Víctor Manuel Vázquez Reyes
«¡NO, NO, NO!» y lanzando un golpe contra el altar el
espectro de Beethoven hizo que la sinfónica callara. Los músicos estremecidos
miraban perplejos.
«¿Acaso creen?, ¿¡si quiera!?, ¡bah! ¿Tienen una idea de lo
que significa revivir a un muerto? ¿que pueden intentar, que pueden, emm, hacer
estos vanos esfuerzos por interpretar mis melodías? ¡Estúpidos!»
«Tú, si, ¡TÚ!, ¡Comienza!, ¡COMIENZA!, ¡y tú! ¡Síguelo!, ¡A
un lado inútil» y quitando de un empujón al director y arrebatándole la batuta
comenzó diciendo con voz aflautada, moviendo los dedos en el aire de manera
delicada «veamos de qué les han servido tantos años en su academia musical»
Apenas se empezaba a escuchar la hermosa melodía en conjunto
y de manera magna retumbaban en la catedral de la ciudad cuando el que se
pensaba salido del mismo infierno se acercó al primer violinista y le arrebató
el instrumento gritando «¡si alguien se detiene le pasará lo mismo!» y
partiéndolo de un golpe en la enorme columna que se encontraba cerca, los
pedazos de madera volaron. Recogió el arco y lo miró detenidamente, remplazó la
batuta con éste.
Los desafortunados intérpretes miraban con terror pero jamás
pensaron en callar, incrédulos cerraban la primera parte.
«II»
«¡SATANÁS! ¡REGRESA DE DONDE HAS VENIDO! ¡TE LO EXIJO EN
NOMBRE DE DIOS PADRE, JESUCRISTO SU HIJO Y POR EL ESPÍRITU SANTO!» el sacerdote
gritó con rosario y crucifijo en mano, los ojos fijos llenos de ira parecían
relampaguear.
La audiencia poco a poco levantándose de sus asientos rezaba
al mismo son «¡Dios te salve
María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...» sin
embargo, el espectro poco a poco se acercó al sacerdote y en su cara soltó una
carcajada estrepitosa, con una señal de chasquido de dedos la Filarmónica
estruendosamente comenzó con la siguiente parte de la sinfonía.
Magistralmente era interpretada su aclamada composición, el
llanto de un niño hizo voltear al encolerizado Beethoven, quebrando el arco del
violín que tenía en las manos, mordiendo una de las partes y arrojando la otra
mitad en dirección del infante los cada vez más sorprendidos fieles trataban de
rezar más y más fuerte, sin embargo, su intento de auxilio era sofocado por mucho
con la melodía que no paraba de sonar.
El sacerdote de acercó con un frasco lleno de agua bendita y
al intentar rociar las primeras gotas un extraño movimiento lo llevó a caer de
espaldas... Con sonrisa maligna, el rostro blanquecino miraba fijamente al suelo
mientras la decía «ni lo sueñes, por ahora no regresaré, en vida fui bueno, mi
obra encaminada al bien, sin embargo, al infierno fui a dar»
Concluía la segunda parte de manera exitosa.
«III»
Apenas comenzaba la tercera parte, Beethoven bailaba, gesticulaba,
movía las manos ardiendo de contento al son de sus piezas. Se acercó y abrazado
de una imagen de un santo brincaba alegre cuando un candelabro se desprendió
del techo, cayó en su cabeza.
¡GLORIA A DIOS!
«IV»
«¿Sabe qué es lo bueno de estar muerto cura? ¡que ahora ya
puedo escuchar lo que en vida no pude!» Y comenzaron con una fuerza inaudita
los instrumentos, parecía que el volumen se incrementaba en cada nota. Las
imágenes parecían cobrar vida, más de uno juró que ese día las iconografías y
estatuas cambiaron de posición.
La parte tranquila de la obra sirvió para que en el santo
altar Beethoven diera unas vueltas extasiado, aclamado por una audiencia
imaginaria, los fieles aparentemente seguían rezando, aunque ni un pequeño
rumor salía de sus bocas.
Poco a poco se acercaba a los cirios encendidos y les
soplaba con delicadeza, jugando con el santo fuego, apagándolo a su antojo,
cubriendo poco a poco la iglesia de tinieblas.
En la lúgubre e imponente catedral parecían adquirir mayor
fuerza las notas, cada cuerda, cada soplido en cualquiera de los instrumentos
parecía especial.
La tercera parte cerraba de magnificente.
«V»
«¡La corte imperial, esos desgraciados, mis falsos amigos,
mi familia, ¡jajaja!» Parecía delirar mientras con fuerza sobrehumana levantaba
los bancos y los arrojaba a los lados.
Los fieles absortos fueron cubiertos de flores que el
escupido del infierno arrancaba de los arreglos.
«¡LO TENGO! ¡LO TENGO!»
«¡CÁLLENSE!»
Tomando un violín y deslizando el arco tocó de manera jamás
antes percibida por el ser humano. Sería la envidia de Giuseppe Tartini, porque
ni en sus sueños el mismo diablo hubiera tocado la mitad de lo que Beethoven
nos mostró aquel día. Claro que estos arreglos, no pudieron ser captados por
ningún mortal.
Después del letargo del que despertamos y hasta la fecha
únicamente queda una vaga impresión de aquella noche.
«VI»
Poco a poco Beethoven se encaminaba a la puerta, dando
vueltas sobre su eje y mirando con enorme sonrisa a los espectadores, parecía
bailar muy contento y satisfecho del desastre causado.
Pasó junto a un enorme confesionario y mirándolo fijamente
entró en él con las manos en alto.
III/IX/MMVI
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