Gilberto Nieto Aguilar
Con motivo de la reforma constitucional al artículo
tercero, uno de los temas a debate es la evaluación. Se tendrán que cambiar
esquemas y preceptos para poder ir a conceptos más complejos y profundos que
los habituales. Evaluar es reflexionar sobre la forma de enseñanza y de
aprendizaje logrado, para proporcionar información confiable que ayude a tomar
decisiones en los niveles que corresponda, desde el aula hasta las cúpulas administrativas.
A decir de María Antonia Casanova, el sistema
educativo se justifica en la evaluación. Ella, por el contrario, considera que
si los centros escolares no se centraran en la evaluación, se centrarían en la
enseñanza y el aprendizaje, “en apoyar al
alumnado para que se desarrolle en función de sus capacidades” (La
evaluación educativa. Escuela básica, Ed. Muralla/SEP, 1998). La cultura de
examinar y calificar con notas “sólo
demuestran la posesión de aprendizajes intrascendentes en la mayoría de los
casos, [olvidando] el proceso
permanente de aprender” (Op. Cit., p. 21).
En México, considerando las condiciones sociales y
pedagógicas de la cultura escolar, el examen ha sido un elemento presente que
sería muy difícil de superar. Descansa en la idea de que el dominio de un
mínimo de habilidades y conocimientos básicos es imprescindible para la
formación de los educandos.
Aún cuando sólo se evaluaran los procesos efectuados
como refuerzo y ajuste se estarían necesitando, por costumbre o rutina, o para
mostrar a los alumnos, padres y directivos, las evaluaciones parciales del
aprendizaje de los alumnos. Ante este planteamiento lo mejor es pensar que la
evaluación se contemple al servicio de la enseñanza y el aprendizaje, como una
estrategia para mejorar ambos procesos; para apoyar, orientar, reencauzar,
reforzar al maestro, al alumno y a los padres de familia.
Para L. J. Cronbach, la evaluación es un elemento
retroalimentador de lo que se evalúa, y otros autores destacan que su objetivo
“es tomar una decisión que, en muchas
ocasiones, se inscribirá en el marco de otro objetivo mucho más global”
(Op. Cit., p. 31). No es para emitir un juicio, una comprobación, una etiqueta;
ni para amenazar o establecer la idea de resolver cuestionarios simplemente
para acreditar, porque con estas actitudes sólo se pierde la esencia del
proceso de aprender, el más desprotegido de ambos.
Por otro lado surge la necesidad de evaluar la
actividad educativa en su conjunto, lo cual no es fácil, pues “la evaluación no está incorporada de modo
sistemático al desarrollo del sistema [educativo], a la vida de los centros [escolares] o a los diversos programas que se llevan a cabo. Por lo tanto, no
constituye un quehacer habitual” al que estemos, metodológicamente,
acostumbrados (Op. Cit., p. 34).
Hasta el momento, de manera institucional, únicamente
se ha evaluado el aprendizaje de los alumnos (ENLACE), pues las evaluaciones
del sistema educativo (EXCALE) y de los docentes (Carrera Magisterial) han sido
parciales, por muestreo (igual PISA) y voluntad propia, respectivamente. Retomando
un fundamento de la autora, la prueba ENLACE adolece de fallas para servir como
parámetro evaluador pues su resultado depende “de lo que hagan o dejen de hacer los alumnos”, señalados como la
única medida para determinar la buena o mala salud del sistema educativo
mexicano.
El rendimiento de los alumnos no depende exclusivamente
de su esfuerzo personal o de su capacidad innata de aprendizaje, ni de las
competencias docentes del profesor. Se incorporan en este complejo proceso de
enseñanza y aprendizaje la organización general del sistema educativo, su
administración y la de los centros escolares; los métodos de enseñanza
sugeridos por la autoridad correspondiente y la experiencia del profesor, los
padres de familia que desde el hogar inciden en el interés por el aprendizaje, en
las actitudes de los menores, su alimentación, su seguridad, los hábitos y
valores, el uso del tiempo libre, etcétera.
