Samuel
Nepomuceno Limón
Es
frecuente que el significado de unas palabras se relacione con el de otras. Hay
significados que guardan una relación horizontal entre sí, debido a su
semejanza, su diferencia o incluso oposición. Existen también los que engloban
a otros, con lo cual se presenta toda una ramificación que da lugar a salidas
laterales. Los significados verbales están compuestos por una idea o un
conjunto de ellas. Su contenido es abstracto, con límites inicialmente
imprecisos y que parecen hallarse siempre en movimiento. La significación
avanza, retrocede, se liga con otras, se depura, y con su enriquecimiento se
vuelve más compleja.
Los
significados tienen íntima relación con las experiencias y conocimientos de
quienes los comparten. Se derivan de una serie de convenciones en que se da un
tácito acuerdo sobre lo que va a entenderse por una palabra, un gesto o un
símbolo determinados. En lo referente a los nombres de los objetos o fenómenos,
antes incluso del establecimiento de convenios, queda el recurso de señalar
éstos o representarlos de alguna manera, sea a través de ademanes, movimientos
de manos y dedos o incluso un apresurado dibujo. Sustantivos y verbos son
posiblemente los más fáciles de representar con ademanes. Otras categorías
gramaticales ofrecen mayor dificultad, pero con frecuencia quien se expresa
echa mano de gestos y pantomimas, en otras palabras, del lenguaje corporal.
Alguna vez leíamos que algunos médicos de zonas rurales empleaban muñecos o
muñecas como ayuda para que los pacientes señalaran en ellos la parte donde
tienen la dolencia, y evitarles así la incomodidad de encontrarse en situación
de no saber dar nombres a la anatomía. En el aula, es del todo común emplear
láminas de gráficos, mapas, fotografías, imágenes dinámicas o fijas en pantalla
o hasta dibujos en el pizarrón para la mejor expresión de las ideas que están
siendo comunicadas a los escolares. Basta con observar de lejos a alguien
hablando por un teléfono móvil para darse cuenta de la importancia que tiene el
lenguaje corporal, empleado aun con personas que no pueden observar a quien se
encuentra emitiendo el mensaje.
Los
significados se van estandarizando gradualmente por su uso entre los hablantes.
Se da un emparejamiento de cada sustantivo, verbo y otras palabras con una o
más imágenes particulares. Con todo, en ocasiones no acude a la lengua el
vocablo que se corresponde de la manera más fiel con la idea que se intenta
expresar. Ello se debe, sobre todo, al desconocimiento, olvido momentáneo o
incluso la dificultad de los términos adecuados, como ocurre con la expresión
de las sensaciones. ¿Cómo expresar adecuadamente un dolor físico por medio de
palabras? ¿Cómo expresar uno moral? Nos vemos inclinados a utilizar símiles o
vocablos propios de una situación distinta que pudieran ser aplicables al caso
que nos es inmediato. Un dolor de parto sólo lo conoce quien lo ha sentido, y
entre sus pacientes se comparte una experiencia que con solamente nombrarla
saben a lo que se refiere.
Para
entendernos hemos de ser capaces de identificar las mismas cosas con los mismos
nombres. Asimismo, saber de qué otras maneras las conocen los demás y ser
capaces de aplicar unas y otras denominaciones a los objetos que nos son
comunes. Una persona es mejor conversadora según sea capaz de adaptarse al
vocabulario de aquellos con quienes interactúa. Hay ocasiones en que para darse
a entender la gente echa mano de símiles que funcionan como generadores de
nombres. Por ejemplo, la constelación de Orión recibe diversas denominaciones
según el sitio geográfico que corresponda a los hablantes. En algunos sitios de
nuestro país se le conoce como El Arado, en otros, como Las Tres Marías, y así.
Si alguien refiere a otra persona el arado que lo orientó en una noche
estrellada, y el interlocutor es de otra zona geográfica, probablemente no sepa
a qué se está refiriendo. Si el grado de confianza lo permite, habría
preguntas, y mediante explicaciones
podrían llegar al acuerdo de a qué se están refiriendo. En algunas historias de
ciencia ficción, los personajes extraterrestres que son interrogados sobre su
lugar de procedencia, responden, digamos, “De la constelación de El Cisne”.
