Profr. Lorenzo Montero Ramírez
“El genio revélase por una aptitud inventiva o creativa,
aplicada a cosas vastas o difíciles. En la vida social, en las ciencias, o en
las artes, en las virtudes, en todo, se manifiesta con anticipaciones audaces,
con una facilidad espontánea para salvar los obstáculos entre las cosas y las
ideas con una firme seguridad para no desviarse de su camino.” “De entre esas
mentes preclaras, algunas llegarán a la genialidad si lo determinan
circunstancias extrínsecas; su obra revelará si tuvieron funciones decisivas en
la vida o en la cultura de su pueblo.”
“Genio y talento colaboran por igual al progreso humano”.
Así lo señala José Ingenieros, el maestro de la juventud Latinoamericana y hoy
ocupamos su pensamiento para rendir un homenaje permanente a mi maestro de
pintura Albino Velázquez Morales, al rescatar a través de este Catálogo
Artístico parte de su obra justo a 31 años de su desaparición física.
Albino Velázquez Morales, nació en Jojutla Morelos el 24 de
febrero de 1926. Su padre fue Camilo Velázquez Pilón y su madre Doña María
Morales Reyna.
Quedó huérfano de padre a temprana edad ya que su progenitor
fue participante en el proceso de pacificación del movimiento revolucionario de
1910.
La niñez del pintor transcurre en la Ciudad de México, entre
serias dificultades económicas; es así como tiene que trabajar en los puestos
del mercado ayudando en las labores de carga y descarga. El trabajo arduo va
templando el espíritu del artista quien acude a la escuela logrando terminar su
quinto año de primaria, destacando desde entonces su increíble facilidad para
el dibujo, hecho que lo llevó a participar en diversos certámenes de dibujo a
nivel interescolar.
Al abandonar sus estudios debido a los problemas económicos,
se dedica a trabajar, transcurriendo así su adolescencia y juventud,
acariciando uno de sus sueños que jamás se haría realidad; el ser torero:
contaba él sus aventuras que corrió al lado de sus amigos de adolescencia;
gustaban de ir a las corraleras a practicar con vaquillas sin medir los
riesgos, dado que su entusiasmo era superior al miedo o temor de sufrir una
cornada. Un buen día, contaba su madre, me llegó enfundado en un espigado traje
de torero; la respuesta inmediata fue:
¡quítate eso!, un buen día te voy a ir a levantar a las vaquerías, es
mejor que te olvides de eso, recordaba Doña Mary.
Por fin, Albino Velázquez, de espíritu bohemio por toda su
vida, se olvidó del toreo, aprendió el
oficio de doblador para realizar anuncios de gas neón; el destino le puso en su
camino una oferta tentadora; le ofrecían venir a la Ciudad de Xalapa, Veracruz,
lugar donde el incipiente comercio requería de rótulos luminosos y fue así como
a la edad de 33 años, en abril de 1959, llegó a la Atenas Veracruzana, a la
hermosa Ciudad de las Flores; aquí renació en él, aquella aptitud en
reposo durante tanto años y comenzó a
dibujar y a realizar sus primeros paisajes al óleo.
Por cierto, su primer cuadro al óleo fueron unos patos
silvestres que había regalado a un amigo y que años más tarde casi al final de
su fructífera existencia le fue devuelto a cambio de otra obra más reciente.
En Xalapa conoce a quien sería la compañera de toda su vida,
mi tía Modesta Montero Hernández quien hasta el final de su vida guardó con
mucho celo algunas de las obras del pintor. En la capital del Estado traba
amistad con la familia Díaz Mirón y con el maestro Felipe Mota, con quienes
realizaría viajes a Naranjos, municipio de Puente Nacional, la tierra de su
esposa; tierra de la cual quedó enamorado para toda su vida; la provincia
plasmada en sus lienzos, fiel interprete del colorido rojo de los tejados, del
violeta y el rojo carmesí de las bugambilias.
Pronto las dificultades comenzaron, el trabajo de los rótulos se terminó y tuvo
que abandonar Xalapa, y fue así como el 20 de agosto de 1963 regresó a la
Ciudad de México.
