Por: Marco Aurelio Martínez Sánchez
En sus diversos viajes que realizó a México durante la década de los años 30, Graham Greene retrató con singular colorido su tránsito del altiplano hacia el puerto de Veracruz y en su paso por Santa Rosa, hoy Ciudad Mendoza, la describió como una población “donde los grandes tulipanes escarlatas están en flor, las rosas y las magnolias en pleno marzo y los brillantes limones amarillos cuelgan de las ramas”. Dos décadas antes el viajero y escritor italiano Adolfo Dollero había quedado impresionado al recorrer la factoría textil a partir de la cual se había edificado el pueblo de Santa Rosa, advirtiendo: “Es una gran fábrica de hilados y tejidos de algodón; con más de 40 000 husos, 1 400 telares y 2 000 obreros. Unos 2 300 caballos de fuerza hidráulica y eléctrica mueven esa inmensa cantidad de máquinas, todas inglesas, las que trabajando día y noche producen lo mejor de la industria algodonera moderna”.
Aquí en este espacio exuberante, cuya vasta riqueza natural y pureza líquida fue aprovechada por los inversionistas franceses, quienes instalaron modernas fábricas en el corredor textil Orizaba-Santa Rosa y por alemanes quienes en 1886 fundaron, para beneplácito del homenajeado y de un servidor, la Cervecería Moctezuma, venerada por la feligresía bacanal de la región.
En este valle prodigioso, vigilado día y noche por el Citlaltepetl, nacieron los descendientes de aquellos tesoneros migrantes que llegaron al entonces llano verde de Santa Rosa Necoxtla, al conocer que la factoría textil les brindaría trabajo a mucha de su gente. Raúl diría que Santa Rosa, su lugar de origen, es un pueblo de personas enloquecidas por el viento fuerte y extraño de la surada que viene desde el Golfo de México. Es importante advertir, que en la región de Orizaba los santarrosinos son conocidos como locos.
Raúl Hernández Viveros, no fue hijo obreros textiles, mas eso no significó su indiferencia hacia esta clase trabajadora. Fue el segundo hijo de una familia acomodada, dedicada al comercio. Don Mario, su padre, trabajó noche y día en su popular tienda de abarrotes “El Trébol”, a la cual Raúl asistía ocasionalmente, en sus propias palabras, “solo para pegarle al mudo”, que en la jerga coloquial no es otra cosa que asaltar el cajón de los billetes.
El niño Raúl, solitario y relamido, fue amigo desde la infancia del afamado Rubén García Díaz alias el “Pollo”, personaje mendocino de prosapia intelectual y etílica, a quien Hernández Viveros inmortalizó con un apartado especial en su libro “La Generosidad Divina”. Otro personaje de quien Raúl guarda recuerdos intensos es de Mario Martínez, con quien recorrió los placeres mundanos en las convulsionadas y concurridas tabernas mendocinas, en constante búsqueda del paraíso terrenal.
Raúl fue testigo de la época pujante del sindicalismo local, en que las manifestaciones artísticas y culturales celebradas en el majestuoso Teatro Juárez, reflejaban en parte, la fecunda vida cotidiana de esta comunidad de obreros. También testificó el ascenso de personajes locales que sobresalieron en el escenario nacional, como Venus Rey, músico educado en Rochester, virtuoso del trombón de vara; “la pintora de blanco”, Sofía Bassi plasmando sus hermosas acuarelas surrealistas y el narrador y periodista Samuel Morales Ferrón mejor conocido como Severo Mirón, maestro de Hernández Viveros en sus primeros años de estudiante.
Raúl y todo jovencito santarrosino anhelaban llegar a ser grandes beisbolistas. Aspiraban a emular las hazañas del Zurdo Lozano del Tigre Gutiérrez o del Chato Martínez, singulares peloteros nativos de gran linaje beisbolero. Así fue como este chamaco, prospecto de pelotero caro, mecenas y short stop de los “Tecolotes de los cuatro focos”, novena del barrio que formó para que jugaran él y ocho chicos más, abandonó las canchas a temprana edad, cuando en un partido de liga, una línea violenta se fue a estampar en la zona frontal de su cabeza, lo que, subrayo, posiblemente traería repercusiones exitosas al escritor en ciernes, ya que le propició una lucidez sorprendente y un diáfano resplandor le abrió las puertas de la creación y la imaginación literarias, además que dicha sacudida neuronal desarrolló en él una memoria excepcional.
Apasionado de la vida, Raúl procura bajarse las penas cotidianas con un tinto de la Rioja y la buena mesa de los días, la adereza con la acidez característica de su fino humor inteligente.
Raúl, idealista irremediable, conversador y lector compulsivo, crítico acérrimo, escritor prolífico, amigo fraternal y gourmet de alta escuela, sin lugar a duda tiene un sitio especial en las letras de nuestro tiempo, pero sobre todo tiene un lugar preponderante en el corazón de sus amigos. María Zambrano diría que la amistad es un acto de frecuentar los mismos lugares del pensamiento, de ir y venir por un mismo sendero, aunque a veces sea con paso distinto. En este handicap de la vida, la bohemia y los libros, Raúl nos lleva ventaja de sobra; en donde nos empatamos es en el aprecio que sentimos por las mismas cosas y las mismas causas; y nuestro desprecio irrenunciable continúa siendo para quienes hacen de la estupidez un culto a la vida, me refiero, desde luego, a un amplio sector de la clase política nacional.
Vengan más años de estos, Raúl, maestro y amigo; tinta y papel; lucidez y pluma; ideales y acciones. Vengan muchos años más..
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