Silvestre Manuel Hernández
Investigador
independiente en
Ciencias
Sociales y Humanidades
silmanhermor@hotmail.com
Objetivo
La
finalidad de este trabajo es presentar una exégesis sobre el sujeto y el poder
en Michel Foucault. Para ello, tendré en consideración sus obras L’archéologie du savoir, L’ordre du
discours, El pensamiento del afuera y “El sujeto y el poder”,
Sostendré la tesis de que en Foucault, disciplinas como la filosofía, la
literatura, la historia, y manifestaciones humanas como la locura, la
sexualidad, la medicina y los “espacios de racionalidad”, posibilitan las
formaciones discursivas sobre el sujeto y el poder.
I. El sujeto
Antes
de abordar el tema del sujeto, desde el poder, conviene hacer una precisión
sobre el lenguaje, por el estrecho vínculo que guarda con el primero. Foucault
no se olvida de la importancia que el lenguaje tiene en el siglo XX, ni de los
aportes que el estructuralismo ha legado, respecto al avance procedimental que
ya no depende de una entidad desde la cual se explique el texto, sino que ahora
se parte de sus propias estructuras. Y reconoce un distanciamiento del lenguaje
con respecto al “sujeto universal” de corte cartesiano, de ahí que exprese “el
ser del lenguaje, no aparece por sí mismo más que en la desaparición del
sujeto” (Foucault, 1997: 16). Es por ello que su reflexión sobre el sujeto
parece sustentarse en una indagación sobre el ser del lenguaje. Prueba de lo anterior
puede encontrarse en su estudio sobre la escritura de Maurice Blanchot,
realizado en El
pensamiento de afuera, donde argumenta sobre el lenguaje de “afuera”,
constituido por palabras que se despliegan indefinidamente hasta conformar un
lenguaje sobre afuera de todo lenguaje, carente de sujeto alguno, y distante de
ese “Logos que es algo así como el acta de nacimiento de toda razón occidental”
(Foucault, 1997:15). El filósofo francés señala: “[…] se sabía desde Mallarmé
que la palabra es la inexistencia manifiesta de aquello que se designa; ahora
se sabe que el ser del lenguaje es la visible desaparición de aquel que habla” (Foucault,
1997: 75). En este sentido, el pensador en ciernes se ciñe más a las
estructuras desde las cuales “se habla”, que a ese sujeto con tintes de
“conciencia soberana”, ya desvanecido en el ámbito del saber occidental, el cual queda obnubilado por el
lenguaje, donde “todo sujeto no representa más que un pliegue gramatical” (Foucault;
1997: 74).
Al reflexionar sobre el sujeto, Foucault
pretende crear una historia de los diferentes modos de subjetivización del ser
humano en la cultura, para ello analiza la objetivización que transforma a los
seres humanos en sujetos, siendo ejemplo de esto la ciencia, las prácticas
divisorias, y el modo en que un ser humano se transforma a sí mismo en sujeto.
Este proyecto está concebido desde una tesis fundamental: el sujeto se
encuentra inmerso en relaciones de poder, poder que no detenta nadie y es como
una red que cubre todos los espacios de acción del individuo y se bifurca en
los “espacios de racionalidad”, en donde se construye la subjetividad de los
sujetos.
Para analizar esto, propone una
ampliación de las dimensiones definitorias del poder, desde una “teoría” del
mismo, partiendo de las necesidades conceptuales y del tipo de realidad
correspondiente al sujeto, para constatar que el poder no sólo atañe a algo
teórico, sino que está en la propia experiencia. Por ello,
el poder necesita de mecanismos para propagarse y de una racionalidad
política que de cierta forma lo “justifica”.
