Juan Fernando Romero Cervantes Fuentes
¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son
esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos?
Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos, ocurre
algo raro, creo que cambia cada vez. Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas
veces) que nadie baja dos veces el mismo río. Nadie baja dos veces el mismo río
porque las aguas cambian pero lo más notable es que nosotros mismos no somos
menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado,
la connotación es otra.
Jorge Luis Borges, 1978
Para nuestro pesar, el año pasado murió Ray Bradbury,
el autor de Fahrenheit 451, la
temperatura a la cual el papel se quema, es decir, los libros perecen. Los
libros que son quemados por el homo
sapiens non sapiens, los nazis y los falangistas, o censurados por el muy
temido Index expurgatorius de las
inquisiciones católica, china[1]
y comunista; para sus lectores: cárcel o
muerte.
Tal es el enorme poder del libro, reconocido en
negativo por su múltiples detractores y, en positivo por sus múltiples
seguidores, como es el caso de la Biblia, el libro de libros, fuente de las
religiones más importantes de la humanidad: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo;
y sus universalizadores europeos Gutemberg y Lutero –quienes siguiendo el
camino trazado por China- a la verdad sagrada le añadieron la libertad de
leerla primero, y de interpretarla después.
¿Qué tiene este hardware
qué lo hace tan explosivo y tan sensitivo, tan enérgico y tan débil; tan
magnético, a la vez atraíble y rechazable, positivo y negativo? La palabra
libro está asociada etimológicamente con la palabra libertad y, sin exagerar,
después de las herramientas, es el hardware
más poderoso que ha contribuido a cambiar el mundo de los hombres, pues es un excelente
distribuidor del conocimiento.
La metáfora de Emile Dickinson que nos leyó Olga
Fernández Andrade en la presentación del volumen anterior, es muy bella:
“ninguna otra fragata nos lleva a todas partes como el libro”. Permítanme
subirme de nuevo e este barco y embarcarlos a ustedes: Los espacios de la
historia que el libro ha trazado son anchos y profundos, van de la antiquísima inscripción
en piedra, la pintura del bambú y la seda, al papiro, al rollo, el códice, al
papel y su majestad el libro, y a la electrónica; del mito a la leyenda, de la
oralidad a la Historia; de la lectura en voz alta, colectiva, a la lectura
individual, aislada y en silencio; del
texto sagrado a la hermenéutica; del manuscrito copiado por los monjes a la
reproducción tipográfica; de la fe a la razón, de la razón a la historiografía;
de las maravillosas casas del libro del Mundo Antiguo, las bibliotecas de
Alejandría y Babel y las de China, el Yongle
dadian (una enciclopedia de diez mil volúmenes manuscritos) y la Biblioteca Completa de los Cuatro Tesoros, a
las actuales bibliotecas virtuales.
Se sigue el sendero de la tradición a la modernidad,
su crítica, y de la crítica de su crítica, al posmodernismo, es decir, a
nuestros días. Hablamos así de un
compendio de la historia del pensamiento humano, lo cual viene a ser, quizá,
una de las mejores definiciones del propio libro y de su siempre fiel
acompañante, la lectura.
No obstante, no magnifiquemos este artefacto. El ex
bibliotecario Borges escribe en “El Libro” (1978):
Los antiguos no profesaban nuestro culto del libro,
veían en el libro un sucedáneo de la palabra oral. Aquella frase que se cita
siempre: Scripta manet verba volant,
no significa que la palabra oral sea efímera, sino que la palabra escrita es
algo duradero y muerto. En cambio, la palabra oral tiene algo de alado, de
liviano; alado y sagrado, como dijo Platón.
Y Platón también se lamentaba de que la palabra
escrita es inferior a la capacidad de los antiguos para rememorar oralmente las
grandes leyendas: la Iliadia y la Odisea, que permitían a los prehoméricos
revivir las hazañas de sus dioses sin la pesadez de los grandes libros, sin la
ligereza y el compromiso de las grabadoras, sin el costo de los ipads. Alado y casi sagrado, el turista Ulises es pre-texto para hacer
nuevas, ricas y sabrosas leyendas al ponerse de moda en México con Vasconcelos
y en Irlanda con Joyce. Homero entonces, es no solo pirateado, sino
multiplicado, no mecánica, sino imaginativamente: es recreado. ¿Debemos ahora felicitar
a Homero, éste Simpson, y a nuestro Simpson presidente, por su cultura
televisiva y su des-conocimiento de los libros, o debemos de lamentarnos que su
incultura rechace un mínimo de sabiduría escrita y que su ignorancia nos
gobierne? De manera opuesta, la sabiduría china se ha expresado a lo largo de
muchos siglos en la intensa preparación educativa de sus gobernantes, quienes
para también fomentarla en el pueblo, regalaban libros como parte de su culta
política pública. No se trata sólo de ignorancia política, sino de educación
pública.
