Aurora Ruiz Vásquez
Hablar de los
cuentos contenidos en Agua quemada
(1981) del escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) es incursionar en una
pequeñísima parte de su vasta obra como novelista, ensayista y cuentista del
siglo XX. Dentro de las numerosas obras fuentianas tenemos: Aura, La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente, Tierra
nostra, Días enmascarados, Agua quemada, La gran novela latinoamericana (2011),
Cuentos completos en Fondo de Cultura (2013), y muchas más que le
permitieron ser galardonado con numerosos premios y en varias ocasiones
propuesto al premio Nobel de Literatura.
Agua
Quemada, es una obra de escasas 137 páginas que muestran la realidad hecha
cuento. Son cuatro los relatos: El día de las madres, Estos fueron los palacios,
Las mañanitas y el hijo de Andrés Aparicio. Un libro intertextual de trama
escalonada, es decir, que los relatos, aparentemente separados, están entrelazados
entre sí por los personajes: un viejo general nostálgico, Vicente Vergara, una
anciana desvalida atendiendo a un niño paralítico, doña Manuelita y un solterón
rico que no llega a comprender la pobreza. Se desarrolla un tema único, visto
desde diferentes ángulos para
sumergirse en la añoranza de una
grandeza de ayer arruinada, transformada en la ciudad de México moderna.
La
prosa se despliega en un lenguaje
emotivo y poético impregnado de
nostalgia, al recordar el México
de ayer y su destrucción. El ambiente es el valle de la ciudad de México, el altiplano en la época
de la colonia y la Revolución Mexicana.
En
el relato se percibe claramente el medio sociocultural de la región. Lo decente
es haber sido rico y descendiente de personajes históricos importantes. En
todos los cuentos se recorren las calles de la ciudad, los barrios pobres y el
cinturón de miseria. Se rememoran los viejos palacios, “balcones de fierro
labrado y muchos con vírgenes de piedra, construidos encima de la capital
azteca.” Se describen con detalle las calles del México moderno cundido de
comercios, de ruido y los altos edificios que no dejan contemplar el cielo. Con
lenguaje sencillo y ameno, también se documentan las costumbres, modos de
hablar, comportamientos aceptados de otros tiempos históricos, así como la
marcada división de las clases sociales en ricos y pobres. Todo es recuerdo de
lo perdido. En general, aflora la tragedia, el caos, el dolor, la tristeza,
escenas dramáticas, el sentimiento, el pesimismo, la pobreza y la añoranza.
Me llama la
atención cómo hábilmente se maneja el lenguaje vulgar del mexicano con sus
dichos y frases insultantes salpicado de picardías como corresponde a los
personajes, se comprende, pero pienso, sin llegar a la mojigatería, que
por desgracia, ese tipo de lenguaje es
el que se practica con naturalidad, sobre todo en la juventud, sin el menor
respeto y se extiende en la literatura moderna. Me pregunto, ¿es necesario e
indispensable? Además, sin hacer una crítica autorizada, percibo que la lectura
del libro transmite cierto pesimismo y añoranza. Opino que no hay que hundirse
en el pasado, tener fe y esperanza en el futuro, anhelar y contribuir al progreso y
adaptarse a los cambios con el ánimo de triunfar.
Habla
el abuelo, el viejo general Vicente Vergara, uno de los protagonistas, sobre la
Revolución Mexicana. Recuerda y cuenta a su nieto que cuando muy joven “militó
con el Centauro del Norte antes de pasarse a las filas de Obregón, cuando la
vio perdida en Celaya”. “En su recámara el general Vergara tenía muchas fotos
amarillas donde se le veía acompañando a todos los caudillos de la revolución”.
Recuerda cuando el pueblo se levantó contra Victoriano Huerta, por haber
asesinado a don Panchito Madero, cuenta que llegó a comer tacos con Pancho
Villa y menciona a Venustiano Carranza para deleite de su nieto Plutarco que lo
escucha interesado.
Interactúan tres generaciones, el general, su
hijo licenciado Agustín y el nieto Plutarco. La vieja, doña Manuelita, había
sido criada de toda la vida de la casa del general, en la colonia Roma. También
aparece lel solterón, Andrés Silva, que reniega de la situación y quiere
conservar su estatus social, además, recuerda cuando las mañanas eran limpias y
tuvo la costumbre de salir al balcón a querer recuperar el aroma de las mañanas
de un México anterior.
En
el cuento El hijo de Andrés Aparicio todo se recuerda: los guisos, las
costumbres, la fidelidad de los criados, las peripecias de una población
flotante y la vida del niño Bernabé. Su madre era una señora que quería
conservar el “lenguaje decente”: por favor, disculpe, permítame, con permiso
etc. que los viejos empleaban, pero los viejos fueron desapareciendo, Bernabé
escuchaba, “tú eres un niño decente Bernabé, evita rozarte con los peladitos de
tu escuela, tú tienes buena cuna y buenas costumbres”. Los relatos son entretenidos e interesantes.
Para
fomentar y promover la lectura lo mejor es recomendar buenos libros y éste me
parece uno de ellos.
Sin
embargo, siguiendo a Flaulkner, el autor puede decir que “el hombre posee un
alma y un espíritu capaces de compasión, sacrificio y aguante, que el deber de
quién escribe es ayudarlo a resistir y prevalecer.”
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