Ahora bien, el vínculo entre
racionalización y poder, en cuanto análisis, puede abordarse mejor desde
racionalidades específicas: la locura, la enfermedad, la sexualidad, etc., es
decir, desde campos particulares del saber. Y desde las formas de resistencia
de los individuos contra la construcción de la subjetividad, como lo son las
que cuestionan el estatus del individuo, donde se lucha contra el gobierno de
la individualización; las que se oponen a los efectos del poder vinculados con
el saber, luchan contra los privilegios del saber; las que preguntan por el
¿quiénes somos?, se oponen a la abstracción y la catalogación científica; todas
ellas atacan una técnica, una forma de poder que designa la propia
individualidad, que impone una ley de verdad, pues “Es una forma de poder que
transforma a los individuos en sujetos”(Foucault, 1988: 231). Es pertinente
remitir a la definición del sujeto elaborada por Foucault:
Hay dos significados de la
palabra sujeto: sometido a otro a través del control y la dependencia, y sujeto
atado a su propia identidad por la conciencia o el conocimiento de sí mismo.
Ambos significados sugieren una forma de poder que subyuga y somete (Foucault,
1988: 231).
Según su precisión, el filósofo francés
considera tres tipos de lucha: las que se oponen a las formas de dominación
(étnica, social, religiosa); las que denuncian las formas de explotación; las
que combaten todo aquello que ata al individuo a sí mismo y de este modo lo
somete a otros (luchas contra la sujeción, contra formas de subjetividad y
sumisión). Las formas de sujeción están inmersas en los fenómenos sociales,
económicos y políticos, y en los órganos institucionales como el Estado, que
nace en el siglo XVI e incorpora la técnica del poder pastoral de origen
cristiano—estratificado, irguiéndose en un poder individualizante y
totalizador. Él busca que los individuos se integren, sometiendo su
individualidad a un conjunto de mecanismos, fue así que desarrolló una
“táctica” individualizadora, característica de una serie de poderes: el de la
familia, de la medicina, de la psiquiatría, de la educación y de los
empresarios. Concluye Foucault:
[…] el problema político,
ético, social y filosófico de nuestros días no consiste en tratar de liberar al
individuo del Estado, y de las instituciones del Estado, sino liberarnos del
Estado y del tipo de individualización vinculada con él. Debemos fomentar
nuevas formas de subjetividad mediante el rechazo del tipo de individualidad
que se nos ha impuesto durante varios siglos (Foucault, 1988: 234 – 235).
Esto amerita los siguientes comentarios.
El poder se ejerce desde una relación de pareja, esto es, desde estructuras y
mecanismos de uno sobre otro, y presupone una comunicación, es decir, un cuerpo
verbal factible de interpretarse, de encontrarle una articulación
significativa, aquí lo más importante es el grado de racionalización presente
en el discurso. La acción del poder no se limita al Gobierno o a las Instituciones
(con sus reglas, mecanismos y dispositivos para mantener a los individuos
“sujetos”), sino que se conforma por la actuación de un sujeto sobre acciones
posibles (sujetos actuantes), y se sustenta en la libertad, es decir, la
libertad es la condición de posibilidad para la existencia del poder, y su
arraigo se patentiza en el nexo social y en la generación de saber sobre los
sujetos.
II. El poder
Foucault
parte de un análisis tanto histórico como teórico en la historia del
conocimiento, es decir, ve su continuidad en el mundo, el cual se presenta como
un conjunto de discursos de los distintos saberes del hombre. Y encuentra que
los cortes de los discursos, en la literatura, la política, la filosofía o la
ciencia, son “categorías reflexivas, principios de clasificación, reglas
normativas, tipos institucionalizados: son a su vez hechos de discursos que
merecen ser analizados al lado de los otros” (Foucault, 1994: 33). En términos
formales, Foucault tiene dos acepciones sobre el discurso, una corresponde a un
marco estructural, lingüísticamente hablando, y otra se ciñe a una dilucidación
sobre el ejercicio y propagación del poder.
A su vez, en nuestro autor, la
reconstrucción de un sistema de pensamiento depende de un conjunto definido de
discursos, cuya finalidad es encontrar la “intención del sujeto parlante”, lo
que ha querido decir con sus palabras, es decir, reconstruir un discurso a
partir de su voz, de su irrupción histórica, del enunciado que acontece en su
singularidad, pero que se conjunta con disciplinas o estrategias de poder.
