viernes, 30 de junio de 2017

Algo para recordar


Angélica López Trujillo

La tarde era fría y melancólica. Una capa de finísima lluvia cubría los paisajes que a la distancia se perfilaban majestuosamente frescos. El caer constante de esas miles de agujas transparentes que en el rojo de los tejados se convertían en grandes gotas burbujeantes resbalando traviesas su frescura por la canal, trajo a mi alma el deseo inmenso de soñar. Y volviendo los ojos hacia una fotografía que posaba en mi escritorio, traté de adentrarme en su contenido y al arrullo de la lluvia, la ficción se volvió realidad:
Y he aquí, frente a la imagen estampada del retrato, el recuerdo hizo vibrar aquellos rostros dándoles un alma que al momento comenzaron a dialogar, al principio con murmullos incoherentes, después con movimientos de gran elocuencia para finalizar con la sonoridad de una risa que rompió la austeridad del momento, todo se volvió bullicio, espontánea garrulería que invadió al ambiente de grata cordialidad. Ante mi tenia al personaje de la inquietud y la travesura, sus facciones delineaban un rostro simpático y pícaro al que inmediatamente relacioné con aquel Arlequín vestido de papel haciendo piruetas en el foro y derramando el ingenio  de su buen humor al par que los destellos de sus vestiduras y lo rimbombante de su bonetillo salpicado de estrellas; por única vez le conocí un rictus de angustia cuando se le desgarraron sus ropajes al contacto de la lluvia y cual crisálida que abandona el capullo surgió el pícaro estudiante que hace gala de sus travesuras entre sus compañeros. ¡Sí, tenía ante mí a Raúl Galván, riendo como siempre! Mas esta no era su única cualidad, también tenía el secreto de robarle a los libros sus sabias enseñanzas y con afán trataba de saber más y más. -¡Vamos, no me apene! –Dijo con su gesto peculiar y dando un tirón a otro personaje lo puso frente a mí diciendo. -¡Éste, también tiene alma de pingo y se llama “El Pili”! –En efecto tenia frente a mis ojos a un hombre muy grande con cara de niño, siendo más pronunciadamente lo segundo que lo primero, y lo único que le tocaba en el sainete era reír ruborizado y soportar la broma de sus compañeros, así como darles de “caballazos” y cerrarles la puerta después de los veinte minutos  de descanso. Además, era aficionado a hacerse el consentido de  sus compañeras y… pues a veces le iba mal pero él siempre sonreía. -¡Mire Doña! –exclama sin dejar de dibujar una sonrisa, no es cierto que yo sólo haga todo eso, me aconsejan Memo y Ángel Pale. -¡Vamos, que se hagan presentes estos jovencitos! Les pido entusiasmada a los aludidos. El primero en hablar es un joven muy serio, de pocas palabras, pero con una orquesta por dentro que cuando la hace actuar moviliza a todos sus compañeros. Su figura varonil, su risa maliciosa, refleja el carácter agradable de Ángel que muy seguro exclama; ¡Yo Ángel Pale niego todo de lo que se me acusa! -¡Claro Angelito te creo! Y sonrió pensando que merece pasemos inadvertidas sus travesuras, ya que es un chico muy estudioso y de los primeros en la clase. Mis pensamientos se interrumpen al surgir la presencia de Memo, un personaje callado, ávido de superarse y bastante responsable que nada tiene que ver en las conspiraciones de Pili y Ángel, pero que al ocupar un lugar cercano a ellos, a veces ríe contagiado de sus charlas. –Diga usted. -Me dice con melancolía, y me siento indecisa y sólo respondo: ¡Memo, te felicito por la tenacidad que te caracteriza y que en un día no muy lejano alcances la feliz estabilidad que mereces! Y enseguida se hunde en la firmeza de su silencio que es elocuente respuesta.
Algo rasga mis meditaciones, y es la languidez de un suspiro que emana las dolencias de un corazón enamorado, un corazón en las primeras luces de la alborada, que debate entre la incertidumbre y la fugaz ansiedad de amar, un corazón de un joven que he llegado a estimar porque le he visto vencer con hombría los primeros obstáculos del sendero que recorre, un corazón que es la juventud en camino de Filemón Tarelo, “El monsito” como todos le llaman con cariño. Monsito sonríe irónico e inclinándose cortésmente me dice. -¡No me explico como una cosa tan chiquita pudo provocar una tormenta tan grande! Y su mirada me indica al siguiente personaje, al cual observo detenidamente: cuerpo menudito en el que destaca un rostro picaresco sombreado por negra cabellera ondulada que acentúa sus agraciadas facciones, Rubí, que trae a mi memoria a aquella gallinita salerosa que bajo un mundo de plumas danza al ritmo de la música. Esa gallinita de juguete que representa el mundo fantástico de Natacha y que absorbe por siempre la picardía de Rubí, buena chica que trata de obtener mejores calificaciones. ¡Por favor! Parece decirme con la mirada, mejor presente usted a la más pequeña del grupo. –Y levantando los hombros hace un gesto gracioso a un personaje que por más que trata de ocultarse no lo logra: Alejandra, una mujercita de casi uno setenta de estatura y con solo 16 años de edad. Sus amigas dicen que le echaron abono… es de un carácter simpático y todas le quieren porque si no… quien sabe.
