Por:
Juan Martínez María
La expresión náhuatl define al
hombre como “dueño de un rostro y de un corazón”, y estas características se
han desarrollado a través de la historia del México antiguo hasta el presente
en todas las facetas de su cultura, otorgándole un rostro y corazón propios
caracterizado por el mundo de sus mitos y su cosmogonía.
El
presente artículo alude a la importancia que tiene rescatar las diferentes
facetas culturales que a lo largo de la historia le han otorgado identidad a
nuestros pueblos indígenas, para conocer su pasado y así entender su presente,
considerando dentro de ello su pensamiento religioso, su arte y educación, su
concepción de la historia, su organización social y política. En el México
antiguo Tlacaélel y Netzahualcóyotl fueron unos sabios tlamatinime, legaron al
pueblo azteca una cultura basta y reformadora que cimentó el gran dominio
cultural en sus territorios conquistados, estos antecedentes son base
testimonial de una raza que llegó a ser tan fuerte en todos sus aspectos. En el presente, somos los educadores quienes
debemos de considerar la etnología como parte de nuestra formación y que en
cierta forma permitirá integrarnos al mundo de la información de la tradición
popular que existe en aquellos que han sobrevivido a los embates de la
alienación y que son nuestros sabios huehuentzis o hueytatas (hombres viejos y
sabios) que aún tienen mucho que legarnos de sus sabios saberes.
Uno de
los fines educativos, es precisamente el rescate de la tradición oral de
nuestros pueblos, como el redescubrimiento de sus raíces dentro una actividad
pedagógica de investigación inculcada desde temprana edad en los educandos, partir
con la promoción de la lectura basada en escritos que incluyan leyendas y
tradiciones de cultura popular regional o nacional, y una vez abierto el
interés en este ámbito proseguir con la investigación de las fuentes orales que
existen en la comunidad. Al realizarlo
se constituyen espacios de placer y de convivencia, se fomenta la
investigación, y se practica la redacción de textos con sentido
antropológico. A continuación, se
presenta la parte I de un relato de nuestro informante Loreto Hernández de la
localidad Sasaltitla, Chicontepec, Veracruz.
“Un día
de tantos, soleado como nunca bajo los efectos de un calor agobiante, cansado
de acarrear piedras del arroyo para construir el horno de la molienda de caña,
presionado por mi padre porque ya la caña maduraba floreciendo como señal de
corte, cuanto antes debía quedar el horno para la próxima molienda”
-“Se me
hizo fácil faltar a los principios de respeto hacia lo hecho por nuestros
antepasados dado que nuestros abuelos siempre nos inculcaron valorar las
construcciones o montículos de tipo piramidal que yacen enterrados bajo tierra,
simulando ser cerros pequeños en la parte plana o de vega donde solemos
cultivar caña o maíz”
“Para
ahorrar tiempo, tomé la piocha y empecé a escarbar la base de una de estas
construcciones y encontré muchísima piedra, suficiente para concluir el horno
de molienda”
En eso
estaba cuando de pronto se vino un derrumbe de piedra y tierra y por poco muero
aplastado, mis ojos no alcanzaban a mirar dentro de la nube de polvo y cuando
por fin lo pude hacer, vi a una anciana vestida con una blusa de manta bordada
en punto de cruz, sentada en una silla pequeña de palma y sin quitarme la vista
de encima de manera furiosa me llamó por mi nombre y me dijo:
Tá
Loreto, ashcana ti techtlepanita campa titztoque tojuanti,
¿
quenque ti xolequi ni nocha?
ashcuali
tlen tichitocj,
nama
tipia sampa ti cualtlalis nocha,
pampa
tlan ash ticualtlalis,
ashcana
huelis ti cochis,
hasta
queme ti miquis.
Traducida
al español, me dijo:
_Oye tu
Loreto, tu no respetas aquí donde vivimos nosotros,
_¿Por
qué destruiste mi casa?
_No es
bueno lo que hiciste,
_Ahora
tienes que volver a componer mi casa,
_Porque
si no la compones,
_No
podrás dormir,
_Hasta
que te mueras.
En
efecto, desde esa noche cada vez que pretendía dormir, veía en mis sueños a la
anciana mirándome con furia diciéndome –“conponme mi casa Loreto” -- y así
llegué a aguantar cuatro días sin dormir hasta que estuve a punto de volverme
loco.
Visité a
un curandero, le llevamos a la anciana su ofrenda y me dispuse a colocar piedra
por piedra lo destruido hasta que terminé, solo así pude dormir ya en paz.
-- Esto que
les cuento es cierto, aprendan a respetar estos lugares donde vivieron y siguen
viviendo nuestros antepasados, ellos conviven con nosotros y nos protegen
siempre y cuando no los molestemos.
correo
supjuanmaria @gmail.com
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