Para analizar el discurso, Foucault
realiza una tipología del mismo, es decir, va hacia los procedimientos
relativos de control, sumisión y de “regularidad”, que no tienen que ver con un
significado último y sí con un revertimiento del pensamiento hacia los signos y
estructuras de la lengua utilizada, y con la producción de sentido, con la
interconexión de signos, aclara el filósofo: “Los discursos deben ser tratados
como prácticas discontinuas que se cruzan, a veces se yuxtaponen, pero que
también se ignoran o se excluyen” (Foucault, 1971: 55). Las reglas de formación
de las formaciones discursivas aluden a las condiciones a las que están
sometidas las elecciones temáticas o estratégicas. Éstas son temas o teorías
posibilitadas por discursos que dan lugar a ciertas organizaciones de
conceptos, a ciertos agrupamientos de objetos, y a un particular grupo de
enunciados.
En
su caracterización hay un emparentamiento del discurso literario con el de otro
orden del saber, en tanto que hay elementos regulativos internos y externos,
posibilitando su circulación y, a la vez, distribuyendo a los sujetos que
hablan en los diferentes tipos de discurso, adecuándolos de acuerdo con las
categorías casi teleológicas de los distintos contenidos de los discursos.
El poder, en tanto discurso, se compone
de la prohibición, sexual o política; la razón, en oposición a la locura, y a
la “voluntad de verdad” versus la verdad auténtica. Para responder a los juegos
de limitación y exclusión que los mismos discursos conllevan, Foucault apela a
una verdad ideal, a una racionalidad inmanente (como principio de desarrollo),
y a una ética del conocimiento, entendiéndose éste como:
[…] relación estratégica que
prepara la perspectiva desde la cual abordar teóricamente “el problema de la
formación de determinados dominios de saber a partir de relaciones de fuerza y
relaciones políticas en la sociedad” que “no serán un velo o un obstáculo para
el sujeto de conocimiento y, en consecuencia, las relaciones de verdad” (Gabilondo,
1990: 150).
El discurso, entendido como red verbal, es
acontecimiento y porta una historia donde el sujeto se dispersa. No encierra
una casualidad mecánica y su materialidad se plasma en el lenguaje que lo
conforma, ya sea en cuanto texto literario, explicativo, referencial o
denotativo, pero adquiere su real importancia cuando permite hablar de los
sujetos, ya sea como seres subjetivizados o como partícipes de la propia
raigambre del poder que en él subyace.
Conclusión
El
juicio de valor que se extrae de las tesis de Foucault, atañe a una verdad subsumida
al discurso, que es un discurso desde el poder, desde los “espacios de
racionalidad” (escuela, familia, iglesia, instituciones, etc.) donde, a través
de la enunciación, se va construyendo la subjetividad del sujeto, y por
derivación lógica, esa “verdad” es histórica, como lo constata la historización
del discurso y, por ende, del sujeto, realizada por éste filósofo.
Las tesis sobre el discurso, y su
interrelación con el sujeto, coinciden en que parten de una categoría (el
sujeto) desde la cual parecería que “cobran sentido”, para luego diseminarlas
en el espacio de la escritura y dar paso al lenguaje, ya sea como creador de
formas verbales posibles de estudiarse dentro de una raigambre enunciativa, o
como una función dentro de un discurso anegado de poder que individualiza y
crea saber.
Bibliografía
Gabilondo,
Ángel (1990), El
discurso en acción. Foucault y una ontología del presente,
Anthropos, Barcelona.
Foucault, Michel (1994), L’archéologie du savoir, Gallimard, Paris.
______ (1971), L’ordre du discours, Gallimard, Paris.
______
(1997), El pensamiento del
afuera, trad. de Manuel Arranz Lázaro, Pre–Textos, Valencia.
_______
(1988), “El sujeto y el poder”, en Michel
Foucault. Más allá del estructuralismo y la hermenéutica,
Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, pp. 227 – 244.