Benito Carmona Grajales.
Hace algunos años, alrededor
de 1960, desde el rancho de La Zapateña, a un primo y a mí nos mandaron a
peluquear a Cerro Gordo. Después de caminar como unos cinco kilómetros de veredas
y un pequeño tramo de carretera federal, llegamos. Gracias a este libro sé que
el joven peluquero se llamaba Andrés Palacios. Mi tía Lucía Palmeros nos dio
una moneda de cinco pesos plata que hasta nos sobró para algunas golosinas.
En aquellos tiempos el pueblo
era una sola calle que aprovechaba el pavimento de la carretera. Así conocí ese
lugar, nombrado más por la histórica batalla contra los americanos que por
otras cuestiones.
Al leer “Historia de Cerro
Gordo”, escrito por una pluma campirana, no puedo más que reconocer que,
gracias a que el lenguaje de Don Cruz Reyes Ortega es auténtico de esos rumbos,
el lector podrá sentir de cerca todo un pasado y revivirlo como si lo estuviera
viendo. Podrá recrear su imaginación en medio de chozas con techos de zacate,
mientras hombres y mujeres se dedican a las labores del campo.
Proveerse de leña, del agua,
de los alimentos y materiales para la construcción eran actividades que
fácilmente podrían enriquecer novelas costumbristas o pinturas famosas. Lo mismo
podría decirse de los personajes con sus vestuarios a base de manta o como los
describe con gran acierto don Cruz.
Con la lectura de este libro,
los habitantes de este pueblo podrán saber su propio origen y el de sus
antepasados. Se maneja admirablemente cómo generación tras generación, cual si
fuera un bosque de árboles genealógicos, se le fue dando forma a la sociedad
actual. Se habla de sus luchas por conseguir una vida más cómoda para las
siguientes generaciones.
En cada página podemos ver que
cada familia tuvo un pasado de trabajo para que las generaciones presentes y
futuras puedan valorar lo que los viejos lograron para tener un Cerro Gordo
actual con ciertos progresos que otros pueblos no han logrado. Así, los
apellidos Lagunes y Castro figuran entre los primeros que llegaron. Pero
también hay Domínguez, Ochoa, Palacios, Rodríguez, Ronzón, Figueroa, Landa,
Huerta, García, Delgado, Escobedo, entre otros más de esta época. Todo un
mosaico social bellamente descrito por el autor.
En cada comunidad abundan los
apodos, los dichos de algunos personajes, anécdotas, leyendas, casos
extraordinarios, costumbres, tradiciones, diversas actividades, entre otros
matices del paisaje social. De Cerro gordo, no escapa nada de esas
manifestaciones a este autor.
Leer este libro, amigo lector,
te traerá grandes satisfacciones. No lo dudes que te sorprenderás de tantas
cosas que no sabías, aunque vivas en el pueblo o que digas conocerlo porque
seas de un pueblo vecino. Aquel lector que no lo conozca, querrá conocerlo tal vez
por curiosidad o para saborear alguno de los platillos que en la lectura se
mencionan. Cuando se está de visita se siente uno parte de esta comunidad que
ha sabido enfrentar y conducir su propio destino.
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