¡Vaya, asunto resuelto! El Cisne es una configuración imaginaria asignada a un
grupo de estrellas tal como son contempladas desde la Tierra. Desde cualquier
otro sitio tendrá una composición visual distinta. Además, su nombre refiere un
cierto animal común en nuestro planeta que, dado la respuesta, es probable que
existan también en el astro de origen de los visitantes. Es obvio que ese
aparente grupo, el constelado, está visualmente conformado por estrellas que se
encuentran en la misma dirección visual, pero que bien podrían estar
físicamente localizadas con varios años luz de distancia entre ellas. Es decir,
que realmente no forman un grupo. ¿Cómo va a poder referirse a él un visitante
de otra galaxia que según el cuento acababa de llegar a la Tierra? Para poner
disponer de referencias comunes haría falta contar con la misma perspectiva,
con la misma visión de los objetos o con una vista muy próxima. Sin tal
identificación entre la perspectiva y el nombre que tienen distintos
interlocutores no sería posible la plena comunicación, ni la cultura en
general. En la visión de la perspectiva tienen participación la experiencia
sensorial y la experiencia de acción, así como lo que se sabe acerca de los
objetos, los fenómenos y sus características. De ese modo, es factible una
comunicación apoyada en una concepción compartida de lo que la motiva.
La
didáctica, como conducción del aprendizaje, con las diversas actividades que
tienen lugar en el aula, busca la conformación de una plataforma conceptual
compartida entre los estudiantes que a la vez sea común a la empleada por
libros de texto y las explicaciones e informaciones proporcionadas por el
docente. Una plataforma amplia conllevada por todos, a la vez que cada uno se
la apropia, la transforma, enriquece y transmite de manera permanente en un
juego comunicativo con los demás. Todo ello tiene que ver con las palabras y
signos que empiezan a ser empleados por los estudiantes en las asignaturas que
cursan. Para que un símbolo signifique algo ha de haber una base conceptual o
empírica compartida, de entendimiento, entre quienes lo emplean. Sin ese
fundamento los símbolos quedarían huecos, sin sentido, sin mensaje. De ahí la
importancia de que el docente ofrezca a sus estudiantes el mayor número posible
de oportunidades para el logro de experiencias básicas y de construir en ellos
la información correspondiente. Como es sabido, las experiencias no son únicas,
sino que unas tienen lugar sobre las huellas que han dejado otras anteriores.
De un modo práctico diríamos que están en constante transformación. Pero
siempre hay una vez inicial, la que pudo haber tenido lugar en el hogar desde
la primera infancia. Es innegable que hay medios sociales más ricos en
estímulos que otros. De alguna manera, el aula funcionaría como una entidad
compensatoria, proporcionando la ocasión para que aquellas experiencias que no
se han tenido puedan ser realizadas ahora, en la medida de lo posible. Aunque
parezca increíble, en la capital del estado hace algunos años había aulas cuyos
niños nunca se habían subido a un transporte público, y la primera vez que lo
hacían, digamos, en una excursión escolar, sufrían mareos y malestares. Hay
quienes habitan en medios que ofrecen escasas ocasiones para reír, para estar
tranquilo, para sentirse seguro y confiado, circunstancias que son pertinentes
para una buena higiene mental. En esos casos, la experiencia profesional del
docente y la preparación recibida en la educación superior cursada serán las
mejores consejeras para que observe con atención y tome en consideración las
condiciones en que se desenvuelven los educandos a su cargo. Trabajar en el
aula es mucho más que la idea popular de transmitir conocimientos. Es un lugar
donde se tiene contacto con la cultura del país, se comparte y se disfruta. Es,
para decirlo en pocas palabras, un sitio en que se busca contribuir para que
los seres humanos sean cada vez más humanos. Todo eso tiene una base común en
los significados que se comparten. La comunicación requiere de un entendimiento
común. La educación participa en su construcción.
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