Por: Rafael Mario Islas Ojeda
A principios del Siglo XX Carolina Guapillo una dedicada maestra veracruzana originaria de Zongolica y radicada en la Pluviosilla de Rafael Delgado. Enseñaba desde las primeras letras hasta el sexto grado de la enseñanza elemental a niñas de la provinciana ciudad, puesto que en esas épocas existía la separación de los sexos en el sistema educativo. Maestra cumplida como pocas conservó el afecto de sus alumnas a través de muchos años, hasta su retiro y vejez.
A mediados del mismo siglo. Conocí a “Carito”, que así le llamaban familiarmente, pues mi madre que había sido su alumna, la visitaba ocasionalmente ya que vivía a la vuelta de la casona familiar, en una pequeña casa de las que tanto se veían entonces en Orizaba, llamadas de “puerta – calle”: techos de dos aguas, amplio zaguán, con una habitación frontal que hacía las veces de recibidor y sala; por dentro un pequeño patio ajardinado, habitación, baño, comedor y cocina.
Tuve la oportunidad de ser temporalmente su alumno en algunas manualidades, durante las vacaciones invernales y con ella descubrí un mágico mundo lleno de imaginación. Pues lo mismo aprendí a reciclar ciertos materiales que a diseñar tradicionales “nacimientos” que entonces lucían todas las casas de la ciudad al aproximarse la Navidad. Belenes que en las casas más adineradas constituían todo un espectáculo con figuras generalmente importadas de pasta o cerámica, que ocupaba las salas y en ocasiones dos habitaciones y que se podían contemplar a través de los barrotes de las ventanas que se abrían de par en par, a modo que todos los transeúntes los pudiesen contemplar.
Aprendí pues a recortar los empaques de los focos y hacer casitas de cartón, con todo y sus techos de dos aguas, pintándolas con pinturas hechas con cal y anilinas que se adquirían en la botica-tlapalería “El Congo Rojo” del Sr. Guillen. Los lagos donde nadarían los patitos de barro se representaban colocando un espejo y ocultando las márgenes con arena, piedras de río y musgo, los saltos de agua con papel plateado y los cristalinos ríos con tiras de celofán. Para figurar los desiertos del oriente medio se empleaba arena, de preferencia traída en algún viaje familiar a las playas de Veracruz, pues la de río era gris y no dorada.
Se preparaba una pasta usando el cartón o el periódico con agua y engrudo, una técnica del “papel maché”, para crear montañas sobre las que el musgo y el pascle recogidos en los arboles del campo crearían la ilusión de lejanos montes llenos de vegetación. Un efecto de mayor impacto se lograba si se recolectaban “arbolitos” por el rumbo de Los Cerritos, unas plantas que semejaban árboles en miniatura, quizás primitivos “bonsái” naturales, ya que en aquél entonces aún no se difundía este arte en la población.
Más no solo aprendí el trabajo manual; con ella escuchaba relatos fantásticos, que nutrían y alentaban mi imaginación, a la vez que contemplaba el ejemplo de una vida cristiana, llena de valores y tradiciones.
Sucedió que un día el dueño de la casa que rentaba Carito le pidió el desalojo de la misma, debido a que ocuparía la propiedad para su propia familia; al acercarse el perentorio plazo del propietario y no habiendo obtenido una prórroga, acudió Carito a buscar el apoyo de mi madre, sabedora de que nuestra familia poseía unas propiedades que también rentaban. Dio la casualidad de que había quedado una casita desocupada, por lo que intercedió mi madre en apoyo de su antigua maestra logrando que el diligente administrador hiciera los trámites para el contrato, solo que a la hora de solicitarle a la profesora que proporcionase el nombre de su fiador, ella se mostró un tanto indignada y molesta, por no estar habituada a esta formalidad, que hoy en día es requisito indispensable, pero que ofendía sus principios y valores de formalidad, palabra y cumplimiento. Su épica contestación aún resuena en mis oídos. “¿Fiador yo? ¡Fiador Carolina Guapillo! Sepa usted que mi fiador es el Corazón de Jesús” dicho lo cual se quedó esperando la respuesta de don Antonio, que así se llamaba el administrador. Este, no sabiendo que hacer solo acertó a mirar a mi madre quien con un guiño y asentamiento de cabeza le indicó que aceptara al fiador celestial.
Fiador e inquilina resultaron inmejorables pues pagó Carito puntualmente su renta hasta el final de sus días. Cuando ocurrió su deceso conocí más de los valores y virtudes que poseía, así como de los hechos de su historia personal. Como el que la llevó a renunciar a su plaza magisterial, por no estar de acuerdo con las instrucciones que se dieron al magisterio durante los años de cierre del culto en las iglesias, siendo como era una sincera cristiana de fuertes convicciones, lo que la dejo en precaria situación pecuniaria. Años después al cambiar esta situación regresó a sus tareas educativas con mayor entusiasmo y dedicación. También supe que al cumplir cincuenta años de enseñanza el Ayuntamiento y Club Rotario de Orizaba premiaron e impusieron medalla en el pecho de Carito y más adelante en un significativo día del Maestro, el entonces Gobernador del Estado de Veracruz, don Ángel Carvajal, le concedió medalla de oro como Decana del profesorado veracruzano. Dos años antes de fallecer vendría el máximo reconocimiento en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México en donde el Secretario de Educación le impuso la medalla Ignacio Manuel Altamirano, máxima presea del magisterio.
Todo esto lo pude conocer gracias a la sentida carta de Adiós que le dedicó mi madre y publicaron diarios y revistas de la ciudad en esos días y donde relataba muchos sentidos pasajes del afecto de sus niños y niñas, en los que forjó mentes y espíritus fuertes como el suyo, que transmitieron más tarde a sus hijos. Pero para mí siempre sería la profesora que despertó mi creatividad e imaginación y que tenía un fiador celestial.
1 comentario:
Era mi bisabuela!
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