Por: Benito Carmona Grajales
a.- Preámbulo. A diferencia del cáncer, que tan sólo con pronunciarlo produce terror, a la depresión se le ignora, nadie le huye. Es más, cuando nos enteramos de un suicidio, siempre pensamos que se trata de un demente o de un acto de cobardía. Jamás pensamos que pudo ser uno de nosotros quien decidió iniciar aquel extraño viaje. Si reflexionamos en que son más los individuos los afectados por la depresión que los que padecen cáncer o alguna cardiopatía y que en el mundo es la enfermedad que más produce incapacidades, entonces, nos daremos cuenta que merece un mayor cuidado.
Es más, no podemos decir que vive quien tiene su pensamiento lleno de amarguras o cuando, más que en vivir, se está pensando en la muerte. Sin embargo, más allá de ese mundo subjetivo lleno de oscuridad, debemos darle paso a la esperanza. Todos tenemos derecho a la felicidad y debemos estar seguros de conquistarla. La misma lucha contra la enfermedad se puede convertir en momentos de satisfacción y de contento.
b.- Definición. El diccionario didáctico de español avanzado define a la depresión como “Estado psíquico o biológico caracterizado por una tristeza profunda, una disminución de la actividad del organismo y por una pérdida de interés”. El diccionario de medicina de la editorial Época la define: “depresión. (del Lat. Deprimere, deprimir). f. estado de abatimiento que acarrea una imposibilidad de acción; puede ser física o psíquica”. Al respecto, el doctor Dharma Singh Khalsa, en su libro, la alimentación como medicina, se refiere a esta enfermedad como “una consecuencia de un trastorno en el frágil equilibrio de las sustancias químicas del cerebro…”
Si perdemos el interés en la vida y el organismo disminuye su potencial activo, significa que algo anda mal. Es un aviso de cuidado que, si seguimos así, podemos caer a un precipicio del que será difícil salir. Todas las enfermedades nos avisan “a tiempo” de su presencia, aunque con señales mínimas. Debemos conocer nuestro organismo y pensar que algo ocurre cuando, sin dar mucha importancia decimos: “hoy no tengo ganas de salir”, “me siento cansado”, “no sé por qué les interesa tanto eso… yo no le encuentro chiste”, “de haber sabido, no vengo”, etc. ¡Cuidado! Esa indiferencia indica peligro.
El entusiasmo es un don de los triunfadores y nosotros no podemos sepultar al conquistador que llevamos dentro. La vida está llena de oportunidades que nos pertenecen y la primera de las grandes conquistas es la salud. Tomemos los estados depresivos como una prueba de que existimos. Anda un dicho por ahí: “Lo que no me mata me hace más fuerte”. Esto es cierto, las patologías nos enseñan a cuidarnos. Por ejemplo, si yo no hubiera tenido una úlcera gástrica que urgía operación, según diagnóstico clínico; si no hubiera tenido problemas en el hígado y en la garganta; si la próstata no me hubiera causado molestias a la hora de la micción y, si no hubiera sido hipertenso y haber sufrido un infarto agudo del miocardio, estoy seguro que ahora no estuviera escribiendo, precisamente, este tema, mientras que gozo de una buena salud y de las cosas bellas de la vida.
c.- Causas. Los científicos de la salud y los investigadores no han podido definir este asunto; aunque hay estudios confiables que indican el origen de esta patología en una base bioquímica y genética. Tal vez a eso se deba la presencia de la enfermedad en algunos miembros de una misma familia y que trasciende a otras generaciones.
Esto no quiere decir que una persona, cuyo historial clínico indique que lo anteceden familiares con este padecimiento, que forzosamente tiene que contraer esta enfermedad. Como tampoco, que una persona sin antecedentes familiares, esté exento de enfermar de depresión. Hay muchos factores que nos exponen a ser sujetos de esta afección por el estilo de vida que adoptemos. La vida moderna nos sitúa en muchas posibilidades de riesgo por la contaminación del ambiente y por el estrés causado por vivir a las carreras.
