Marcelo Ramírez
Ramírez.
El poder de la ciencia está fuera de toda discusión. Basta la más ligera
mirada a los objetos de uso cotidiano, para percatarse de la medida en que
nuestra vida depende de las aportaciones del pensamiento científico convertido
en tecnología. Ciertamente el hombre moderno se ha liberado de muchas
servidumbres y su existencia discurre hoy con mayor holgura y comodidades,
antes reservadas a las clases privilegiadas. Por lo demás, este mundo de
objetos de uso constante es engañosamente familiar, pues lo que constituye su
verdadera índole nos es desconocida. El hecho plantea un problema analizado
desde hace mucho tiempo por los estudiosos de la modernidad. En el ámbito de la cultura hispánica, Ortega y Gasset
hablaba ya de la barbarie del hombre moderno que utiliza instrumentos cuyos
mecanismos ignora y con mayor razón también ignora los principios explicativos
de dichos mecanismos. Cuando se prende la radio o la televisión;se descuelga el
teléfono o se utiliza la computadora, hay, esencialmente, el mismo asombro del
primitivo ante el fulgor del relámpago. Como el hábito mata el sentimiento del
asombro, al final sólo nos queda la fe en que los aparatos han de responder a
nuestras manipulaciones; si no es así, acudimos al técnico para arreglar el
desperfecto. El saber del físico, del químico, del ingeniero, es tan esotérico
como lo era el saber de los sacerdotes egipcios o mayas de la antigüedad. El
problema caracterizado aquí de manera esquemática, sigue planteando un serio
reto a la ciencia de la educación. La cuestión sería, al parecer, encontrar los
criterios para decidir la cantidad de conocimientos científicos que deben
incluirse en la formación general de los individuos. En quienes prosigan una
formación científica y tecnológica, estos conocimientos permitirían descubrir
vocaciones, además de ser la base de estudios más avanzados; en quienes se
orienten en otra dirección ya sea artística o humanista, o se vean obligados a
buscar actividades remunerativas, esos conocimientos les ayudarán a tener una
comprensión mínima del mundo instrumentalizado en el cual viven.
Ahora quisiera llamar la atención sobre otro orden
de problemas todavía más delicado. Me refiero al sentido que se ha dado al uso
del conocimiento científico y en el cual se encuentra en juego el destino mismo
de los seres humanos. En este punto, el análisis crítico tropieza, ya no con un
problema pedagógico, susceptible de encararse dentro del ámbito mismo de la
educación, sino con estructuras e intereses establecidos y consolidados que
condicionan negativamente la naturaleza de la investigación. En este artículo
se exponena la consideración de los lectores cuatro tesis acerca de los
propósitos y objetivos a los que debería encaminarse la investigación.
Primera.- En las sociedades modernas se presenta
una escisión que debe superarse entre el investigador y el destino de los
conocimientos generados por su actividad. Al investigador se le considera
simplemente como un productor de conocimientos y los administradores y
políticos se reservan la responsabilidad de lo que debe hacerse con tales
conocimientos.Está pérdida del sentido y uso final del trabajo de los investigadores, fue
denunciada desde mediados del siglo pasado y, aún antes, lo mismo por neo
marxistas como Wright Mills y Horkheimer, que por pensadores cristianos como
Gabriel Marcel y Teodoro Haecker, e incluso de otras tendencias.¿Quién
garantiza la sofrosyne, la prudencia de los líderes políticos que tienen a su
disposición el arsenal nuclear de las grandes y medianas potencias del mundo?
No deseamos imaginarnos qué haría Trump en una situación delicada ante la
disyuntiva de tener que usar medios políticos o el poder de las armas para
superar una crisis. John F. Kennedy salió adelante de una prueba semejante,
pero nada garantiza que la política de
la negociación triunfe necesariamente sobre el empleo de la fuerza en contextos
diferentes y con líderes diferentes.
Segunda.- La orientación y uso de la investigación
en las naciones de alto desarrollo industrial, no representa un modelo que
pueda copiarse indiscriminadamente.
Tercera.- Cada país debe desarrollar su propio
modelo de investigación, en concordancia con su proyecto político social y sus
tradiciones culturales.
Cuarta.- El concepto de “desarrollo”, acuñado en
los centros metropolitanos, ha de quedar purificado de la carga ideológica que
lo acompaña. El concepto alternativo debe incluir, además de lo económico,
ideales y valores de la tradición que dan identidad a las naciones, en armonía
con los valores superiores de la cultura universal.
Dado el escaso apoyo dado a la investigación por el
gobierno, quizá deba añadirse una quinta tesis a las cuatro ya indicadas.
Podría enunciarse en los siguientes términos:
Quinta.- El gobierno de la república, así como los
estatales y municipales, deben contemplar en sus presupuestos un renglón
destinado a incentivar y promover la investigación por todas las vías y
modalidades a su alcance, para impulsar el desarrollo bajo los principios de
libertad de investigación y difusión del conocimiento, a fin de impulsar el
desarrollo autónomo, integral y equilibrado del país. Esta última tesis se explica porque sólo el Estado puede
impulsar una política de investigación y difusión fincada en intereses
generales que beneficie al conjunto de
la población. Sin embargo, la participación de la empresa privada es
fundamental para abrir nuevos cauces a la participación creativa de la
juventud. Que este es el camino correcto, lo avalan las aportaciones de
jóvenes investigadores, que están proponiendo
soluciones a la problemática de la contaminación ambiental, dándonos esperanza
de un mundo más limpio y sano en el que vivirán las nuevas generaciones.
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