Javier
Ortiz Aguilar.
Nuestro
presente manifiesta cambios que provocan incertidumbres en todos los órdenes de
nuestra existencia. La situación no es nueva, la singularidad de nuestro
tiempo, reside en la profundidad del cambio y la crítica radical a los fundamentos
de la cultura occidental. Las situaciones críticas, paradójicamente, son propicias
para la reflexión, las discusiones frontales y la innovación. Precisamente por
ello en los periodos de coyuntura, emergen las revoluciones filosóficas, científicas
y políticas. No es producto del azar, entonces, las coincidencias entre las
crisis y las alternativas.
La discusión surge en los intentos
por diagnosticar nuestro presente. Hay una serie de definiciones y
caracterizaciones de nuestro tiempo. En esa discusión, por razones obvias, los
medios electrónicos acuñan con éxito el término de globalización. Con criterios más responsables se construyen
conceptos como sistema-mundo[1]
o sociedad de riesgo[2].Para
Wallerstein, siguiendo la tradición marxista, pero enriqueciéndola con las
tesis de Braudel, ofrece un análisis sobre el sistema capitalista mundial
iniciado en el siglo XVI y modificado significativamente por la tecnología,
dando lugar a cambios significativos no tan solo en el ámbito económico, sino
también en la percepción de la nueva sociedad. Por su parte, Ulrich Beck,
subraya el carácter estructural del peligro de la existencia que implica la
nueva forma de producción en la sociedad contemporánea. No obstante para el
propósito de esta nota, resulta imprescindible el acudir a las ideas de
Jean-François Lyotard
Este pensador francés presenta en el
Conseil des universities del gobierno de
Quebec, un acucioso informe sobre el saber en el mundo desarrollado. Este
informe publicado en Francia en 1989[3],
contiene las características fundamentales de la revolución contemporánea. La
genealogía de las nuevas directrices del pensar y el actuar reside en la
señorío de la práctica sobre la teoría. Este cambio implica el abandono del interés
por legitimar el conocimiento científico mediante su consecuencia lógica con la
verdad, para enunciar las regularidades útiles. Por tanto resulta fácil
entender el tránsito de la hegemonía del discurso legitimador de la filosofía por
la confirmación de la eficiencia.
Esta concepción altera
significativamente la percepción de la realidad y por supuesto, la forma y el
sentido de aprehenderla. Obviamente esta perspectiva tecnológica es un
resultado por una parte, de las ideas de la
muerte de Dios, la disolución del sujeto y la pérdida de sentido; y por otra, en las aportaciones de la física cuántica. En este horizonte el
fundamento, el conocimiento y la razón histórica son abandonados. Los tratados de los fundamentos son agrupados
en la categoría de metarrelatos,
sustituyéndolos por los criterios de eficiencia y utilidad.
El sistema educativo abandona los
proyectos nacionales, para convertirse en el subsistema principal del mundo
globalizado. En otras palabras, el moderno proyecto educativo se libera de la
academia para someterse a los intereses de los poderes fácticos[4]La
reproducción y la ampliación del sistema dependen de la formación de las nuevas
generaciones con nuevos objetivos. Si en la modernidad, la educación conserva
su espíritu inicial de desarrollar integralmente a los estudiantes,
acercándolos a los principios fundamentales de la ciencia, la ética y al proyecto
de libertad, ahora, en cambio, se soslaya lo anterior por la formación de competiciones
( o intelligentsia técnica) y
competencias (o intelligentsia
profesional).
En cuanto lo importante es vender,
entonces la competición será la formación de capacidades no solo del manejo de
las tecnologías de punta, sino de productores de innovaciones tecnológicas
destinadas al mercado mundial. La competencias, serán la aplicaciones de las
novedades tecnológicas en la teoría y práctica de las actividades
profesionales, como la medicina, el derecho, las ingenierías, la docencia etc.
