Itzel
Amor García Gutiérrez
Todos
nacemos sin tener idea de saber cuál será
el final de nuestro destino.
Era
la época de los 70’s, vivía al lado de mis padres y dos hermanos dentro de un
hogar estable y seguro.
En
ese tiempo, el esquema moral que imperaba carecía de flexibilidad.
Por
un lado, a los hijos (del sexo masculino), se les inculcaban valores y
principios que los preparaba para su vida futura; y mientras que a las hijas, se
les daba en apariencia la misma educación pero, con ciertas limitantes, sobre
todo en el aspecto de sexualidad.
Con
esa doble moral, crecimos aproximadamente hasta los 17 años de edad.
Pero
no es de ellos de quien quiero hablar, sino de mí.
Todo
inició, en el momento en que decidí continuar mis estudios fuera de mi ciudad
natal. La despedida fue breve, recuerdo la mano de mi madre dándome la
bendición, en tanto mi padre, sacaba el puñado de billetes que de acuerdo a su
criterio, me resolverían la vida.
En
seguida, tomé el autobús que me conduciría hacia nuevas oportunidades de vida.
Me
encontraba ahí, parada, observando todo con
gran detenimiento.
El
lugar era encantador, se encontraba situado en la parte norte del país. Se
trataba de un puerto, totalmente urbanizado, con una población mayor a la de mi
ciudad de origen.
A
pesar de ser un lugar moderno, el centro conservaba parte de su pasado
arquitectónico. El palacio municipal construido con grandes arcos, combinado
con retablos de maderas preciosas, un piso de adobe en tono sepia. Los techos
adornados con tejas perfectas y barnizadas. Grandes corredores y escaleras adornadas
con talavera cubiertas de flores vistosas.
En
frente, había un pequeño kiosko, el cual servía como soporte para una gran
cantidad de aves posadas en su cima. Todo el marco estaba revestido de una
inmensa colina de palmeras verdes, indicadores de fe y esperanza.
De
inmediato, pregunté a unas personas sobre la existencia de alguna pensión para
estudiantes.
Concerté
la cita y me instalé ahí sin problema alguno.
Al
día siguiente, desperté muy temprano, creo que era la emoción por el comienzo
de una etapa más en mi vida.
Aún
recuerdo con nostalgia mi primer día de
Universidad.
Respiré
de manera profunda y empecé a caminar por el largo pasillo que me condujo hacia
mi aula, de pronto:
Entró
un joven alto, de piel morena, complexión robusta, me miró y dijo:
- No
me digas que.. ¿también vienes a estudiar la carrera de comercio?
Le
conteste con cierta desconfianza:
-eh…
¡sí!
Mi
rostro se ruborizó por ese instante
Ese
fue el primer encuentro que tuvimos. Conforme transcurrían los días,
Se
acrecentaban las actividades junto con la necesidad de pasar el máximo tiempo
acompañado.
Eduardo,
así se llamaba, aunque a mí me encantaba acortar su nombre y decirle Ed.
Durante
mi estancia, aproveché para conocer ese mágico lugar que me brindaba no solo lo
que tanto había anhelado tiempo atrás; sino el hecho de vivir una experiencia
diferente al lado de alguien tan especial, sobre todo el motivo que me permitió
comprender otro tipo de patrón de comportamiento expuestos antes por mi
familia.
Casi
a mitad de la carrera, me di cuenta que las materias no eran de mi agrado. Sin
embargo, decidí continuar, porque tenía un motivo muy sólido para seguir: Eduardo.
Me
encontraba muy enamorada de ese joven que me regaló la sonrisa, aquel primer
día de clases. Pero que además no permitió un solo instante que yo me sintiera
sola y desprotegida.
Se
convirtió en todo un personaje estudiantil, en una persona destacada
académicamente, un excelente ser humano pero sobre en un gran apoyo para mí.
