domingo, 7 de julio de 2013

Antonieta, la cara del ángel… su tragedia


 

Olga Fernández Alejandre*

 

“He esperado y contra esperanza espero” (fragmento carta de Antonieta).

 

      Tal vez muchas personas no conozcan, ni hayan oído hablar de Antonieta Rivas Mercado, una precursora del feminismo en México, pionera de la cultura moderna, el teatro, la música y el voto femenino. Dueña de una personalidad rica en matices, distinguida, elegante y culta, a su alrededor se han tejido varias fábulas envolviéndola en una dimensión mítica.

      Nació el 28 de abril de 1900 en la ciudad de México. Hija del matrimonio formado por el arquitecto Antonio Rivas Mercado y de Matilde Cristina Castellanos Haff, su nombre era María Antonieta Valeria Rivas Castellanos. Desde muy pequeña recibió una educación inmejorable. Ella se desenvolvió en un ambiente de lujo y refinamiento, ya que su padre era muy famoso. Entre sus obras más representativas está el monumento a la Columna de la Independencia, más conocida como “El Ángel”, sobre el paseo de la Reforma; el rostro de ella quedó inmortalizado en la cara del triunfo alado. Al estallar la revolución mexicana en 1910, su madre abandona el hogar para seguir en pos de un amante que se va a Francia; acaso este episodio hizo que se uniera más a su padre y se convirtiera a temprana edad en dueña y señora de su casa familiar. A los dieciocho años se casó con el inglés Albert Edward Blair. En 1918 nació su hijo Donald Antonio. Después de un tiempo se divorcian porque su marido estaba en la política, y no veía con buenos ojos su amistad con Diego Rivera. Fue una extraordinaria mecenas gracias a la fortuna que le legó su padre, además de una gran promotora cultural. Fundó el teatro Ulises, subvencionó el consejo para la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Carlos Chávez y patrocinó a jóvenes personajes llamados los Contemporáneos, entre los que se encontraban Salvador Novo, Javier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Celestino Goroztiza, el pintor Manuel Rodríguez Lozano y otros. Al conocer al pintor, un hombre de una belleza nada común, es de pensar que no se pudo sustraer a su seducción y quedara cautivada desde su primer encuentro.

      Sin embargo, el pintor admiraba mucho a Antonieta, pero el amor apasionado que ella sentía por él no podía ser correspondido debido a su homosexualidad. Aunque cabe decir que estuvo casado un tiempo con Carmen Mondragón (Nahuí Ollín). Hay que admitir que en su libro “Pensamiento y Pintura”, Rodríguez Lozano hace hincapié al decir: “Antonieta tiene una excepcional inteligencia, distinción y una enorme generosidad”. Por otra parte, ella no hacía caso a ningún consejo ni comentario. En una de las tantas cartas que mandaba a Manuel, juega con el verbo esperar: “He esperado y contra esperanza espero” (fragmento). Andrés Henestrosa relata en un guión cinematográfico sobre Antonieta: “Fue de amores intensos”.

      En la biografía que de ella, escribió Fabienne Bradu, destaca: “La homosexualidad del pintor manifiesta una total ceguera, protegida quizá por la profunda admiración que sentía por él”. Para 1928, toma parte activa en la campaña política del ex secretario de Educación José Vasconcelos. Jugó un papel importantísimo en su candidatura para presidente, donde puso su dinero y esfuerzo; por supuesto, fueron amantes. A raíz de su derrota en los comicios por un fraude escandaloso, con una gran depresión, se exilió en New York, donde conoció al poeta español Federico García Lorca. Igualmente lo acerca a sus afectos.

      Tal vez, de lo más sobresaliente de sus escritos sean ochenta y siete cartas, apuntes y notas que le mandaba al pintor. A tal grado que el escritor Isaac Rojas Rosillo reunió todos estos papeles en un libro, dividiéndolo en cuatro partes. A la primera la llamó “Acoso”, por la insistencia obsesiva al dirigirle éstas misivas. A la segunda parte le puso “Esperar contra toda esperanza”. Tituló “Imagen Política” a la tercera parte, escritas durante la campaña de José Vasconcelos. A la cuarta parte la etiquetó como “Estados Unidos”, en la que van incluidos cuatro cuentos y parte de una novela de su paso por New York. En uno de los mensajes a Manuel Rodríguez Lozano, el 17 de octubre de 1929, le pide: “Guarde usted estos papeles pavorosamente biográficos”. En todas ellas se refleja su personalidad y sentimientos. Dan fe de una bien cimentada cultura México-Europa y, a la vez, se constata la búsqueda dolorosa y constante del amor y lo amargo de su soledad, hasta llegar prácticamente a su muerte en 1931, al advertir que su vida estuvo bajo los influjos de buenos y muy malos momentos.

      De Nueva York parte hacia Francia llevándose a su hijo. Se va primero a Burdeos y luego a París; el desaliento la acompaña, sobretodo cuando le escribe a Vasconcelos exiliado también en Francia, invitándolo a verla. Él se muestra frío y distante. Arrastrando una de las mayores depresiones, tomó una terrible determinación. Le escribe a su amigo Arturo Pani, Cónsul de México en París, y le dice: “terminaré mirando a Jesús; frente a su imagen, crucificado…” (Fragmento). Con la desesperación pintada en el rostro, compra un trenecito para su hijo, dejándolo encargado con personas de su confianza. Probablemente todos estos sucesos la llevaron a un fin insólito e impactante.

      El 11 de febrero de 1931, maquillada y elegante como era su costumbre, se dirige a la catedral de Notre Dame; entra, se acomoda en una banca, de su bolso saca una pistola que anteriormente había sustraído de las pertenencias de José Vasconcelos. ¡Y de pronto… se pega un balazo en el corazón!, frente a la mirada incrédula de los feligreses que ahí se encontraban. Al abrir su bolso, la policía solo encontró quince francos. La catedral fue cerrada por obvias razones. Para la prensa solo ameritó un comentario: “Por problemas matrimoniales, la mexicana Antonia Rivas Mercado tuvo una perturbación mental que la orilló a tan desastroso fin”. Para la iglesia fue un acto sacrílego de esa mexicana medio loca al profanar con un acto de herejía el sacro recinto, ¡tanto!, que lo tuvieron que consagrar nuevamente.

      Fue sepultada el 16 de febrero de 1931, en el cementerio de Thiais, en un humilde ataúd de pino. Así, terminó la vida de una gran benefactora y sus esfuerzos en la difusión y fomento de la cultura y el arte en México.

      En la actualidad, comienza a ser reconocida por el empuje que tuvo al dar a conocer a jóvenes figuras de las letras mexicanas de ese entonces, al ofrecer el inicio a la innovación y el avance hacia el progreso de la erudición en nuestro país y su vehemente amor por México. El mito que de ella se ha creado quizá sea más fuerte a la verdad de su propia vida.

                                                                                                                                                      titama43@hotmail.com

                                                                                                                                                                     *colaboradora

 

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