Gilberto Nieto Aguilar
El desgranar de la mazorca es el acto
en que se van arrancando los granos del olote, que caen por la pendiente que los
lleva a los demás, arrebatados de su génesis, de sus orígenes, de sus cimientos.
Cada grano es un rostro, una historia, un familiar, un amigo que ha iniciado el
camino sin retorno. Esto ha ocurrido constantemente durante más de 20 semanas como
consecuencia de uno de los grandes daños –el mayor, sin duda– causados por el SARS-CoV-2,
mejor conocido como Covid-19.
Fueron las víctimas fatales de un fenómeno
viral, las vidas perdidas, el dolor detrás de la pandemia, de la cual se ha dicho
mucho en sus orígenes pero poco se ha comentado sobre cómo habrá de terminar
que no esté basado en sueños y contradicciones. Mientras, las listas de
conocidos, amistades y familiares crecen cada día, extensas como no habíamos
visto nunca. Todos percibimos cómo se desgrana la mazorca.
Tras la pandemia, el mundo quedará marcado con los estigmas de
una experiencia colectiva que no tuvimos la capacidad de enfrentar. No comprendemos
todavía los cambios positivos y negativos que sobrevendrán, pero estamos advirtiendo
consecuencias en la economía, educación, medicina, lo social, familiar, cultural
y político.
La educación en el aula es el hilo
más delgado de lo más peligroso: los contagios. Por los hacinamientos, alumnos y
profesores son el grupo de mayor riesgo a contagiarse y propagar el mal. Por eso
en más de las dos terceras partes del mundo llevan la escuela a los hogares, una
parte de plano ha detenido las clases y pocos son los que se han atrevido a regresar
al aula, algunos sufriendo consecuencias desafortunadas.
A diferencia de los contagios
masivos del pasado, hoy contamos con los suficientes conocimientos científicos e instrumentos
tecnológicos para enfrentar y vencer la actual pandemia. La capacidad de
cooperar con eficacia entre personas, grupos, comunidades y países puede ayudar
mucho a debilitar el virus. Pero, dice el historiador israelí Yuval Noah Harari,
«Más que el virus, me atemorizan los demonios que agitan el alma de la humanidad:
el odio, la codicia y la ignorancia.»
Las habilidades generales en el
uso de las tecnologías, la usanza del lenguaje visual, el autoaprendizaje, la
capacidad de adaptación al cambio y el manejo de la resiliencia, han sido elementos
importantes que nos dejan material para repensar y reinventar al sector salud,
los sistemas económico y educativo, y la organización de la sociedad y la
familia. Se piensa cómo sería posible un cambio cultural que reemplace los
viejos moldes políticos e ideológicos por criterios de política social, una
mejor visión del mundo, conductas éticas, hábitos que no contaminen, formas de
convivencia social en casa y en cualquier otro lugar.
La naturaleza,
la biología y la hostilidad humana diseminaron su lado destructivo sobre los
pueblos, las personas y el planeta. Vimos nuestra vulnerabilidad. Comprobamos
que se necesita más que nunca la participación ciudadana informada y solidaria,
el compromiso político con ética y responsabilidad social, espacios de desarrollo
personal y laboral que propicien el crecimiento de la ciencia, las artes, la
creatividad, encaminados a mejorar las formas de vida y la economía.
gnietoa@hotmail.com
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