Nos
hicimos novios, por la mañana dedicaba el tiempo al estudio y por las tardes
salíamos a disfrutar del extenso lugar, así como del exquisito menú que
caracterizaba al puerto.
Nunca
quedó un espacio del territorio por el que nuestros pies no pasaron:
La
isla cercana, los hermosos acantilados, la concurrida playa, las dunas, el
malecón y un puente, punto clave que conectaba una entidad con otra.
La
dinámica del día a día, me llevaba a un ritmo totalmente rápido, concluyendo en
forma satisfactoria mis estudios; lo cual fue muy positivo, ya que mis padres
se sintieron muy orgullosos de mi quehacer como estudiante. Pero, al mismo
tiempo, me despedía de las ilusiones que Ed y yo nos habíamos creado.
Los
caminos se dividieron al momento de recibir la noticia sobre una gran oferta de
trabajo para Eduardo, debido a que pronto, tendría que marcharse y eso
generaría una separación en nuestras vidas.
Y
así fue, él se dirigió en busca de un mejoramiento profesional, y yo también
solo que la distancia nos alejó.
El
empezó una relación con alguien y para evitar conflictos decidí terminar con
nuestro compromiso.
A
los dos años de haber contraído nupcias, lo observé caminando al lado de su
perro, en un parque, solo lo miré ya que me encontraba acompañada razón
suficiente para desistir al tan ansiado acercamiento.
Pasaron
15 años, años en los que ambos, trabajamos, tuvimos hijos y una vida
consolidada.
Un
buen día decidí asistir a un recital de
jazz, recuerdo que mi hija corrió tanto, al grado que se cayó sobre una fuente y eso atrajo mi atención.
De
inmediato, un señor se acercó para levantar a la infante y yo en forma
apresurada le dije:
-¡Gracias!
Al
levantar la mirada, sentí el aroma de un
perfume conocido, mientras mi respiración empezó a acelerarse.
Se trataba de Eduardo, el único ser
capaz de traspasar cada célula de mi ser.
En ese momento, hice un alto y pensé:
“Lo siento tan cerca, jamás se ha ido.
La vida solo nos ha demostrado que no existen imposibles y cuando amas algo, no
importa cuánto necesites esperar para tenerlo”.
Sin
duda, el ángel encarnado en el único amor verdadero conservado aún por el paso
de los años.
Temblaba
como si me encontrara sola a mitad de la noche.
El
me estrechó tan fuerte…con la intensidad de retenerme aunque fuera un momento.
- ¡Ana!,
¡Eres tú!, ¡No puedo creerlo!, ¡Ha pasado tanto tiempo!
- Me
dijo
- ¡No
he olvidado un solo día del que tú y yo pasamos en aquella época juntos!
- ¡La
vida te ha puesto en este sitio!
- ¡No
volveré a perderte!, ¡Lo juro!
Sus
lágrimas salían abundantemente, sin soltarme; mientras desbordaba alegría y
nostalgia paralelamente.
En
eso, se acercó a mi hija y el besó su delicada frente.
A
partir de ese instante nos pusimos en contacto, conversábamos por horas
y
siempre tratábamos de compartir el mayor tiempo posible como si integráramos
una familia.
Entre
ambos existía una relación, solo que diferente, puesto que cada quien tenía una
vida, lo cual impedía externar caricias y deseos derivados del gran amor
reprimido.
La
vida nos ponía a prueba cada segundo. Nos frecuentábamos cada año, pero
no
era suficiente.
Sin
comentarlo, un buen día, me llamó para decirme que había resuelto su conflicto
y que se encontraba dispuesto a renunciar a todo por nuestro amor.
Tomó una decisión que cambiaría
radicalmente nuestras vidas, el impredecible destino se había hecho presente.
Me
pidió que emprendiéramos un viaje, solos con el único objetivo de fundir
nuestro sueños para siempre.
Previamente
yo me había divorciado y él por su parte definió su situación conyugal.
