Manuel Fernández Téllez
Imagino al hombre primitivo
corriendo por las inmensas estepas, aterrorizado por las horripilantes fauces y
los feroces gruñidos de las gigantescas bestias salvajes. Imagino la zozobra,
el temor, la angustia que habría de producirle la inmensa oscuridad después del
día; el súbito esplendor del cielo al amanecer o las frías gotas de lluvia
sobre su rostro.
Lo imagino más tarde, cuando
escapando del peligro de la muerte cobijaba sus miedos y temores bajo las ramas
de un frondoso árbol o en interior de una caverna. Ahí en la inmensidad del
silencio- con seguridad- llegaría hasta sus oídos el sonido producido por el
aletear de las aves, del agua que corre por un río cercano y el ruido de las
plantas producido por el viento. Sin duda, en ese estado, el cerebro del hombre
estaba muy lejos de poder dedicarse a la interpretación del porqué sucedían
esas cosas. La premisa fundamental era: sobrevivir.
En otra época, miles de años más
tarde, el hombre gracias al trabajo ha logrado domesticar algunos elementos de
la naturaleza. Gracias al uso del fuego y del hierro ha logrado crear una
extensión de sus extremidades y con ello se ha convertido en un gigante de la
naturaleza. También gracias a la domesticación de los animales y el
aprovechamiento de sus carnes, leche y pieles ha logrado vencer el hambre, el
frío, la inseguridad y al mismo tiempo, sin darse cuenta, sin proponérselo, ha
fortalecido y desarrollado su cerebro. Inconsciente, lenta pero
irreversiblemente va convirtiéndose en Homo Creator.
Sin duda, en estos dos pasajes
diametralmente opuestos, la curiosidad y la admiración del hombre no estaban
ausentes, sólo que, en ese momento, las condiciones adversas que le rodeaban
impedían su desarrollo.
Solo años más tarde, cuando sus
necesidades primarias están satisfechas de alguna manera, el hombre tiene la
oportunidad de detenerse en un momento de su azarosa vida para ver el mundo con
otros ojos, para maravillarse con el espectáculo del firmamento infinito y
preguntarse: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué es la muerte?
De manera esquemática podría
afirmarse que en ese momento el hombre empieza a filosofar, a buscar una razón
a su existencia y la del mundo que le rodea.
En todo este proceso ha sido la
admiración y la curiosidad, acompañada casi siempre de la creatividad y la
fantasía estimuladas por la necesidad lo que ha permitido a la humanidad
desarrollarse con plenitud, lo que le ha orillado a conocer el mundo que le
rodea y conocerse a sí misma.
La búsqueda de una justificación
al porqué de las cosas, es lo que inclinó a los hombres más destacados de las
diversas épocas por las que ha transitado la humanidad ha dedicar todo su
tiempo, toda su capacidad e inteligencia en este cometido. La interpretación,
justificación y presentación de los fenómenos y sus causas, no hay que
olvidarlo, siempre ha estado y estará ligado a los intereses que los hombres
representativos defienden y ponderan.
Por ello no es sorprendente que
durante siglos la filosofía sirviera para adormecer la imaginación, la
creatividad y la fuerza transformadora de los pueblos.
La humanidad ha pagado caro su
deseo de alcanzar el conocimiento. En este transitar lento y doloroso la
ignorancia y la cultura han enfrentado fiero combate. A veces la oscuridad
domina a los pueblos haciéndolos esclavos de quienes utilizan el manto de la
ignorancia, los prejuicios y los dogmas para acrecentar sus riquezas y aplastar
a quien se oponga a su ambición. A veces la luz del conocimiento, el espíritu
creador se abre paso entre el pantano de la ignominia; entonces los pueblos avanzan,
crecen, se fortalecen, se encuentran así mismos.
Hoy a siglos de distancia de que
el primer hombre se cuestionara sobre su razón de hacer y ser en el mundo sigue
prevaleciendo una corriente de pensamiento, una clase social inhumana y salvaje
empeñada en cercenar, en asesinar el intelecto humano; en impedir el desarrollo
evolutivo de la sociedad, del hombre.
Hoy la globalización neoliberal
en su papel de exponente mayor del capitalismo, de instrumento de dominación
económica y política de los pueblos nos habla, pretende convencernos de la
muerte de las ideologías, del fin del debate ideológico.
Los defensores de la
globalización neoliberal nos hablan de modernidad, de integración, de
desarrollo; pero olvidan mencionar que sus beneficios sólo son accesibles para
una reducida minoría de privilegiados en tanto a millones y millones de seres
humanos les toca, con su hambre, su miseria, con su vida; pagar los excesos y
privilegios de los capitanes del capitalismo salvaje.
Sin duda, producto de la
Revolución científico- técnica- el hombre ha logrado extender sus manos y sus
pies con las máquinas, los automóviles, los aviones; la televisión, el cine y
el vídeo son una extensión de sus ojos; la robótica, la informática son
excelentes instrumentos que cada vez con mayor intensidad reemplazan el trabajo
del hombre; por su parte el Internet está revolucionando y acelerando la forma
de relacionarse de la sociedad y de manera especial de las nuevas generaciones.
Sin embargo el desarrollo de las
ciencias y la tecnología no ha logrado - ni logrará- crear una máquina capaz de
sentir y pensar como el hombre. La ciencia y la tecnología no podrán revertir
la pobreza y la ignorancia mientras el móvil sea la especulación, el consumismo
y el mercado; razón de ser y de existir de la globalización neoliberal.
El portentoso desarrollo
cibernético hoy nos sorprende y maravilla al igual que hace millones de años
las fieras salvajes atemorizaban y sorprendían al hombre primitivo. Como
nuestros ancestros debemos pasar de la admiración al análisis, al entendimiento
y la transformación del mundo que nos tocó vivir.
La vorágine económica, ideológica
y política del momento exige imaginación, conocimiento y creatividad para
enfrentar y transformar la realidad dolorosa y cruel en una más humana, más
digna de vivir.
La filosofía se convierte así en
gigantesca y poderosa arma de los pueblos para combatir a quienes desean
continuar avasallando el pensamiento y el desarrollo humano. Es hora de
recordar y aplicar las ideas del genial maestro del proletariado internacional,
Carlos Marx: La filosofía debe ser un instrumento no sólo para contemplar el
mundo sino para transformarlo de manera creadora.
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