Marcelo Ramirez Ramirez
Las lecturas más impactantes,
las que impresionan vivamente el sentimiento y la imaginación y se quedan con
nosotros para siempre, son las lecturas que hacemos en la juventud. De esas
vivencias nacidas del encuentro con la palabra escrita, conservo todavía el recuerdo
de la obra de Sor María Rosa Miranda: la Epopeya bíblica, un regalo del noble
sacerdote Juan de Jesús Valiente. Los relatos del libro, versión adaptada con
gusto moderno a las necesidades del lector medio, me abrieron las puertas a un
mundo de héroes y batallas del género épico, tan a propósito para
alimentar la sed de aventuras del
corazón humano. En esos mismos relatos ya estaba presente, como lo advertí más
tarde, la oposición, al parecer irreconciliable, entre el pueblo de Abraham y
sus vecinos. La violencia, las intrigas, el rencor que anida como una serpiente
en el alma del hombre; el odio irracional, la sed de venganza, la paz nunca
alcanzada para un periodo considerable, son elementos que impregnan la atmósfera
de las páginas de la Epopeya bíblica. En esa época remota quedan definidos los
caracteres esenciales de una situación conflictiva que vemos reaparecer, después de dos mil años, al
fundarse en 1948 el Estado de Israel. Los componentes subyacentes del conflicto
son el dominio del territorio y las creencias religiosas, ambos mezclados con intereses
cuyo origen no es muy claro, pero que
remiten en última instancia a la geopolítica, a la redefinición del orden
mundial preservando privilegios y hegemonías ante la emergencia de
reivindicaciones ancestrales de pueblos y culturas.
Si bien los líderes
políticos de Israel son hombres de ideas modernas y algunos incluso tienen una
visión completamente secular del mundo, el Estado mismo no deja de representar,
para la comunidad musulmana, la encarnación de un designio de poder
territorial. Israel, con asentamientos que cada día acrecientan su base
poblacional, es el cumplimiento de la promesa bíblica hecha a un pueblo constituido por esta
promesa. Los colonos llegan para ocupar “la tierra prometida”, por lo que se
trata, según esta óptica, no de una invasión sino de un retorno. Los Padres
fundadores del nuevo Estado se inscriben, así, en la genealogía de los salvadores
del pueblo judío, que lucharon para darle libertad y justicia en los tiempos
bíblicos. Uno de estos Padres fundadores es Shimon Peres, muerto el día 28 de
septiembre de 2016 a la edad de 93 años.
La exposición de los
antecedentes históricos aquí expuestos de manera sumaria,
explican el por qué las relaciones de Israel con el mundo árabe, tienen
connotaciones únicas que las distinguen de las relaciones entre Estados de
cualquier otra parte del mundo. La explosividad de esas relaciones hace del
medio Oriente una zona minada que puede estallar en cualquier momento. Si se
quiere buscar la máxima prueba a la eficacia de la política, como método de
negociación para la coexistencia pacífica de los que son diferentes, dicha
prueba la representa, sin duda, el caso de Israel y el mundo árabe. Y lo ha sido de hecho desde
1948, según lo demuestran las crisis recurrentes que se han venido presentando
y la fragilidad de las bases jurídicas y políticas con que se ha intentado dar
estabilidad a esa región del mundo. Por todo esto, la figura de Shimon Peres
tiene un significado histórico, pese a las sombras que enmarcan su larga
actuación política desde la fundación del Estado Judío, hasta los años
recientes de su segundo desempeño como presidente de Israel (julio 2007 – julio
de 2014). Hablar de hipocresía en la política es una manera de aludir a la
opacidad que es consubstancial a la política. ¿ no aconsejaba Maquiavelo tener
mucho cuidado con revelar las verdaderas intenciones? El político no puede ser
nunca y menos puede serlo en condiciones de posturas excluyentes, una de las
cuales él representa, una figura transparente, cuya acción sea absolutamente
previsible, pues entonces quedaría a merced del adversario. Exigir o esperar
eso es desconocer la tarea del político que lo obliga a calcular el peso de los
factores y la posible reacción de sus
adversarios. En su esfuerzo por ajustarse a los hechos cambiantes, el político
debe usar la razón práctica orientada a la acción. La razón teórica, como su
nombre indica opera en el orden de las abstracciones; sirve para proponer el
orden ideal, la utopía, pero para incidir en la realidad concreta, su
aportación requiere la mediación de la razón práctica capaz de “ver” las
posibilidades de una acción eficaz. Así, la política deviene en “el arte de lo
posible”. El realismo político en su
mejor expresión guarda congruencia con la realidad y construye una Techné, es decir, adapta los
medios a los fines. En este reconocimiento de circunstancias jamás idénticas, se asemeja al
pragmatismo de los oportunistas, pero se distingue de él, en cuanto mantiene vivos
los objetivos superiores y respeta la verdad y los intereses del adversario. De
la política puede decirse lo mismo que dijo Kapuscinsky del periodismo: “no es
un oficio para cínicos”. Pero esto únicamente es posible, porque ambas
actividades se prestan a la hipocresía y porque tienen como única garantía la
intima adhesión a sus convicciones de parte de quienes las practican. La
autenticidad del político o del periodista queda fuera de la competencia del
observador externo, salvo, claro está, en los casos muy obvios en los que el
cínico ha perdido todo recato, considerando su conducta ”normal”, en tanto
corresponde a los estándares morales de una sociedad en decadencia. Shimon
Peres fue, hasta dónde puedo juzgar su trayectoria, un político realista que buscó
la consolidación del Estado Judío, pero creyó posible conseguir esta ambiciosa
meta a través de una paz que permitiera a la comunidad judía permanecer y
prosperar junto a sus vecinos, sin la permanente amenaza de la guerra. Con su
adversario político Yitzhak Rabin y con el mayor adversario de ambos, Yasser
Arafat, se apuntó un gran logro con la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993.Con dichos
Acuerdos se pensaba trazar la ruta que terminaría, después de cinco años, con
la creación del Estado Palestino independiente. La meta no se alcanzó, provocando
la crítica de quienes vieron en los Tratados de Oslo una simple estrategia
enmarcada por la hipocresía, con el único propósito de ganar tiempo y facilitar
el cumplimiento del programa nuclear
Israelí, del que Shimon Peres fue el principal inspirador. Sin embargo, ver en
estos hechos una contradicción, es renunciar a la complejidad de lo real y
pretender imponer lo deseable a lo posible. Shimon Peres aspiró a la paz sin que
estuviera a su alcance crear las condiciones efectivas en que ésta fuera
absolutamente factible. Por lo demás, sabemos muy bien que la paz es una
adquisición frágil en trance constante de perderse. El mérito de Shimon Peres
fue su esfuerzo obcecado en busca de la paz, procurando ser interlocutor
confiable en un ambiente cargado de suspicacias, tanto en el bando contrario como
en el suyo propio. Para el primero, su pacifismo era una careta; para el
segundo, su pacifismo era signo de debilidad. No obstante se mantuvo firme en sus
convicciones, siendo fiel a sí mismo y ésta es la mayor virtud a que puede aspirar el hombre público El caso
de Shimon Peres nos muestra los alcances de la política y sus límites. Estos
límites nos dicen que la política no puede darnos todo lo que queremos, pero es
la única que mantiene abierto el camino de la esperanza, cuando el político
actúa por convicción y hace del poder un instrumento al servicio de la
comunidad.
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