Gilberto Nieto Aguilar
Septiembre
es un mes de gran significado histórico para México. Ayer las cápsulas
históricas hablaron mucho de los sucesos pasados que tuvieron gran relevancia
para su definición como nación. En este mes se festeja el inicio (15) y la
consumación (27) de la Independencia del país, así como el principio de una
lucha prolongada por definir su identidad como Estado independiente.
El
reordenamiento económico de la Nueva España hacia fines del siglo XVIII estuvo acompañado
de la formación de un nuevo “proyecto de vida”, diferente del ideal señorial,
rural y teocrático de los primeros conquistadores. Alfonso reyes describió al
México del siglo XVIII como “un pueblo que ya sabía que era distinto y que
comenzaba a considerarse patria”. Las clases ilustradas ––que eran una
minoría–– gustaban del saber enciclopédico que abarcaba todos los problemas
humanos de la época.
Al
iniciar el siglo XIX España había perdido terreno como potencia de primer orden
y participaba con cierta desventaja en el juego de poder de las potencias
europeas, especialmente Inglaterra y Francia. En 1808 Fernando VII se convirtió
en rey de España, pero ese mismo año Napoleón Bonaparte los expulsó provocando
una crisis que repercutió en todo el imperio español. La respuesta inicial fue de rechazo a las
pretensiones francesas y en defensa del Rey, del
Reino y de la religión. Pronto la división de opiniones entre los españoles radicados en México facilitó a los criollos asumir una postura
diferente y
buscar la ruptura con el régimen
colonial.
Los primeros años de libertad del
nuevo país estuvieron cargados de obstáculos, resentimientos y alianzas bajo
una intensa práctica política al interior de las provincias. Después de la caída
de Iturbide, se presentó una Constitución General que buscaba a toda costa la
unión nacional, en un proceso donde distintos grupos
lucharon para obtener un lugar y adoptar el gobierno republicano como única
alternativa, con el dilema de decidir entre centralismo y federalismo.
Ya desde entonces la manzana de la
discordia eran las elecciones, mismas que llegan hasta nuestros días sin terminar de ser un
proceso democrático justo, transparente, de
decisión ciudadana que debe resolverse limpiamente en las urnas. Las autoridades represoras hicieron a los novohispanos
insurgentes actuar con mayor sigilo buscando
una organización más depurada, lo que lleva a
las sociedades secretas y a la masonería, a
convertirse durante todo el siglo XIX en refugio de librepensadores y lugar de
decisión sobre los principales problemas políticos del país. De ahí emanan las
Leyes de Reforma.
Lamentablemente nuestra vida
democrática ha sido una lucha permanente, en la que ha prevalecido la traición,
la corrupción, el abuso de poder, el autoritarismo, con asonadas de violencia,
vaivenes de caprichos, inestabilidad y falta de legalidad en las acciones. A 199
años de iniciar nuestra vida independiente y conformar esta gran nación, no se
vale que repitamos capítulos de la historia que deben pertenecer al pasado,
porque entonces nos demostramos a nosotros y al mundo que no somos capaces de evolucionar.
El martes pasado festejamos 210 años
de iniciado el movimiento independentista. Fue algo muy diferente por la
situación sanitaria del país. Vimos un Grito sobrio, con un zócalo muy hermoso,
adornado de colores, pero sin los gritos y el barullo de la gente. El
presidente Andrés Manuel, en tono mesurado, expresó sus consignas junto a las
clásicas palabras por décadas repetidas. El redoble de la histórica campana
dejó escuchar su tañido como hace más de dos siglos. Y luego, la música
mexicana y los fuegos artificiales adornaron el Palacio Nacional y la Plaza de
la Constitución.
gnietoa@hotmail.com
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