Además, no olvidemos lo que dijo el poeta: que somos “el arquitecto de nuestro propio destino”. Está en nuestras manos el rumbo de lo que queremos ser. Nadie debe abandonarse a su suerte. Por eso en estos artículos ponemos énfasis en un enfoque cultural y educativo. Una cultura derrotista no nos lleva a nada; pero una cultura marcada por la fuerza de la educación, con un mínimo de disciplina, puede modelar una nueva alternativa de salud. La depresión, como otras enfermedades o males de la humanidad, también cobra vida por los vicios en la alimentación y los desórdenes emocionales. Vivimos a las carreras detrás de los bienes que el consumismo nos obliga a adquirir. Adoptamos moldes sociales por pura imitación. Por ahí deben estar escondidas algunas causas de este mal:
I.- Autoestima baja. Cuando hay un desequilibrio entre los niveles de aspiración y los niveles de aptitud, se provoca una desubicación del individuo. Queremos más de lo que nuestra capacidad puede lograr; de tal manera que si no conseguimos algo, por ejemplo, una determinada calificación, nos deprimimos. Se dan casos de suicidio por haber reprobado algún estudio. También la autoestima decae cuando aparentamos ser lo que no somos y alguien descubre nuestra farsa, o queremos tener lo que no podemos. Por más que lo justifiquemos diciendo: “Al cabo que ni quería”, o como la zorra aquella de la fábula que, sedienta, no pudo alcanzar las uvas: “Total, si hasta se ve que están verdes”. Cuando algo no se logra, siempre queda un sentimiento de impotencia que se guarda en el subconsciente. El bombardeo televisivo nos dice cómo deben de ser nuestros vestidos, nuestra casa u otras propiedades, lo mismo que el modelo de pareja; al no tenerlos, el entusiasmo decae. Debemos valorarnos en el punto exacto de nuestras posibilidades. Alguien dijo que no es pobre quien menos tiene sino quien más necesita.
II.- Las pérdidas son otra causa poderosa de depresión. Un accidente trae consigo pérdidas humanas y materiales. Hay personas que se aferran tanto a lo material que lo valoran más que a su propia persona. Como casi nunca estamos preparados para esas desgracias, cuando suceden, nos enferman más que las lesiones. Las pérdidas de un ser querido también nos orillan a la depresión. La tristeza se convierte en amargura y desesperanza. Se nos olvida que la muerte es tan natural y que algún día debe llegar a cada uno de nosotros.
Tuve un primo que jamás se quitó de la mente que su infelicidad se debía a la falta de su madre, mi tía, desde que él era un niño. Así, cuando la recordaba crecía su pesar. Posiblemente eso lo llevó al alcoholismo, a abandonar a su familia (a su esposa y a sus hijos) y morir antes de llegar a la vejez. Mi madre murió un poco después que la de mi primo, cuando también yo era niño; sin embargo, cuando la recuerdo, pienso que, esté donde esté, espera ver en mí a un hijo triunfador y feliz. Siempre he de vivir agradecido por la vida que ella y mi padre me dieron hace más de medio siglo. Es una vida que valoro y cuido, sobre todo, en lo que respecta a la salud.
Cuando era un adolescente tuve momentos depresivos. Me reponía y seguía adelante y ella, mi madre, ahí estaba como una estrella en el horizonte. Y ahí sigue, como el faro de la esperanza que nunca se apaga, marcando una ruta de lucha y esfuerzos en tiempos de calma o de tempestades. Los problemas de la vida no los he evadido, los he enfrentado. Si he tenido que llorar, tan pronto como he podido, he secado mis lágrimas y le vuelvo a sonreír a la vida y sigue una luz exquisita brillando allá en el cielo. Nunca ha podido la desesperanza oscurecer la huella de mis pasos, aunque no debo olvidar que la muerte también se hizo para mí.
III.- Enfermedades. Cuando enfermamos, el mundo se cierra, se oscurece. Se borra el entendimiento y las razones dan paso a sentimientos confusos de negatividad. Da la impresión que todo se acaba. El dolor intenso nos acerca a la muerte. Y ahí está, la vemos cerca. Nos sentimos solos, deprimidos.
Esto ocurre, por lo regular, cuando no nos preparamos para el dolor. Nadie nos dice que todo es pasajero y que siempre hay algo que hacer. La ignorancia nos ha hecho enfermar y una cultura torcida nos ha hecho caer en el descuido. Si tenemos suerte alguien llega y recomienda buscar una alternativa de salud. La busca el enfermo, el médico, los amigos, los familiares y…sorpresa ¡la encontraron! El médico le salva la vida en la clínica de urgencias, el naturópata lo cura. Por fin sanó. Sí se pudo, gritan todos y lo festejan. De esta enfermedad no se pasó a la otra, la peor, la depresión. Esto es lo que hay que cuidar: no deprimirnos. Todas las enfermedades se curan, hasta la misma vejez es curada por la muerte. Y esto es ley.
