viernes, 30 de junio de 2017

Desayunando con Dina.


Angélica López Trujillo

El miércoles 17 de abril 2013, a las 10:00 hrs. La Dra. Dina Escobar Herrera, socia de nuestro Club Escritoras de Xalapa A.C. Nos recibió en su casa con una sonrisa tan nítida como esa mañana de primavera que puso escenografía a su jardín lleno de geranios y helechos.
En sus amplios corredores se encontraba una mesa larga, con pulcros manteles. Descansando sobre ellos, platones con deliciosas frutas de temporada: plátanos dominicos, manzanas coloradas y piñas olorosas con sus crepones verdes esparcidos en abanicos.
La anfitriona nos ofreció un rico desayuno: café, jugos de naranja y uva, gelatinas, flanes y deliciosos tamales de elote, dulces y de chile.
Todas las compañeras escritoras estaban felices, sus risas se unieron al trino de los pájaros que nos miraban desde el ramaje de un árbol inmenso plantado en el centro del patio, con más de cien años de vida; si hablara, nos contaría tantas historias de un tiempo que se fue.
La casa colonial, con corredores de arcos, techos de teja en cuyos resquicios frescos hacen su nido las palomas, es un testimonio histórico de nuestra ilustre Xalapa. Dina gentil anfitriona, nos platicó que antes que su padre comprara el inmueble, formó parte del altruismo y acciones de la Cruz Roja Mexicana.
Sonriendo, me dice: “no todo fue dolor y olor a medicinas, en un tiempo albergó a la juventud cuando funcionó como plantel educativo con el nombre de la Escuela Industrial Para Señoritas”.
Cuando pienso en los años transcurridos de un tiempo que se fue, me siento atrapada y seducida. Mi imaginación va más allá de las puertas cerradas de varias estancias que ocupan el ala izquierda del corredor.
Inmersa en esos espacios escucho voces, pasos firmes y acelerados, conjunción de ideas que se trasforman en palabras, letras, oficios, olor a tinta pudiendo ver los escritorios metálicos que guardan celosamente en sus cajones los secretos de aquel ayer.
Sacrílega palpo los espacios íntimos de las recámaras bellamente talladas con olor a cedro. También acaricio el latón dorado de los marcos de aquellos espejos como los de Carlota y Maximiliano. Camino sobre alfombras artísticamente elaboradas, predominando el color carmesí, con olor añejo. Me asombran retratos en blanco y negro ovalados exhibiendo los rostros de la familia Escobar Herrera.
El fuerte ladrido de un perro rompe mis fantasías. Me asusto, Dina me toma delicadamente del brazo con su sonrisa de niña, diciéndome “no te asustes está amarrado”. Es primavera y su magia subyuga. En el ambiente flota música selecta de aquellos tiempos: valses que cobijaron las ilusiones de amor y los sueños de mujeres, suspirando ante un paquete de cartas color de rosa, amarradas con un listón de seda.
Las escritoras están felices. Me encantó ver sonreír a Lala con todo el fulgor de aquellos paisajes naturales que disfrutó cuando sembró en los surcos de la educación, juntito al cuerpo tibio de sus niños, en aquellas escuelitas rurales.
El entusiasmo de Judith y Flora entonando canciones de ayer me asombró y contagió igual que a Rosita que cubrió con su sonrisa agradable la felicidad de ambas compañeras.
Fue grato compartir los recuerdos de Lolita y Gloria al desempolvar los momentos románticos de sus vidas, al lado de sus esposos, que pulsando las guitarras entonaban amorosas canciones para ellas… ¡sólo para ellas!
Testigo silencioso no solo fue el tiempo si no la intimidad de esta bella casa colonial.
En un mundo de inspiración, Susi Cantell se refugió para elaborar, más que con letras, con sentimientos, versos cuya métrica la definió al momento.
Ely Núñez, con su acentuada dulzura fue desgranando una poesía de su padre “No me habré de rendir”. En amena charla Luz María y Thais dejaron en libertad las emociones del momento, al saborear un rico café cuyo aroma invadió el colonial corredor, que al vaivén del viento mecía sus maceteros colgantes.
Serenamente y con voz trémula, Elba compartió con todas nosotras un hermoso poema, profundo, sensible como aquella lágrima que escurre en el riñón de la montaña del poeta Gutiérrez Nájera. Me llegó muy hondo así como es Elba exploradora de su yo interno.
Piedad callada y observadora, al fin psicóloga, pulsando una a una nuestras reacciones. Esto no impidió que explayara su alegría.
Como un hilo dorado jugueteando alrededor nuestro, con esa mirada poética, Águeda nos sonreía y casi intuimos que hacía nacer versos con los efluvios del sol en esa mañana de encanto.
Cuando empezaron a despedirse las escritoras, Dina les obsequió flores perfumadas de sus macetas pertenecientes a un tiempo exquisito; junto a esas flores iba el lirio de su alma.
Yo salí deslumbrada como si emergiera de un país encantado. Con el pecho lleno de emoción, con la certeza de haber atrapado dentro de mis ojos el florilegio pleno de un sortilegio que representaba el broche de oro que sellaba la amistad, entre las escritoras tal como fue el objetivo de este encuentro de amigas.

La virtud que posee Dina de sencillez y humanismo fue un bello recuerdo de esa mañana primaveral.

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