Angélica López Trujillo
La mañana desliza su cauda fresca
ciñéndose corona de frágil
cristal,
desposándose con el viento…
¡divina locura!
La ráfaga del trueno precede la
marcha nupcial.
Asomo a la ventana el rostro
feliz,
extasiada, cual chicuela
atolondrada,
atisbando lo prohibido de un
desliz:
El viento apasionado con la
lluvia desbordada.
El idilio se estampa en mi rostro
asombrado
como beso prófugo que me
estremece,
mi espíritu en dicha anonadado
oscila entre la lluvia que mece…
Su pasión fogosa en los ramajes
y el viento huracanado
que en los charcos forma oleajes
pregonando su amor apasionado.
Cuando al fin ha saciado su
pasión
entre centellas y ecos de bravura
mi espíritu recobra la cordura
robándole a la lluvia la voz del
corazón.
Serenamente le contemplo, como
ayer:
Fresca, juguetona, musical y
cantarina,
inquieta entre los árboles,
queriendo extender
su cauda fascinante y diamantina;
Deslizando mágicamente gotas
maravillosas
en el pavimento sediento y
empolvado
formando un lagrimón achocolatado
que huye veloz por las baldosas.
Del cielo a la tierra tejió una
cortina,
la lluvia cantarina
con hilos de luz y plata
que nadie, nadie, maltrata.
Su murmullo es lenguaje de amor.
Es vida, sueños y sonatina,
es el alma de Dios con todo su
fulgor
es lazo anacarado… ¡Oh promesa
divina!
Es prodigio y es luz
entre el burbujear fascinante
y los misterios de la cruz
que todo ilumina en un instante.
Es la misma lluvia de ayer
que me invitó a viajar
en colosales buques de papel
que prometieron baúles de
tesoros…
¡Y castillos encantados a granel!
Es la lluvia que dejó conquistar
selvas remotas rebosantes de aves
canoras,
mundos ideales para amar
donde el tiempo no se mide por
horas.
Es la lluvia que acuné en mis
manos,
y como niña veloz corrí con ella,
la que me acompañó en la
adolescencia
y me enseñó la oración más bella.
Es la lluvia que me dio un pedazo
de mar
y el murmullo de su plegaria
ferviente
que a los sentimientos místicos
logró despertar
dándome la capacidad de vivir
plenamente
mi realidad y mi presente.
¡Como deseo ser savia de los
ramajes,
de las madreselvas y acacias en
flor,
circulando entre las nervaduras
de sus ropajes
para impregnarme sin ningún temor
de su clorofila y perfumes!
Ahí, diluirme en santo amor
vibrando siempre, siempre
Entre
¡Lluvia, viento y amor!
Jamás
Angélica López Trujillo
Tú y yo nos encontramos;
nuestros pasos se reunieron.
En el azul del cuelo
se enlazaron los ideales;
nuestras manos vibraron
acariciando la piel:
en un instante comulgaron
presente, futuro y ayer.
En el mismo punto convergieron
la luz de nuestras miradas…
los ideales entretejieron
esperanzas anheladas.
Volvamos por esos caminos
al encuentro de nuestros pasos…
tal vez divinos…
pero con los fulgores… ¡En
nuestros ocasos!
En nuestros labios mudos,
morirán nuestras promesas,
dulcemente, sin resabios
por lo que no fue posible,
¡En nuestras vidas!
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