-¡El que sigue! –Ordena Alejandra tratando de melificar la voz al tiempo que casi levanta en vilo a un personaje de porte especial: tez blanca, melena acanelada, peinado a la moda si así vale la expresión y además coleccionador de corazones, de gran cantidad de ellos en sólo 15 años, pues empezó tan bello deporte a temprana edad. -¿Adivinan quién es?, no creo que necesite identificación pero se los voy a presentar: Pepe Valdivia, el chico imposible de la clase pero obteniendo siempre buenas calificaciones. Su carácter fuerte y decisivo lo han hecho vivir momentos amargos, mas esto denota que es de los que no aceptan lo que encuentran en el camino y elevan los ojos al horizonte para encontrar algo mejor. ¡Bien Pepe, espero que enfoques esa decisión y esa pujanza hacia fines positivos para que un día todos estrechemos tu mano con orgullo! Dime que lo harás por lo que más quieras en esta vida. Pepe sonríe y me dice. -¡Lo haré por Benchi, por Arce y por…! -¡Y por ti mismo! –Le digo enérgica y enseguida enfoco mi atención hacia dos seres que discuten acaloradamente: ella con la decisión reflejada en el semblante comenta con pasión la clase del día, precisamente Historia Contemporánea, defendiendo a conciencia algunos puntos del comunismo que le han parecido positivos. Él, siempre tratando de adivinar el lado oscuro de las cosas, antes de aceptar reflexiona para exponer, con ese carácter imponente que lo caracteriza, sus propias ideas pensando que antes que el robot, está el hombre. La discusión es agradable, porque la juventud en pos de la verdad fortifica y fortalece, pero mi deseo de presentárselos interrumpe su dialogo: Enedelia Ruiz e Isidro Navarro.
Ella es la chica águila de la clase, por eso defiende con calor su peñón incrustado entre las nubes en el que deposita los nueves y los dieces.
Y él… ¿Pero en dónde está?... ¡Ah! Se ha retirado y algo conspira con sus compañeros… sí tenías que ser tú Isidro….viene fugaz a mi memoria aquel instante en que pasé un rato poco agradable, cuando  convenciste a tus compañeros que me dejaran sola con el ensayo… ¿te acuerdas?... ¡Pero hoy no lo vas a lograr!... porque sé que de aquel entonces a estos momentos ya llovió y hoy veo en tu juventud al estudiante dinámico que combina con armonía el trabajo y el estudio y el arte, además de estar presente en ti el valor civil de señalar a los demás sus errores y abominar con coraje las injusticias. Tendré presente la ilusión de verte, no ya con un acordeón entre las manos dirigiendo rondas infantiles, sino llevando entre tus dedos la pauta para orientar a tus semejantes en himnos de trabajo, prosperidad y justicia. ¡Así que detén tu complot, permite que te estreche la mano y al mismo tiempo todos te digamos: adelante!
-Por ahora –exclama Isidro –traigo de la mano a esta niña que trata de evadirse del escenario, ella es Alma Laura.
-¿Por qué siempre le tienes pavor al público, Alma? –Vamos, penetra sin miedo que estamos en familia. Hoy no bailarás, ni recitarás aquella de la viuda Austreberta, vamos, ni siquiera cantarás… ¡Ay, Alma, poco te conozco interiormente, no he tenido la oportunidad de conversar contigo más a fondo, pero eres linda y joven y creo que eso basta para adivinar que dentro de ti hay ilusiones y ansiedad de ser mejor! -¡Sí, dentro de mi alma hay una gran ilusión! –dice al fin, mientras discretamente da un pellizco a alguien que le increpa en mexicano ocasionando las risas de Pili y Raúl ¿qué quién es ella? ¡Pues Chabelita! Dicen todos al unísono – a ver Pili y Raúl, díganme que ha dicho Isabel- Pero estos ríen con malicia y prefieren  no traducirme el mensaje exclamando… ¡Ya cállate Chabelita! Isabel los contempla enojada y con su seriedad habitual señala al siguiente  personaje: Enriqueta  Morales que al posarse en mi escritorio dice asustadísima: -¡Ay, a ver, tú no eres un oso!... y es que Quetita sigue viviendo en el personaje de Ricitos de Oro que representó en días pasados. Al fin calmada, se peina su cabellera un tanto amarilla, se compone el vestido y con su feminidad acostumbrada saluda sonriente a todos sus compañeros diciendo… ¡Qué alegría pero no tienen por ahí un buen cubito de rompope…! ¡Tengo una sed! Pues vengo corriendo desde Limones llena de dicha porque he terminado mis estudios de Educación Superior de Telesecundaria, y por cierto, hay alguien  que le quiere decir lo que Chabelita dejo en mexicano, y señala a María Luisa Caballero que se ha puesto de pié ceremoniosamente y emergiendo de la fotografía me dice convincente:
-¡Dije que al baile de fin de cursos venga Tapia Rocha!


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