Sus
padres estaban enterados de lo ocurrido y nos brindaron su apoyo incondicional.
Recuerdo
que era una mañana fría, casi a punto de amanecer; el viento helado parecía
como una lija cortándonos las yemas de los dedos.
La
emoción se intensificó al momento de subirnos al auto, ya que mi acompañante me
recibió con una cálida bienvenida sugiriendo con ello, la seguridad que en ese
momento necesitaba.
Se
inició el viaje con la tranquilidad de gozar de la libertad que hacía mucho no
teníamos. Dispuestos a recuperar esos 15 años suspendidos en el tiempo.
Al
transcurrir un par de horas, llegamos al lugar tan esperado, descendimos y nos
miramos;
Justo
ahí, nos tomamos de la mano para aferrarnos a ese lapso de tiempo real
tan especial para ambos.
El
nerviosismo se hizo presente, impregnando el ambiente de sinceridad y
optimismo.
En
seguida, observamos la alentadora imagen de un relieve sostenido por cortinas
pronunciadas con: abetos, encinos y enramadas. La temperatura comenzó a
descender bendiciendo los espacios, que permitieron apreciar el entorno casi
fugaz.
Internos
en el paisaje boscoso, nos sentamos a escuchar el estruendoso sonido de un
águila escrutando la cenefa de matices que enaltecían el recinto.
La
neblina se encargó de envolvernos igual a la textura de carne húmeda sobre un
césped sin cerrojos y así, nos resguardamos bajo la ermita que a lo lejos se
vislumbraba.
En
el ambiente, se aspiraban aromas de violetas, frutas secas y bellotas
extendidas a lo largo del paisaje.
¡Al
fin!, nos conectamos en el tibio aliento de los labios tan unidos,
mientras me acariciaba el terso cabello
que se enredaba en sus reconfortantes palmas
protectoras.
De
inmediato nos sumergimos entre hojas, liquen y musgos que habitaban en el
sitio;
Desgarrándome
la sangre que burbujeaba dentro de mi
pecho.
La
escena se interrumpió porque había comenzado a llover.
Me
envolvió en una manta, porque tenía mucho frío, ofreciéndome el caluroso vino
reconfortando así, no solo mi cuerpo sino también mi espíritu.
Entonces,
encendió el auto junto con un par de
cigarrillos.
Continuamos
la travesía en medio de una fuerte tormenta ( aun no olvido el ruido del
limpiaparabrisas), mientras su mano sujetaba el cuello repetidas veces.
Enseguida,
un camino sinuoso tomó el control de la situación generándonos una enorme
sensación de angustia ante tal hecho.
Así
avanzamos aproximadamente 1 kilómetro, cuando asombrados, nos reflejó un gran
destello luminoso.
Forcejeábamos
con el volante, pero nunca pudimos esquivarlo.
Finalmente,
nos impactamos contra un transporte pesado ( lo único que pude hacer, fue
gritar muy alto).
Recuerdo
su rostro inclinado sobre la ventana, el líquido escarlata que brotaba por el
lado izquierdo de su frente.
El
auto detenido, y con el mi felicidad, de inmediato pude darme cuenta que se encontraba sin vida,
solo sostuve su cabeza y le dije:
-¡Gracias!,
¡Mil gracias por el regalo que me diste!
-¡Que
lástima que no hubo tiempo para decírtelo!
-
¡La pequeña que conociste, aquella tarde… es tu hija!
Solo
iluminó su rostro y con una sonrisa mesurada, murió de manera instantánea.
Después
llegaron los paramédicos, me asistieron y a él se lo llevaron a la morgue.
Al
pasar los días, agradecí al ser supremo la oportunidad que nos brindó para que entre
nosotros no quedara ningún tema pendiente, conociendo así el destino final de
tan hermosa historia.
*Región:
Xalapa
Módulo:
Estrategias discursivos
Producto:
Elaboración de un cuento
Xalapa
;Veracruz 7 de diciembre de 2012.
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