MARCELO RAMÍREZ RAMÍREZ
En los foros sobre la Reforma Educativa,
invariablemente el acento de las discusiones recae en la calidadde la educación,
a la que se considera cualidad
distintiva y relevante. Pareciera existir un consenso táctico sobre el
significado de la expresión, pero realmente no es así, pues ni la educación, ni
la calidad son conceptos unívocos y cuando van juntos hacen más compleja la
fórmula. Bajo la óptica de cierto pragmatismo educativo en bogas la calidad de
la educación se identifica con la eficacia en el desempeño laboral. Según este
enfoque la educación debe preparar a los educandos para su inserción en el mundo laboral,
dándoles las herramientas adecuadas para tener un desempeño exitoso en tareas
que constantemente cambian. El aprender a aprender es por tanto uno de los
requisitos básicos de la formación de personal calificado. El desempeño eficaz
eleva la competitividad de la empresa y, a la postre, la competitividad del
país. La capacidad para competir con posibilidades de éxito en el mercado
global, justifica el objetivo de formar individuos
competentes. Tal es, dicho con brevedad,
el argumento de este planteamiento
perfectamente válido y cuya falla no está en lo que afirma, sino en lo que
omite. El problema según me parece se resume en la siguiente pregunta: ¿Las
expectativas laborales abarcan todas las expectativas de los individuos que
cursan una carrera técnica o una de las llamadas profesiones liberales? Aun
reconociendo la centralidad del trabajo en el curso entero de la vida, la
respuesta ha de ser negativa. El trabajo mismo, en la óptica de lo humano, no
es puro gasto de energía física o intelectual para resolver las necesidades del
organismo, manteniéndolo vivo y satisfecho; hay también un componente lúdico
esencial. El trabajo responde a necesidades más profundas que la simple solución
de imperativos biológicos; es acción transitiva que culmina en un producto
externo, pero es también acción inmanente que gratifica a quien lo realiza.
Pienso en el artista que toca un instrumento; sin duda está trabajando, pero
además está disfrutando su trabajo y entre más
lo disfruta, mejor lo realiza. Aquí las dos funciones son una sola.
Por otra parte el mundo de la vida es mucho más
amplio, variado y complejo que el ámbito laboral. Y este mundo de la vida
aparece hoy enmarcado por fenómenos de significado universal, que la educación
debe asumir. Estos fenómenos son la globalización, la expansión del conocimiento
técnico – científico y la irrupción de las TIC (Tecnologías de la Información y
la Comunicación). Los tres fenómenos están haciendo surgir la conciencia del
destino común de la humanidad. Bajo tales premisas, la calidad educativa deberá
medirse por la capacidad de los individuos para afrontar esta circunstancia
excepcional y hacer florecer en ella un orden humano. El individuo deberá
devenir en verdadero socio de la nueva sociedad mundial o, si se prefiere, en
ciudadano universal, aunque yo prefiero el término de persona, pues la calidad
o quizá mejor la excelencia, no puede ser sino de las personas, capaces de desdoblarse
en los papeles de padres de familia, ciudadanos de las sociedades democráticas, cada una con su cultura y su identidad; y miembros de la
humanidad, aptos para convivir en un mundo sin fronteras, abierto a un futuro
imprevisible. La verdadera diferencia
entre la instrucción y la educación se localiza, precisamente, en que la
primera se mide por la utilidad y la segunda por la calidad. Una busca la
eficiencia, la otra el desarrollo integral del ser humano. La política
educativa en México estuvo consciente de ello, como puede verse en los mensajes
de Justo Sierra, Vasconcelos, Torres Bodet y en fechas relativamente recientes,
en Fernando Solana, quien insistía en que el desarrollo es de las personas no
de las cosas. Recuperar esta conciencia de la importancia deleducando como fin
primordial del acto educativo, es esencial para enriquecer el modelo que la
Reforma Educativa propone a la sociedad mexicana.
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