¿Dónde, ¡Oh Aristóteles!, está el punto medio? Aunque
pensándolo bien, si no fuera por esa cultura escrita, no sabríamos lo que
pensaba Aristóteles, y solo gracias a ella, sabemos lo que los evangelistas y
Platón han trasmitido sobre lo que
pensaron Jesús y Sócrates, los genios ágrafos más famosos del planeta. El Banquete es pues, para nosotros, los
lectores: historiadores, sociólogos, contadores, antropólogos, economistas, críticos
literarios, pedagogos, literatos, editores, maestros o científicos, los que
sabemos que en el principio fue el Verbo.
Sus diferentes formas fueron comentadas por Reynaldo Ceballos Hernández en la
presentación del primer número (y nos unimos a su deseo de que el Diálogo entre Docentes y Tlanestli “tengan una vida larga y
socialmente fructífera”). Una de esas formas, presente en el célebre Libro Mudo
de la alquimia (Mutus Liber) en uno
de sus dos únicos textos dice: Ora, lege,
lege, relege, labora et invenies: Ora, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás.
Los mexicanos somos malos lectores, pero los xalapeños
parece que no. En el 2011 México
ocupó el lugar mundial número 36 con la publicación de 9,075 libros, mientras
que Argentina, por ejemplo, publicó en el mismo año 22,781, con el lugar número
19. El negocio sigue siéndolo, (por favor toma nota, Carlos Antonio) el valor
mundial de la industria editorial en el 2010 fue de un poco más de los cien mil
millones de dólares[2].
Hace unos meses Víctor, el joven hijo de Víctor, nos
preguntaba con interés como habíamos sido iniciados en la lectura, a lo cual
cada uno respondió, a tropezones, con su propia historia, es decir, hablamos
sobre nuestra pasión por la lectura, o sea, por los libros. Aquí, parte de la
respuesta de quien entonces no contestó. Los libros no solo dan coherencia al
pensamiento, sino articulan el mundo y
lo hacen legible; otorgan no solo sentido a nuestro vivir, sino a nuestros
hermanos y amigos en la interpretación común de un libro y sus consecuencias teóricas
y prácticas. Los libros replican y multiplican la amistad, como es el caso
presente del cuarteto de Xalapool,
mezcla interdisciplinaria de indisciplinados unidos por el maná del espíritu de
la sabiduría: el libro y el vino.
Por otra parte, los libros no solo multiplican la
amistad y el amor, sino que propulsan revoluciones y sepultan dictadores;
ayudan a descubrir, literal y metafóricamente, nuevos mundos; permiten la
sobrevivencia bajo las peores condiciones de encarcelamiento; ensalzan la
alegría de vivir y nos enseñan a ser críticos con nuestro medio y con nosotros
mismos; porque eso sí, nuestro amigo, el libro, reproduce necedades e
inteligencias. De ahí que de instrumento de la razón pasó a ser arma de las
burocracias; por cierto, tan letal en sus manos, que son las únicas que matan a
las letras. No es puro, el libro, pero estando ahí, puede repensarse y
releerse, como escribió Borges, y entonces no solo el libro cambia, sino
cambiamos nosotros, sus lectores.
Mucho se ha escrito sobre el papel democratizador del
libro, motivo por el cual también ha sido proscrito, ya en el XIX Wiliam Hazlit puntualizó que ni los grandes
ni los reyes escribían libros, sino los “meros autores”[3].
Según el historiador Roger Chartier entre los siglos XVII y XVIII hubo un
cambio en la percepción del Autor, ya
que antes lo era colectivo y ahora, en su concepto moderno, es individualista. Es
pues éste nuestro modesto lugar, el del cuarteto Xalapool y el de las eruditas damas y caballeros que publican en Tlanestli: queremos democratizar no solo
la lectura, sino la autoría, que pretende serlo del conocimiento, y que por
supuesto no es individual, sino colectivo; de ahí la divisa de Tlanestli, que replica la sabiduría
huichol: “Solo entre todos sabemos
todo”. No obstante, los meros autores
no hacemos libros. La manufactura de ellos está a cargo de los artesanos, los
mecánicos e ingenieros que se han adueñado de las prensas de imprimir, de las
maderas y los bosques.
