Samuel Nepomuceno Limón
Quizá, para la mayoría
de la gente que anda en la calle un día cualquiera, alimentarse sólo tenga una
finalidad: calmar el hambre. En la medida en que sea posible llenar el vacío
del estómago es satisfecha la necesidad. Con frecuencia vemos a personas que
con una bolsa de frituras y un refresco embotellado ya satisficieron la
urgencia de llevarse algo a la boca.
En el aula los
estudiantes de educación básica aprenden que alimentarse es algo más complejo. Que
implica un cierto conocimiento acerca de las sustancias o ingredientes de lo
que es susceptible de comerse, así como una serie de reglas relativas a la
higiene, entre las que se incluye la atención a los horarios.
Los chicos de primaria,
a la par que ir conociendo las partes internas del cuerpo a través de las
informaciones proporcionadas por libros, videos, Internet y el propio maestro,
van accediendo a los datos relativos a qué alimentos resultan más recomendables
para prestar atención al cuidado y desarrollo de tales órganos, aparatos y
sistemas. Qué resulta bueno para los dientes, la vista, los huesos, el
crecimiento… Y no sólo eso, sino también llegan a conocer aquellos alimentos
cuyo exceso habría que evitar dado el daño que podrían ocasionar en el
organismo. Aprenden que estar bien alimentado es algo muy distinto de estar
gordo o robusto, y que una persona en estas condiciones podría incluso llegar a
estar desnutrida.
Por el desconocimiento
del efecto de lo que se lleva a la boca es que últimamente se está viendo un
fenómeno que hace algunas décadas parecería increíble: mendigos gordos. Hace
tiempo esto hubiera parecido una contradicción. Sin embargo, el volumen
corporal de las personas, en estos casos, tendría que ver más con la ingesta
mayoritaria de ciertas sustancias y la carencia de otras que resultan
indispensables. Esa idea de comer para
llenar el estómago ya la llevan los niños cuando asisten a la escuela. Varios
muchachitos están habituados a la idea de que lo importante es comer. Cualquier
cosa, pero comer. (Recordamos aquella película de Charlie Chaplin, en la que de
lo único que podría alimentarse sería su propio zapato.) De dicha idea parecen
aprovecharse las empresas fabricantes y distribuidoras de antojitos, dulces y
frituras, que con simular sabores agradables sobre la base del agregado de
sustancias químicas ofrecen a los consumidores productos visualmente
atractivos. La costumbre proveniente desde el hogar hace que los niños
prefieran una golosina a una fruta; un recipiente con agua coloreada y
endulzada con nombres que la publicidad ha hecho famosos a un vaso con agua de
frutas o incluso al agua simple. Alguna vez leíamos la anécdota de un pedigüeño
que llegó a una casa a solicitar algo para beber. La señora que abrió la
puerta, solícita, le ofreció un vaso de agua. Señito, con perdón, ¡no me trate
como a un perro! No me dé agua… ¿Qué, no tendrá por ahí alguna coquita?
Muchas veces la acción
educativa del aula pareciera ser incapaz de influir en los hábitos de los
estudiantes, y no por insuficiencia de la información proporcionada, sino
porque ello significa ir contra las costumbres, hábitos que han tardado años en
arraigarse y además cuentan con el apoyo de satisfacciones afectivas. Por otra
parte, ¿de qué bebidas echa mano el docente cuando tiene sed durante su jornada
laboral?, ¿con qué tipo de tentempié calma el hambre incipiente?, ¿cae en la
cuenta de que con sus actos podría ser incongruente con lo que explica en los
temas de ciencias naturales?
Lo que se aprende en la
escuela no debiera ser contemplado como una manera de estar preparado para la
presentación de un examen, llámese éste semestral, de curso, o de alguna otra
manera. No. Lo que se aprende debiera estar dirigido al mejoramiento de la
propia vida, el cuidado del organismo, del medio ambiente, la comunicación con
los demás, la comprensión del mundo, la convivencia. Tal debiera ser el faro que ilumine las
faenas en el aula. En tratándose de asuntos relacionados con la salud, la atención
a los antecedentes y resultados de la información manejada debiera ocupar una
buena proporción de las preocupaciones didácticas del docente.
No se trata sólo de
informar. Menos de preparar exclusivamente para los exámenes. Se trata de
influir favorablemente en el modo de vida de las personas para que éste sea
cada vez mejor y ellas vivan en buenas condiciones de salud, bienestar,
seguridad, confianza en sí mismas y los demás.
Frente a las diversas
ofertas y oportunidades que ofrecen las circunstancias habría que enseñar a los
estudiantes a elegir. No a dejarse llevar. A elegir. A caer en la cuenta de
que, después de todo, la elección es personal. Y una buena elección será
aquella que no perjudique a uno mismo ni a los otros. Esa es una característica
de la democracia: la libertad para elegir. Y elegir con responsabilidad. Esto
es, asumir valientemente las consecuencias de nuestra elección.
Para estar en
condiciones de elegir la gente tiene que estar informada sobre aquello entre lo
que va a realizar su elección. Tener una idea de las consecuencias que serían
acarreadas con cada una de las opciones. No se trata de un juego de azar, sino
de una toma de decisiones.
Alguien fuma con cierta
frecuencia. Ante la pregunta de a qué se debe que lo haga podría contestar
simplemente “Nada más”. O “Nomás”. Si tal fuera el caso, al parecer esa persona
simplemente se dejó llevar. Alguien le ofreció un cigarrillo, lo aceptó, le
agradó y ya. Continúa fumando. En otro caso, quien fuma sabe de los riesgos de
aspirar el humo producto de las altas temperaturas que alcanza la
combustión de materiales procesados
químicamente. Sabe de los riesgos de la adicción. Conoce que el humo de su
cigarrillo provoca molestias a las demás personas. Sabe que la ropa oscura y el
cabello propio o de quienes le rodean se impregna del olor rancio del tabaco
quemado. Sabe que los dientes se le tornarán amarillos, igual que la piel de
los dedos utilizados para sostener el pitillo. Sabe que la piel de la cara se
le arrugará más pronto que la de quienes no son fumadores. Sabe del riesgo de
desarrollar cáncer… Y aun así, ha elegido fumar. En su caso, hacerlo es
producto de una elección. Y como dicen en los pueblos: Ahora, que se aguante.
En cambio, el fumador del primer ejemplo no ha realizado su elección. Ha
llegado a ser un sujeto que no se ha percatado que actúa ciegamente bajo la
influencia de los demás.
Por lo que respecta a
la alimentación y el cuidado de la salud, la información resulta del todo
relevante. También la conciencia de la propia capacidad de elección.
Hasta un momento dado,
un muchacho puede estar alimentándose de lo que la casa o el comercio le
ofrecen. Poco a poco tiene que ir adquiriendo valor para dejar de lado aquello
que podría serle perjudicial y optar por lo que beneficie su crecimiento y
desarrollo. Ahí echa de verse la presencia del docente. Su influencia, su radio
de acción en el tiempo y el espacio. Lo
relativo a la salud que se aprende en un curso no termina con la presentación
del examen para la promoción al grado escolar siguiente. Ha de continuar vigente
para toda la existencia. Y esos conocimientos adquiridos no llegan a ser
inamovibles, sino que han de estar sujetos a las variaciones de las
actualizaciones, enriquecimientos.
Qué importante resulta
enseñar a elegir. La libertad de elegir. El valor para hacerlo. Su significado,
su responsabilidad.
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