Aurora
Ruiz Vásquez
Llegué
a la ciudad de México a un hotel del
centro a las diez de la noche. Al registrarme, vi llegar a una pareja de
jóvenes sonrientes tomados de la mano; que me llamó la atención; sus ropas eran
elegantes y costosas, llevaban poco equipaje, la cara de él me pareció
conocida, y me impresionó la delicadeza con que conducía a la dama. Se
retiraron a su habitación que más tarde comprobé era contigua a la mía.
Había
dormido un rato, desperté cuando escuché
ruidos: algo que jalaban y caía, voces exaltadas. De inmediato me levanté,
asomándome al pasillo: no había nadie. Entré, fui al baño y encontré una
claraboya o ventanita sin protección en la parte alta de la pared por donde se colaba la luz de la lámpara de noche, y
voces alteradas. Me acerqué y escuché parte de la conversación:
─¿Qué es lo que quieres decirme Laura?
─Que me digas si me quieres.
─¿Para eso me has hecho venir aquí?
─Te quiero y me extraña que no lo sepas.
─Dime, ¿te casaste conmigo por el dinero?
El
volumen de voz aumenta, y escucho.
─Me ofendes Laura, ¡qué ideas las tuyas!
─Te querría aún si fueras la más pobre.
─Ricardo, ¿pero en verdad me quieres?¿no te
equivocas?
_¿Cómo quieres que te lo diga? ─Podría
bajarte las estrellas y decirte que me mataría por ti fingiendo amor. Lo que te
digo es real; te quiero mucho, no puedo decirlo de otra manera ¿qué quieres que
te diga?
Escuché
claramente que alguien lloraba. Consulté mi reloj y eran las tres de la mañana,
sentí frío, quise regresar a la cama, pensando que era un simple pleito de enamorados,
pero a la vez, presentí que podría complicarse y me quedé escuchando, pues se
me había quitado el sueño. Escuché los
llantos más fuertes.
─Ricardo, no podría vivir sin saber que me
quieres.
─Te he dicho que sí, ¿no basta?
─No, qué tal si crees quererme y te
equivocas, ¿acaso no te ríes con otras mujeres?
─¡Tonta! no me entiendes mujer; tener
atenciones con alguien y reír, no quiere decir querer a otra que no seas tú.
─¿Y tú me quieres a mí, que me acosas con
tus preguntas tontas?
─¡Más que tú a Mí! desde luego.
─Eso no es cierto, te quiero con todo mi
ser y sé que será para siempre, ¿no es suficiente?
─Yo te quiero más, mucho más
─Cállate, me aturdes Laura, dejemos este
interrogatorio absurdo e imbécil, si no, es preferible que me vaya hasta que te
calmes, ¡quédate ahí con tus obsesiones!
Escuché un ruido fuerte como de algo que caía,
se encendió la luz; intrigado, me asomé al pasillo, al momento que se abrió la
puerta de donde salían gritos, insultos y luego silencio.
Salió
corriendo Ricardo gritando, pedía ayuda; me encontró en el pasillo y me dijo:
─¡Algo le pasa a mi mujer! , por favor ayúdeme.
Entramos
a la habitación con rapidez.
─¿Qué
pasa Laura? ¡contrólate por favor!, no seas niña. Ella cayó al piso temblando y
con convulsiones, y la mirada perdida.
Inmediatamente
hablé a la administración de donde nos
mandaron un médico que le aplicó con dificultad -porque estaba en continuo
movimiento-, una inyección para calmarla.
Levantaron
a Laura de la alfombra, la acomodaron en la cama cobijándola, se le notaba una
fatiga general y una respiración ruidosa pero se fue quedando tranquila y el
joven quedó menos nervioso. En relativa calma, cuando la tensión de la escena
había disminuido, el médico empezó a dar su opinión. Yo aproveché para ir a mi
cuarto y vestirme; nunca imaginé pasar la noche en pijama sin dormir, viviendo
una escena de celos femeninos, que me hizo reflexionar. Cuando regresé, me
contó Ricardo lo que preguntó y
recomendó el médico:
_¿Se han presentado en otras ocasiones
estos cuadros?
_Sí doctor, generalmente cuando se enoja y exalta.
─ ¿Intentos de suicidio?
─Parece que sí, antes de conocerla.
─¿Se queja con frecuencia de padecer dolencias varias?
─Sí doctor, todo el tiempo.
─Bueno, hay que observarla, pero esto es un
clásico ataque de histeria; es un padecimiento psicosomático relacionado con la
neurosis. No sé si me explico. Muestra síntomas físicos y mentales que no
tienen un origen orgánico ni son conscientes, que aparecen en relación con
estrés o conflicto psíquico relacionado generalmente con cuestiones pasionales.
Por lo pronto, que tome este medicamento, con la recomendación de que reciba
tratamiento psicológico y neurológico.
Me
quedé un momento con Ricardo con el fin
de serenarlo. Nos sentamos, fumamos un cigarrillo y comentamos lo que opinó el doctor. Después le
pregunté discretamente para distraerlo.
─¿Cuál es tu nombre completo?
─Ricardo Regis
─ ¿De los Regis de Veracruz?
─ Sí, Ricardo Regis es mi padre.
─Ah, él fue mi amigo de juventud… “con
razón el parecido” La plática continuó hasta
casi al amanecer, entre opiniones sobre los males de su mujer y los recuerdos,
mientras Laura dormía tranquila. Ricardo sitió confianza y me reveló:
─Tenemos un año de casados, Laura varias
veces se ha comportado de esta manera, causándome desconcierto, ya estoy harto,
pero la amo demasiado y defenderé mi matrimonio
hasta las últimas consecuencias; le daré tratamiento médico y cuidaré de ella.
─Bien hecho, así se hace, le contesté. Verás que todo tiene
solución favorable.
Ya
de mañana me despedí y me fui a mi cuarto a preparar el equipaje pues tenía que
trasladarme a Tampico. Laura ya había despertado, quejándose de dolor de
cabeza. Ricardo agradeció la ayuda y los dejé solos.
Quedé
impresionado con lo sucedido, y en lugar de dormir por el camino y reponer el
desvelo, me fui cavilando. Llegué a mi destino y rápidamente me incorporé al
trabajo que me esperaba en la fábrica; a más de un amigo le platiqué la
anécdota que no he olvidado.
No
volví a tener noticias de la pareja, hasta que regresé a Veracruz y me enteré que hacía poco se habían
divorciado y que Laura al mes de la separación, se suicidó.
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