Por supuesto los contenidos meran recursos no conocimientos acabados, derivados
del dominio de la telemática, la cibernética, lingüística, matemáticas, lógicas
y por supuesto idiomas. La mercantilización del saber, entonces, es una
consecuencia inevitable. El éxito de la modernización educación por tanto, no dependerá de la legitimación
del conocimiento sino de la eficacia en el mercado global.
Si en el mundo desarrollado la orientación tecnocrática
funciona, precisamente por sus tradiciones en la producción, el desarrollo de
la ciencia y la tecnología, y principalmente por la tradición del sistema
educativo. En los países marginados del desarrollo industrial, en cambio, las
innovaciones pedagógicas encuentran en la práctica evidentes obstáculos. Las reformas
educativas, mas que orientar la práctica escolar quedan en discursos más o
menos brillantes, pero en su contenido, tal como lo describe Hamlet, sólo son
“palabras, palabras, palabras”.
En este sentido residen los límites de la Reforma
Educativa en nuestro país. Esta medida en su intento por modernizar el sistema
educativo, se olvida la situación histórica y la tradición educativa. No se
trata de elaborar apologías de la llamada escuela
mexicana por su indiscutible ampliación del servicio, el contenido social
de las enseñanzas y su participación en la consolidación del estado nacional;
sino de ocultar las barreras, muchas veces invisibles, que impiden el tránsito
a una modernización auténtica.
Una
simple mirada a nuestro pasado, pone en evidencia, las crisis y reconstrucciones
de nuestro mundo o de nuestra cultura. La tarea de construir o reconstruir el
ámbito de la existencia es propia del intelectual. Los discursos filosóficos
expresan el modelo de la organización total de la sociedad, con el propósito de
crear las condiciones de realización de las finalidades del sistema. Gramsci
afirma: “(…)el empresario capitalista crea junto a él al técnico industrial y
al especialista en economía política, al organizador de una nueva cultura, de
un nuevo derecho, etc.,”[5].
Por esta razón las comunidades intelectuales resultan un conflicto de
permanente discusión entre los intereses hegemónicos, las tradiciones
filosóficas y las concepciones emergentes.
El término intelectual se acuña a
finales del siglo XIX. Desde entonces existe una preocupación por definir este
concepto. Si bien es cierto que todos los hombres manejan ideas, hacen
inferencias, construyen metáforas no todos son intelectuales, porque éstos
desarrollan la función de diseñar el modelo de la cultura. En ello radica su
importancia.
La formación del intelectual en las
sociedades modernas está a cargo del sistema educativo. “La escuela, apunta
Gramsci, es el instrumento para formar los intelectuales de diverso grado. La
complejidad de las funciones intelectuales en los diversos Estados se puede
medir objetivamente por la cantidad de escuelas especializadas y por su
jerarquización: cuanto más extensa es el "área" escolar y cuanto más
numerosos son los grados" "verticales" de la escuela, tanto más
complejo es el mundo cultural, la civilización, de un determinado Estado.”[6]
Por tanto, la sustitución del
intelectual por el técnico, como lo pretende la modernización significa eliminar,
por principio, esta función social, con una tradición invaluable. Esto no sólo
significa someter a las generaciones futuras a una racionalidad instrumental,
sino eliminar la posibilidad de construir un orden capaz de dar sentido a las
distintas prácticas sociales en un mundo completamente desbocado
[1] Cfr, Wallerstein, Immanuel. El
moderno sistema mundial. T. I, II. España, Siglo XXI Editores, 2009
[2] Cfr. Beck, Ulrich. La
sociedad de riesgo. La nueva
modernidad. España, Siglo XXI Editores. 1989
[3] Lyotard, Jean François. La condición posmoderna. Informe sobre el saber.
México, Red Editorial Iberoamericana S. A; 1989
[5] Gramsci,
Antonio. Los intelectuales y la
organización de la cultura. (Apuntes) http://ensenadadigital.net/fundacion/images/M_images/fund/gramsci.pdf. 8 de Enero de 2013
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