Javier
Ortiz Aguilar
Las ideas libertarias y los
movimientos rebeldes a los sistemas sociales opresivos surgen paralelamente a
los procesos civilizatorios. Hay en todos ellos una clara tendencia anarquista
con un inocultable fundamento moral. Los rebeldes advierten desde un principio
que la civilización encadena, somete, oprime y reprime, negando en consecuencia
la libertad y la dignidad humanas, tanto en el opresor como en el oprimido Sólo
hasta la madurez de la modernidad, surge un proyecto de emancipación fundada en
la razón. Este proyecto, fundado por Carlos Marx y Federico Engels, explica
históricamente, sin pretensiones éticas, la lógica de la explotación,
discriminación y manipulación del sistema capitalista. Pero además la necesidad
de destruirlo para el despliegue de la libertad y el desarrollo integral del
hombre. La necesidad la encuentran en el desarrollo de la técnica que hacen
inoperantes las anquilosadas formas de organización social. “El molino de
viento (escribe Marx) crea el feudalismo y la máquina de vapor el capitalismo”
Cuando el desarrollo de la técnica
provoca las modificaciones de la propiedad, las denominan revoluciones políticas. Pero cada modificación no sólo la
refuncionaliza, sino que la simplifica. El capitalismo descansa en una
propiedad sin ningún velo ideológico que la encubra, para presentarse como lo
que es, como un mecanismo de dominio, de explotación y exclusión. Por tanto el
desarrollo tecnológico del capitalismo industrial no puede ya modificar la
propiedad privada, sólo queda como
alternativa su eliminación. Además el capitalismo industrial no únicamente crea
las condiciones objetivas para su desaparición, sino también sus sepultureros: la clase obrera. Por
tanto, es el proletariado el sujeto histórico que dirigirá el camino al reino
de la libertad. Marx escribe: “¿Dónde está la posibilidad positiva de la
emancipación humana? En la formación de una clase de radicales cadenas, de una
clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil, de un
estado que es la disolución de todos los estados, de una esfera que posee un
carácter universal, debido a su sufrimiento universal, que no reivindica para
sí un derecho particular (…) en una palabra, de una esfera que es la pérdida
completa del hombre y que no puede conquistarse a sí misma más que mediante la
reconquista plena del hombre. Esta absolución de la sociedad en cuanto clase
particular es el proletariado.”
La creación de esta posibilidad es
obra de la revolución de octubre de 1917. Esta insurrección transforma todas
las ideas libertarias y el la teoría moderna del socialismo, en un espacio, en
una realidad política. Resulta evidente el cambio generado por la presencia de
la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas en buena parte del siglo XX. No
obstante como toda concreción presenta dos aspectos, uno, convertir la idea en
realidad histórica y, otro, la limita y posibilita sus desviaciones. Después de
todo para el marxismo la realidad histórica es el cambio.
En el artículo juvenil de Antonio Gramsci, titulado “La
revolución contra el capital”, reflexiona sobre el triunfo de los bolcheviques
en Rusia, y contra lo que podía esperarse, no es una apología al triunfo contra
el capitalismo; el italiano señala que la revolución es contra el Capital, la
obra máxima, de Marx y Engels.
Argumenta que la Crítica a la economía política, no está
dirigida a los proletarios, porque su lectura no sólo exige tiempo libre, sino
una amplia cultura y un armazón teórico que permita comprender las crisis
cíclicas del capital, entre otras cosas. Por tanto su lectores proceden de la
burguesía, por tener éstos el tiempo y la preparación suficiente para explicar
adecuadamente la teoría marxista. Lenin en cambio busca difundir las ideas
revolucionarias en la clase que tomará el cielo por asalto. Por tanto, el
pensador bolchevique transita de la teoría estructural a la filosofía de la praxis
revolucionaria. Y desde esta perspectiva “corrige la plana a su maestro”. El ámbito
de la lucha de clases no reside en las relaciones sociales del modo de
producción más avanzado, en las relaciones conflictivas entre obreros y
capitalistas, sino en la estructura ideológica, en la formación de
intelectuales y de la cultura, que será la variable independiente de la
revolución. El líder revolucionario ruso, subordina en la práctica la economía
a la política. Si esto es así entonces la línea política de Lenin no es
sistémica..