Para
evaluar la actividad educativa en su conjunto, además de la evaluación de los
alumnos, se debe tomar en cuenta la influencia del resto de los elementos del
sistema, como son la organización escolar, la competencia de los profesores, el
apoyo de los padres de familia, las condiciones socioculturales del entorno y
la legislación escolar, esta última de primordial importancia puesto que es la
que regula el funcionamiento del sistema educativo y sus líneas básicas de
actuación.
El
hecho educativo tiene lugar en el aula y en el ambiente de los centros
escolares como consecuencia de la interacción profesor-alumnos, alumnos-alumnos
y de la comunicación formativa del centro escolar y de los padres de familia.
Enlace, como ya dijimos, no es suficiente para desprender de sus resultados una
evaluación general del sistema; es un esfuerzo valioso, sí, pero no suficiente,
porque ha servido para clasificar, para obtener listados, etiquetar, alentar la
competencia desleal, hacer comparaciones sin equidad educativa, sin llegar a la
profunda desigualdad de las escuelas, ni entrar en la validez y confiabilidad
de la prueba en sí, ni de sus alcances y propósitos.
No
se puede pensar que de esta manera se conseguiría mejorar la educación. Enlace
nació mal, sin la motivación adecuada de los alumnos ni el interés de los
padres, debido quizá a la falta de objetivos enfocados a la mejora y a la
revisión de resultados para proponer acciones en el aula y la escuela.
Seguramente al comenzar este proceso el principal designio fue encontrar los
estándares para una prueba universal, aplicable a todo el país, desde escuelas urbanas de
organización completa hasta escuelas primarias rurales unitarias.
Evaluar
no es simplemente medir. Sus objetivos «no se limitan ya a comprobar lo
aprendido por el alumnado cada cierto tiempo, sino que amplían sus expectativas
y posibilidades y cubren un campo más extenso, más completo, pues la evaluación
se incorpora, desde el principio, al camino del aprender y enseñar, y ofrece,
en consecuencia, mayores aportaciones y apoyos al conjunto del proceso que transcurre.»
(Op. Cit., 1998:101).
Cuando
el modelo de evaluación atrae los objetivos educativos y dirige los procesos de
enseñanza, los alumnos aprenden para “aprobar”, para contestar un examen. Las
estrategias de aula se condicionan a preparar al alumno para que resuelva dicho
examen mientras el proceso de enseñanza y aprendizaje se empobrece y el
ambiente escolar se deteriora. Por eso la prueba PISA resulta un instrumento
muy complicado de resolver, elaborado como es en otro contexto, bajo otros
objetivos y condiciones.
Si
consideramos que cada niño es un potencial humano diferente y que la educación
camina siempre desfasada en sus objetivos porque prepara en función de ahora a niños que vivirán mañana, y en muchos casos, en palabras
de algunos docentes que reconocen el estado actual de la educación, educamos en
escuelas del siglo XIX, con métodos del siglo XX a niños del siglo XXI. Tal vez
estaremos de acuerdo que en materia de evaluación hay que reflexionar, como una
cuestión previa —lo he comentado varias veces en este medio—, sobre el «sistema
educativo como un todo interrelacionado, en el que la totalidad de sus partes
deben funcionar en una misma dirección, con unos mismos objetivos..., con unas
bases comunes que respondan a la filosofía del sistema y a lo que se pretende
con él» (Op. Cit., 1998:103).
Hasta
la OCDE cuestionó el enfoque con el que
el gobierno federal implementó la evaluación en el sistema de enseñanza
nacional, pues lejos de ser un sistema integral de evaluación, una herramienta
para la mejora del aprendizaje, se convirtió en un «instrumento de medición y
rendición de cuentas», con muy poco o nada de retroalimentación o asesoramiento
para mejorar el desempeño y las prácticas docentes y escolares de alumnos, maestros y escuelas.
gilnieto2012@gmail.com
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