IV.- Estilo de vida. La mala alimentación nos puede llevar a alterar el sistema hormonal con sus consecuencias como cambios de humor, obesidad, nerviosismo, insomnio y estrés. Además tenemos algunos excesos como el fumar, el alcoholismo, drogas y fármacos, aunados a la alteración de los equilibrios biológicos (insulina y glucosa, omega 3 y omega 6, sodio y potasio, acidez y alcalinidad, entre otros), con lo que llega la fatiga, el mucho o poco dormir, el mucho o el poco comer, la ansiedad y, por último, la depresión.
d.- Síntomas. Cuando la tristeza deja de ser un simple sentimiento de melancolía normal; cuando las circunstancias y el tiempo ya no son lo suficiente para retomar al entusiasmo y valorar lo que aún tenemos, entonces, pudiéramos estar frente a la depresión. Aunado a lo anterior, si se nos escapa el hambre, sin causas aparentes, lo mismo que el sueño y las ganas de hacer nuestras tareas; no hay duda que, si esa situación persiste, estamos en presencia de la depresión que, aunque moderada, puede progresar y llevarnos a otros problemas emocionales. El pesimismo, la indiferencia, las preocupaciones, la irritabilidad y la ansiedad, ante hechos que se justifiquen, puedan ser normales; pero, si el motivo no lo justifica, son señales de peligro.
Si perdemos toda la energía y no soportamos el cansancio y hasta nos sentimos culpables y perdemos la conciencia de lo que valemos y, si agregamos la falta de un mínimo de concentración y de decisiones y ya nada nos gusta o interesa, pudiéramos estar ya cerca del precipicio. Sólo nos falta que pensemos en la muerte como solución y, cuando este pensamiento nos invada, la cura puede llegar tarde. Por eso, con los primeros síntomas hay que buscar ayuda.
e.- Enfoque científico. Todavía, pese a los estudios efectuados, falta mucho por definir; sin embargo, coinciden los científicos en que el problema tiene una causa genética y un desequilibrio bioquímico. La química del cerebro puede ser modificada a través de la educación. Los médicos recomiendan fármacos y psicoterapias para lograr esa modificación química que favorezca incorporar al individuo a la vida sana y productiva. El desorden depresivo, según estudios clínicos puede agudizarse por el consumo de estupefacientes. Las drogas, aunque por un momento estimulas una reacción química que produce placer, terminan por alterar la función cerebral y el deterioro del sistema nervioso con la muerte de sus células que son irreparables.
Las fluctuaciones hormonales también son causantes de la depresión, según las estadísticas, éstas afectan más a las mujeres, sobre todo, en la época de la menopausia, en los ciclos menstruales y durante el embarazo. También se dice que alrededor del 10 % de mujeres experimentan depresión después del parto.
En el hombre el problema se agudiza al tener menos capacidad de comunicación que las mujeres y, por eso, se dan más los suicidios en el género masculino. La enfermedad se da más en los mayores; sin embargo, los niños no escapan, lo mismo que los adolescentes. En ellos una señal de alarma es cuando tienen problemas en el aprendizaje, ausentismo o conductas imprudentes.
e.- Alternativas antidepresivas. Cuando la depresión es moderada se recomienda el consumo de la Yerba de san Juan. Hasta el momento, las pruebas científicas señalan a esta hierba como la más efectiva para su tratamiento; pero, en caso de depresión mayor o bipolar, se debe recurrir a una terapia profesional. Para la sanación, es necesario, en principio, evitar sus causas, como otras enfermedades, el estrés y el consumo de drogas. Hay que mejorar la alimentación y distraernos con ejercicios a campo abierto.
Además de la Yerba de San Juan, se recomiendan otros suplementos como el omega tres con una dosis mínima de 3000 mg. que contenga un poco más de ácido eicosapentaenoico (un 70 %) que ácido decosahexaenoico (30 %). El ginkgo biloba también se recomienda acompañado de un buen polivitamínico. Y no olvides: Sin llegar al esfuerzo, trata de pensar positivamente, aliméntate con frutas y verduras, haz ejercicio moderado y, en algún momento del día, respira profundamente. La responsabilidad de nuestra salud está en nosotros mismos. El éxito depende del convencimiento de que lo queremos alcanzar. Una copa de vino tinto resulta muy relajante. ¡Salud!
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