Marcelo Ramírez
Ramírez,
Ya son varios los miembros
de la Academia Mexicana de la Educación que se nos han adelantado en el viaje a
la “región del misterio” que dijera el
poeta Nezahualcóyotl; el últimofue el entrañable amigo Alberto Ruiz Quiroz.Hoy
deseo recordar a otro académico que con Ruiz Quiroz tuvo afinidades
intelectuales profundas, me refiero al doctor Raúl Hernández Vega. Uno y otro,
sintieron la necesidad de certezas últimas que sustentaran su tarea docente y,
más allá de esto, dieran sentido a su propia vida. Raúl Hernández Vega,
tipifica a esa clase de intelectuales que, una vez atrapados en las no muy
suaves redes de la filosofía, hacen de su pasión a las ideas una entrega
incondicionada. ¿Cómo se puede amar a tal grado lo abstracto? Ese es
precisamente el incomprensible misterio de la filosofía. Amor de una
pureza indiscutible es también amor exigente
y en buena medida tiránico, porque busca
la verdad y la verdad no se deja atrapar a las primeras de cambio. Se habla
también de verdad desinteresada por cuanto se la persigue sin interés inmediato
o utilitario; pero esto no impide que
sirva al hombre en el sentido muchomás elevado de ponerlo a salvo de sus
pasiones destructivas, una de las cuales es el uso del conocimiento para
manipular, dominar y destruir.En el prefacio al último libro publicado en vida
del autor, nos dice Hernández Vega que venía trabajando desde hacía varias
décadas una temática relacionada con el poder y la sociedad civil, dos
preocupaciones en torno a las cuales se articulan otros motivos. Y venía
haciéndolo, no como jurista que era su
formación primaria, ni como sociólogo o historiador de las ideas o teórico de la política, aún cuando
aprovechara los aportes de estos campos de las ciencias humanas. Nuestro
investigador quería y buscaba las razones últimas, por eso hurgaba más allá de
las apariencias; se empeñaba en quitar “los velos de la apariencia”. En suma, quedó
subyugado por la obsesión de una búsqueda radical; quería respuestas
satisfactorias. Por una dialéctica inevitable, quien ambiciona demasiado
respecto a la verdad, comprende sus limitaciones y acepta dos exigencias de su
trabajo: La humildad y la constancia. La primera le sirve para utilizar con
eficacia su inteligencia, la potencia racional del espíritu humanoque aspira a
lo más alto, pero está sujeta a
múltiples limitaciones y condicionamientos. La amistad que el hombre busca con
la sabiduría sólo se realiza en cierta medida, aún en aquellos casos excepcionales
tocados por el genio. Este amor por el conocimiento, humilde en su forma , pero
impulsado por un ambicioso propósito, es la vocación del filosofo y fue la que
tuvo nuestro amigo Raúl Hernández Vega.
La otra condición de la
búsqueda radical de la verdad es la constancia, porque quien busca sabe que
siempre le faltará tiempo para buscar y encontrar. Y eso explica que el doctor
Hernández Vega anduviera constantemente apurado; era, lo fue durante muchos
años, un estudiante de tiempo completo, que se robaba a sí mismo algunas horas
para dar clases. Fue un estudioso espoleado
por sus hallazgos y por las tareas pendientes. Tuvo la suerte de contar,
en su compañera la señora Reyna Palmeros Palmeros alguien con quien compartir,
en primer término, los logros de su vida intelectual. Dama inteligente y
sensible, doña Reyna supo entender y estimular la vocación del esposo.
Hernández Vega no fue pues, un filósofo solitario. Así es como lo recuerdo y
siempre me será grato evocar sus pláticas llenas de viveza y entusiasmo sobre
el poder, la sociedad civil, la justicia, que ocuparon sus reflexiones hasta el
últimodía de su vida.
Raúl Hernández Vega vio en la sociedad civil una fuente donde se origina el cambio del sistema, pero insistía
en aclarar que esta “impulsión” no se da en todos los miembros de la sociedad,
sino en unos cuantos, en las minorías conscientes capaces de “padecer con los
demás, los problemas de la injusticia”. Nuestro amigo reconoció en la conciencia
que descubre al “otro”, la exigencia ética de un mundo másjusto, pues la
conciencia nos lleva a descubrir el
carácter insatisfactorio de lo existente y a negarlo. La sociedad civil tiene
su entelequia, afirmaba Hernández Vega, utilizando la categoría aristotélica; tiende
hacia un fin superior, visualizado por esa minoría en la cual la indigencia del
“otro”, es un acicate para encontrar un orden genuinamente racional. Tal es una
de las consecuencias de su pensamiento
que comparto y que debíera ser un patrimonio de todos los
universitarios, si éstos han de
colaborar para que la sociedad realice su entelequia, como diría nuestro
querido amigo y maestro Raúl Hernández Vega.
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