Los libros nos transportan y ensanchan nuestra
conciencia, son un auténtico exocerebro,
como lo define Roger Bartra, son parte y forma de nuestra conciencia humana, la
parte poética y sapiens del homo sapiens
cibernéticus, que ahora se extiende por las redes como parte del ciborg del siglo XXI, que probablemente
incorporará nano-bibliotecas en el cerebro de nuestros descendientes.
En el presente siglo pareciera que escribir y leer
tiene otro sentido, y así nos lo comunican Gugliemo Cavallo y Roger Chartier por
medio de un maravilloso libro, Historia
de la lectura. Cito:
En el mundo de los textos electrónicos, dos
restricciones, consideradas desde siempre imperiosas, pueden ser anuladas. La
primera es la que limita de modo estricto las posibles intervenciones del
lector con el libro. […] El objeto impreso le impone su forma, su estructura y
sus espacios. No supone en modo alguno la participación material, física, de
quien lo lee. […] Muy diferente es lo que sucede con el texto electrónico. No
solo puede el lector someter sus textos a múltiples operaciones (puede
confeccionarles índices, anotarlos, copiarlos, desplazarlos, recomponerlos,
etc.); más aún, puede convertirse en su coautor. […] Así pues, toda la relación
con lo escrito se encuentra trastocada. […] Con la pantalla, lo que se halla en
el candelero es el orden mismo de los libros, que fue el de los hombres y
mujeres de Occidente desde los primeros siglos de la era cristiana. Con ella se
afirman o se imponen nuevas maneras de leer que todavía no es posible
caracterizar por completo, pero que, sin que quepa duda alguna, entrañan unas
prácticas de lectura sin precedentes[4].
¿Significa esto la muerte del libro, o que está en
peligro de extinción y que sube la temperatura a casi 451 Fahrenheit y debemos ya
seleccionar nuestro libro preferido para aprenderlo de memoria? No lo creo.
Existe un colectivo internacional denominado
“Llamamiento a los 451” que reúne a editores, correctores, impresores,
distribuidores, libreros, traductores y bibliotecarios de todo el mundo, mismos
que han escrito:
No podemos avenirnos a reducir el libro y su contenido
a un flujo de datos electrónicos cliclables hasta la náusea; lo que producimos,
compartimos y vendemos es, ante todo, un objeto social, político y poético.
Además de que propicia la libertad y agita las
conciencias y las emociones, estas son algunas de las enormes ventajas de este hardware ergonómico que no gasta pilas
ni electricidad; tangible y manual, si lo hay; leve en su ser; delicioso en su
olor a tinta o a viejo, a madera o a papel; acariciable en la textura de sus
fojas o la dureza de sus pastas; sabroso (y posiblemente mortal) en las páginas
que ensalivadas, pasan; curioso en las marcas que otros u otras dejaron, o en
las huellas de las termitas, que comparten nuestro gusto papiróvoro; admirable estructura
genética que permite su clonación sin protesta; receptáculo de la memoria y del
recuerdo que a su vez nos proyecta a futuros posibles o deseables, haciendo
nuestro presente placentero.
Este generoso amigo, como antes dije, siempre a la
mano, tiene aún muchos años de vida, y recobra vida en ese papel nuevo y pulcro
o viejo, manchado, subrayado, pintarrajeado, tachonado, arrugado, mojado,
húmedo y reseco, borroso o firme; aún semi-quemado o roto, signo y símbolo de
la relación autor-lector que establece una relación no fetichista, sino muy humana
entre la cosa humanizada y el de la vista ávida, (o de la vista ciega, como
Borges) el del oído fino, que quiere escuchar y atentamente escucha, las voces
de los otros hombres. El libro no ha muerto, ni agoniza.
¡Larga vida al
Libro! ¡Viva el Libro!
Fecho en la Xalapa frío/calurosa del
febrero de 2013.
[1]
La corte de los manchúes
destruyó alrededor de 2,320 obras. El impresor de una crítca al Diccionario
Kangxi y el gobernador de Jiangxi,
fueron ejecutados y veintiún miembros de
su familia tomados como esclavos. King Fairbanks, J. China, una nueva historia. Harvard
Univeristy Press, 1992. Pag. 199.
[2] Numeralia de Revista Nexos 422 de febrero de 2013.
[3] Chartier, R. Cultura escrita, literatura e historia, Coacciones transgredidas y
libertades restringidas. Conversaciones de Roger Chartier con Carlos
Aguirre Anaya, Jesús Anaya Rosique, Daniel Goldin y Antonio Saborit, Fondo de
Cultura Económica, México 2006. P. 118.
[4] Cavallo, G. y Chartier, R.
(comp). Historia de la lectura en el
mundo occidental, Grupo Santillana ediciones, España, 2001. P. 52-54.
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