Marcelo Ramírez Ramírez
Prometeo
es símbolo de liberación. El espíritu humano expresa su grandeza en la osadía
de despojar a los dioses del fuego sagrado. A partir de ese momento el hombre puede
proclamar su independencia. Los fracasos, las decepciones, las dudas no le
doblegan. Y, en todo caso, no hay marcha atrás. Ahora es dueño de sí porque
piensa, proyecta sus anhelos al futuro, decide sus actos sin esperar la
aprobación de los dioses. Dejó de temer a los dioses y de amarlos, si es que
alguna vez pudo amar esos poderes ominosos que azoraban sus pasos y sus
pensamientos. Su veneración: ¿no fue siempre el temor del esclavo disfrazado de
sentimiento honorable? Los hijos del hombre no volverán a inclinar la cabeza
ante ningún ser sobrenatural; su cuerpo erguido es la prueba de su realeza
soberana. Nada ni nadie hay por encima del hombre. Este es el credo del hombre
prometeico cuyo único dogma es: Sólo el hombre en el mundo y un mundo sólo para
el hombre. En él hará su vida y ésta será tan grande y hermosa como sus sueños.
Si tiene éxito o si fracasa, él será el único responsable. Pero pensar en el
fracaso es una concesión a la debilidad. No queda sino el camino luminoso hacia
la conquista de la tierra y sus bienes, cuya posesión será suficiente a la
felicidad del hombre y el testimonio de su grandeza. La rebelión de Prometeo quedará justificada
con el poder adquirido, legitimado con cada paso hacia el futuro luminoso.
Segundo
acto
Prometeo
es el nombre de una escisión, de una ruptura antinatural, de una oposición
insensata. Hay en el impulso prometeico un aspecto ominoso que pervierte el
noble gesto del señorío verdadero: el disfrute pleno de la libertad que es la
condición para el nacimiento de todas las grandes obras del hombre. En la
libertad crea, delibera, imagina y realiza sus proyectos y así forja la
historia, espejo de su ser, donde se mira y aprende de sí mismo. Pero esta
libertad es un don, le fue compartida al hombre por la divinidad, que así elevó
a una criatura formada de barro a un punto donde lo finito y temporal toma
contacto con lo infinito y eterno. ¡Misterio insondable! El hombre anuda finitud e infinitud, tiempo y
eternidad. Prometeo se rebela contra los falsos dioses creados por el hombre y
recupera su ser más propio. Aparta a los dioses de su camino y su andadura se
hace ligera, anunciadora de insospechadas aventuras. Siente el vértigo
embriagador de volcarse a lo desconocido, sin plan, sin brújula, sin guía. Nada
de esto le hace falta porque no tiene destino. ¿Cuál es su hogar? ¿Cuál su
meta? ¿Cuál es la tarea que debe cumplir en la tierra? No tiene respuesta para
estas preguntas. La soledad lo rodea, lo envuelve, penetra en su corazón, en su
mente, en su alma. Naufraga en su soledad irremediable, hecha de ausencia de
toda relación, de todo vínculo verdadero, de todo sentido. Tu enfermedad,
hombre, se originó en una mentira falaz; sofistas antiguos y recientes te han
dicho: Tú eres el artífice de tu suerte; inventas el camino con cada paso; das
forma a la figura ideal de la existencia que anhelas, sacándola del fondo de ti
mismo. Fondo insondable donde la nada habita. Eres el creador que vence el
caos. En el caos y del caos el poder de tu espíritu hace surgir un mundo humano
que es tu obra. En él alientas, en un mundo donde el sentido de la existencia
no se busca, porque tu existencia misma es el sentido que todo lo impregna, con
su poder creador incesante, fecundo, insaciable, en expansión irrefrenable.
Pero
entonces ¿Por qué el vacío de tu alma?
¿por qué te sigue carcomiendo las entrañas el águila feroz? Muy dentro de ti
una voz te llama. Es distante y cercana, es de tu ser que pide vivir en la
verdad del vínculo universal que enlaza los mundos infinitos y los infinitos
seres en el seno del espíritu sempiterno.
Abril 2020.
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