Desde la perspectiva gramsciana es comprensible la
preocupación de Lenin por la actividad artística. El dirigente ruso realiza,
como se decía en los setenta “una lectura” comunista de la historia del arte,
descubriendo el carácter de clase que subyace en las manifestaciones estéticas.
Por lo tanto es válido promover un arte, que no promueva la formación de los
cuadros dirigentes del estado, sino una educación para construir la sociedad
comunista, mediante un poder que extinga paulatinamente el comité ejecutivo de
la clase dominante, es decir, el estado, que obstaculiza la marcha a la
libertad. La obra artística así, está dirigida a las masas trabajadoras con el
fin de transformarlas en sujeto revolucionario de la nueva sociedad. Las artes
que adquieren prioridad serán las artes plásticas, el teatro, la música y la cinematografía.
Lunacharski, en su ensayo La revolución y
el arte afirma: “No hay duda que el teatro propagandístico, la música, y
sobre todo los carteles tuvieron, en los primeros años de la revolución, un
considerable éxito en el sentido de la difusión masiva. Pero hay muy poco en
este campo que se pueda considerar completamente satisfactorio desde el punto
de vista artístico”
Esta actitud crítica, no muy bien vista por Lenin, por
cierto, muestra la heterogeneidad del bloque marxista ruso. Obviamente el intelectual marxista tiene
razón, pero no le da el peso suficiente a la necesidad de la revolución
bolchevique de formar por este medio al hombre nuevo, libre de prejuicios,
ignorancia y miseria, con el fin de convertirlo en la dirección de la nueva
sociedad, donde el arte y la justicia se desplieguen en libertad. Por otra
parte la propaganda, no debe confundirse con la publicidad electoral o
comercial, sino en el sentido original, propagar o difundir un proyecto entre
las clases trabajadoras. Precisamente aquí es donde se muestra un punto de
inflexión en la comunicación revolucionaria: la imagen predomina en la
comunicación oral y escrita.
El cartel, dentro de este proyecto, es quizá, la
manifestación estética más eficiente en la función de agitar conciencias y
promover la organización política. Este medio, además del bajo costo, da
prioridad a la totalidad del mensaje sobre los detalles. Por esta razón, una
rápida mirada percibe de inmediato lo sustancial del mensaje, sin desviar la
atención en problemas secundarios o pseudoproblemas. Pero lo más importante, crea las condiciones
de posibilidad de pensar y construir, por medio de la discusión, un nuevo mundo.
El cartel no permanece ajeno a los lineamientos del arte
revolucionario. Por tanto está fincado en una concepción realista derivado del
leninismo y las vanguardias artísticas de principios de siglo, por ello es
subversivo en todos sus órdenes. Sin embargo es pertinente subrayar que el
realismo no es naturalismo u objetivismo, sino más bien derivado del pensamiento
hegeliano: la realidad, es el ideal de libertad, en cuanto da razón y sentido a
la existencia histórica. Por tanto el arte revolucionario pretende hacer
evidente la fuerza y la carga histórica de la clase obrera en la que podemos
confiar la tarea de conducir a la humanidad del reino de la necesidad al reino
de la libertad.
Desde esta perspectiva, el cartel no expone al obrero
como una entidad física, sino su potencial transformador. Aquí precisamente
radica la heroicidad que se objetiva en cada manifestación de protesta, en cada
huelga o en cada insurrección.
Bajo el régimen estalinista, el Partido Comunista
establece en el año 1932, el realismo socialista como dirección artística. Aquí
reside la ruptura. El arte debería estar al servicio del estado proletario,
legitimar todas sus acciones frente a un enemigo disperso y violento. Este
viraje congela la idea leninista, ya no la proyecta a la utopía, sino que la
ubica en el presente de la dictadura proletaria, o si prefieren de la dictadura
de Stalin. De esta manera el arte como la política pierde su filo
revolucionario para convertirse en un instrumento del poder estatal, como algo
ya hecho, como eterno, como fin de la historia. En pocas palabras el realismo
socialista es una concepción sistémica de la creación estética.
Independientemente de las realidades concretas, sujetas a
limitaciones y desviaciones, son realidades históricas que influyen en la
historia mundial. El cartel por supuesto marca un paradigma entre los artistas
comunistas o no, durante buena parte del siglo XX.
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