viernes, 30 de junio de 2017

Legitimación de los usos del conocimiento científico.



Marcelo Ramírez Ramírez.
          El poder de la ciencia está fuera de toda discusión. Basta la más ligera mirada a los objetos de uso cotidiano, para percatarse de la medida en que nuestra vida depende de las aportaciones del pensamiento científico convertido en tecnología. Ciertamente el hombre moderno se ha liberado de muchas servidumbres y su existencia discurre hoy con mayor holgura y comodidades, antes reservadas a las clases privilegiadas. Por lo demás, este mundo de objetos de uso constante es engañosamente familiar, pues lo que constituye su verdadera índole nos es desconocida. El hecho plantea un problema analizado desde hace mucho tiempo por los estudiosos de la modernidad. En el ámbito  de la cultura hispánica, Ortega y Gasset hablaba ya de la barbarie del hombre moderno que utiliza instrumentos cuyos mecanismos ignora y con mayor razón también ignora los principios explicativos de dichos mecanismos. Cuando se prende la radio o la televisión;se descuelga el teléfono o se utiliza la computadora, hay, esencialmente, el mismo asombro del primitivo ante el fulgor del relámpago. Como el hábito mata el sentimiento del asombro, al final sólo nos queda la fe en que los aparatos han de responder a nuestras manipulaciones; si no es así, acudimos al técnico para arreglar el desperfecto. El saber del físico, del químico, del ingeniero, es tan esotérico como lo era el saber de los sacerdotes egipcios o mayas de la antigüedad. El problema caracterizado aquí de manera esquemática, sigue planteando un serio reto a la ciencia de la educación. La cuestión sería, al parecer, encontrar los criterios para decidir la cantidad de conocimientos científicos que deben incluirse en la formación general de los individuos. En quienes prosigan una formación científica y tecnológica, estos conocimientos permitirían descubrir vocaciones, además de ser la base de estudios más avanzados; en quienes se orienten en otra dirección ya sea artística o humanista, o se vean obligados a buscar actividades remunerativas, esos conocimientos les ayudarán a tener una comprensión mínima del mundo instrumentalizado en el cual viven.
Ahora quisiera llamar la atención sobre otro orden de problemas todavía más delicado. Me refiero al sentido que se ha dado al uso del conocimiento científico y en el cual se encuentra en juego el destino mismo de los seres humanos. En este punto, el análisis crítico tropieza, ya no con un problema pedagógico, susceptible de encararse dentro del ámbito mismo de la educación, sino con estructuras e intereses establecidos y consolidados que condicionan negativamente la naturaleza de la investigación. En este artículo se exponena la consideración de los lectores cuatro tesis acerca de los propósitos y objetivos a los que debería encaminarse la investigación.
Primera.- En las sociedades modernas se presenta una escisión que debe superarse entre el investigador y el destino de los conocimientos generados por su actividad. Al investigador se le considera simplemente como un productor de conocimientos y los administradores y políticos se reservan la responsabilidad de lo que debe hacerse con tales conocimientos.Está pérdida del sentido y uso final  del trabajo de los investigadores, fue denunciada desde mediados del siglo pasado y, aún antes, lo mismo por neo marxistas como Wright Mills y Horkheimer, que por pensadores cristianos como Gabriel Marcel y Teodoro Haecker, e incluso de otras tendencias.¿Quién garantiza la sofrosyne, la prudencia de los líderes políticos que tienen a su disposición el arsenal nuclear de las grandes y medianas potencias del mundo? No deseamos imaginarnos qué haría Trump en una situación delicada ante la disyuntiva de tener que usar medios políticos o el poder de las armas para superar una crisis. John F. Kennedy salió adelante de una prueba semejante, pero nada garantiza que la política  de la negociación triunfe necesariamente sobre el empleo de la fuerza en contextos diferentes y con líderes diferentes.
Segunda.- La orientación y uso de la investigación en las naciones de alto desarrollo industrial, no representa un modelo que pueda copiarse indiscriminadamente.
Tercera.- Cada país debe desarrollar su propio modelo de investigación, en concordancia con su proyecto político social y sus tradiciones culturales.
Cuarta.- El concepto de “desarrollo”, acuñado en los centros metropolitanos, ha de quedar purificado de la carga ideológica que lo acompaña. El concepto alternativo debe incluir, además de lo económico, ideales y valores de la tradición que dan identidad a las naciones, en armonía con los valores superiores de la cultura universal.
Dado el escaso apoyo dado a la investigación por el gobierno, quizá deba añadirse una quinta tesis a las cuatro ya indicadas. Podría enunciarse en los siguientes términos:

Quinta.- El gobierno de la república, así como los estatales y municipales, deben contemplar en sus presupuestos un renglón destinado a incentivar y promover la investigación por todas las vías y modalidades a su alcance, para impulsar el desarrollo bajo los principios de libertad de investigación y difusión del conocimiento, a fin de impulsar el desarrollo autónomo, integral y equilibrado del país. Esta última  tesis se explica porque sólo el Estado puede impulsar una política de investigación y difusión fincada en intereses generales que beneficie al conjunto  de la población. Sin embargo, la participación de la empresa privada es fundamental para abrir nuevos cauces a la participación creativa de la juventud. Que este es el camino correcto, lo avalan las aportaciones de jóvenes  investigadores, que están proponiendo soluciones a la problemática de la contaminación ambiental, dándonos esperanza de un mundo más limpio y sano en el que vivirán las nuevas generaciones.

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