la figura de un hombre
montado en un corcel, se escuchaba el
trote del caballo, nuevamente
sintieron que un frío intenso les calaba los huesos, esperaron un
momento para ver si se acercaba ese hombre, de
repente tomó otra ruta y súbitamente desapareció. Era como si el aire se lo
hubiera llevado.
Siguieron caminando, el sendero se les hacía cada
vez más largo y pesado, era como si el
tiempo se hubiera detenido. No llevaban reloj, pero se guiaban por algunas
señales como las estrellas, los contornos de las montañas o algunos árboles que
conocían bien, pero a pesar de todo, sentían que el tiempo se había detenido y
que sus fuerzas se estaban agotando.
Sus pies ya no podían caminar más, tuvieron que
buscar unas rocas para sentarse, una vez
que las encontraron decidieron descansar unos minutos. Una de ellas dijo
que debían apresurarse, pues lo más
pesado de la noche se acercaba, además
lo mejor de la fiesta estaría por
empezar.
Le hicieron caso,
prosiguieron su camino. Para no sentir miedo comenzaron a cantar y sus
voces en un principio se escuchaban con una gran intensidad, luego
se fueron apagando, solamente les salía de las gargantas un rasguño de
voz, era como si algo les hubiera quitado
el sonido. Así sucedió con sus fuerzas, también se fueron debilitando,
sus pasos que eran rápidos, sonoros, cadenciosos se fueron haciendo lentos,
después imperceptibles…Llegó un momento en el que una ráfaga de luz iluminó sus
rostros y se vieron unas a otras, diferentes, irreconocibles, eran como
cadáveres que deambulaban por esos caminos.
No creían lo que estaban viendo, eran como seres
espectrales que se dejaban llevar por el viento…
Comenzaron a llorar a abrazarse unas a otras y sus
lágrimas mojaban la ropa que llevaban enredada en el pecho. Las lágrimas en vez
de limpiar sus rostros hicieron que se
tiñeran de color sombrío sus mejillas y perdieran el poco color que quedaba.
Se preguntaban ¿por qué les habían sucedido estas cosas? Una de ellas
recordó la advertencia que les hizo una anciana del pueblo: “No se te ocurra
salir de noche el 24 de junio, porque pasan cosas muy extrañas por estos
lugares… El tiempo se
detiene, las personas se van hacia otros confines y
a veces no regresan”. En ese justo
momento recordaron la fecha prohibida y vieron que era justamente la fecha en
la que no debían alejarse del pueblo,
era la fiesta de San Juan. Un llanto contenido quiso salir de sus adentros pero
no pudo, se quedó encerrado en sus entrañas.
Se miraron sin hablar, tomaron sus manos y cerraron
fuertemente los ojos, pensaron en sus seres queridos, en sus familias, sus
alumnos, los niños más pequeños de la comunidad y trataron de revivir los
momentos más hermosos de sus vidas.
Una de ellas, recordó el primer día de clases cuando
llegó a la comunidad y vio los rostros de los niños sonrientes, con sus ojos
negros gritaban que querían aprender
muchas cosas, como leer, escribir, contar, dibujar y que sin duda ella sería la
encargada de fincar en sus niños el amor por el estudio y ayudar a construir un
futuro mejor para esos pequeños soñadores.
Recuerda a Mirla, una pequeña de piel morena, pelo
negro chino, con una boca pequeña pero que platicaba como perico, cómo le costó
trabajo hacer que se callara y que solamente contestara lo que se le pedía. Lo
emocionante fue escucharla leer por primera vez, fue como haber encontrado un
tesoro.
También recuerda a Félix, que era el más tímido del
grupo y que no quería levantar la voz cuando se le pedía que contestara algo y
al terminar el curso era el más
participativo del salón e incluso se animó a decir la poesía del día de la
madre.
Otra de las compañeras recordaba a los niños más
grandes de la escuela y a sus padres, con quienes guardaba una comunicación
constante, pues los problemas de los adolescentes le interesaban mucho, sus
vidas eran como una novela que seguía de cerca y lo más importante que sabía
que sus consejos y opiniones les podían servir para evitar algunos problemas
futuros. Recuerda que gracias a su intervención Domitila, la pequeña hija de
don Pánfilo había logrado esquivarse de un enlace matrimonial no planeado.
La última de las compañeras no podía quitarse del
pensamiento la mirada enternecedora de su alumno, Miguel, chico de lento
aprendizaje, con el cual había entablado una comunicación especial, él era como
su arcángel, que le infundía ánimos, entusiasmo y cada noche preparaba lo mejor
posible sus clases, hacía cuadros, pinturas, mapas, juegos, para que él se
integrara de manera sencilla y eficaz con sus compañeros. En el tiempo dedicado
a la lectura, buscaba los cuentos más adecuados para integrarlos a la lección,
ensayaba las voces de los distintos personajes, los tonos, buscaba material
para hacer más accesible el contenido y cada día era una fiesta para sus
pequeños, los cuales añoraban sus clases… Eso era lo que más lamentaba, dejar a
sus niños y perderse de esa enorme sonrisa y de la chispa que salía de sus ojos
cada mañana que la recibían.
Ante lo desconocido, se aferraban a su mundo, a sus recuerdos, mientras una neblina intensa
las iba cubriendo. De repente una ráfaga
de luz y una nube las cubrieron por completo. Sin explicación desaparecieron,
por más que las buscaron al día siguiente no hallaron rastro alguno.
Algunos dicen que cuando aullan los perros, cerca
del Día de San Juan, ellas aparecen, pues viven en las cuevas que rodean el
lugar. Se han convertido en nahuales que vigilan las veredas del bosque y
cuidan a los niños que se dirigen a la escuela.
Yo apenas llegué a estas tierras y respeto sus
anécdotas tan valiosas. Precisamente hoy es 23 de junio, mañana es la fiesta
del pueblo vecino, si tengo suerte, escucharé
aullar a los perros y quizás
logre ver a las mujeres que salen de las cuevas para cuidar a los caminantes, o
a lo mejor me pierda con ellas y no regrese jamás a este paraje terrenal.
Sombras del camino
Tamarhu-caheri
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