Al regresar a la Ciudad de México se instala nuevamente en
un taller de rótulos, la situación no mejora; para entonces ya dedica más
tiempo a la pintura y decide vender para poder subsistir, primero a los
clientes que llegan al taller; esto ocurre allá por el año de 1967, años
difíciles, pues comienza la rebelión juvenil que culminó con los trágicos
acontecimientos de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. Habrían de
transcurrir siete largos años antes de que fuera invitado a exponer en abril de
1975 en el Centro Social y Deportivo “Guelatao” y en 1978 exhibe su obra en la
exposición del Tianguis del Arte del mismo centro, a través de la dirección del
entonces Departamento del Distrito Federal, en una exposición colectiva en la
que participan entre otros su entrañable amigo el pintor bodegonista Juan Uribe
Romero, Fidel Nájera Divignan, Teresa Romero, Aurora Pantoja, Acatl, Cristina
Tello Ríos, Ángel Kolula G., Martha Dyer, Al Flores, Antonieta Salomón,
Belmont, Delia Pérez, Fco. Javier Cuaxiloa,
Jorzo, José Luis Casaress, J. Montiel, José Pérez Sánchez, Manrriquez, Neria,
Olea y Roberto Ball, y entre otros el maestro Alberto Armando Ahuatzi autor de
grandes bodegones y de naturalezas muertas.
La metamorfosis que va sufriendo su obra le da la
oportunidad de ingresar al Jardín del
Arte; primero vendiendo los sábados en la Plaza de San Jacinto de San Ángel y
después los domingos en el Parque Sullivan en la Colonia San Rafael de la
Ciudad de México. El Jardín del Arte, A.C., fue fundado en el año de 1955 en el
Parque Sullivan por el Arq. Jorge Contreras, el Lic. David Marín Foucher y un
grupo de entusiastas pintores. Es una asociación cuya principal función es la
de promover a los Artistas Plásticos, es una tribuna libre para que estos
puedan exhibir y vender sus obras sin intermediarios.
La asociación tiene contacto con las artes plásticas, plazas
públicas, bibliotecas, museos, galerías oficiales, casas de cultura, ferias
regionales, todo esto dentro de la República Mexicana y en algunas ocasiones en
el extranjero. El Jardín del Arte dio
cabida al maestro Albino Velázquez, siendo este un autodidacta, ya que la
asociación está abierta tanto para los egresados de las Academias de Artes de
nuestro país y del extranjero, como para quienes siendo autodidactas trabajen
profundamente en el campo de las Artes Plásticas .Realizó varias exposiciones
entre las que se cuentan la primera exposición permanente en el Centro Social y
Deportivo “Guelatao”, asimismo, en la Delegación Gustavo A. Madero a través del
Jardín del Arte y del entonces Consejo Nacional de recursos para la atención de
la juventud CREA , presentó sus obras en una exposición colectiva titulada
“Cinco Pintores”, exponiendo José Antonio Morales, Rafael Jasso, Roberto García
Castro, Domingo Block y Albino Velázquez. La obra pictórica de A.
Velázquez como se firmaba muy a pesar de
su corto tiempo es enorme, lamentablemente casi toda su pintura fue adquirida
por extranjeros, ya que les resultaba atractiva porque representaba en sus
paisajes la exquisitez de la provincia mexicana, sus iglesias, sus casitas
y la exuberante vegetación y los temas
campiranos que hicieron que su obra adquiriera un sello distinto a los temas
costumbristas del paisaje mexicano plasmados por el paisajista José María Velazco.
Fueron innumerables las ocasiones que conviví con el
maestro, tío político, le fascinaba ir de compras para adquirir pinceles,
pinturas o visitar galerías, recorrer el Museo de San Carlos o visitar el Museo
de Arte Contemporáneo. Asimismo su charla siempre era acerca del arte,
particularmente insistía en que no dejara de pintar, cosas del destino, que sin
haberle permitido el tener descendientes y sin mediar parentesco consanguíneo
influyó a fin de que pintara la misma
temática que él. Lo mismo ocurrió con su hijo político Alberto Roldán Montero
que pintó bodegones y durante un tiempo logró exponer los sábados en San
Jacinto.
Albino Velázquez fue un hombre extraordinario, hombre de su
tiempo, con un espíritu bohemio y dado a tener amigos, hecho que se puede
constatar a través del legado fotográfico que dejo tanto de su relación en el
trabajo como en sus ratos de sano esparcimiento. Hoy este catálogo es gracias a
que tomo fotografías a muchas de sus obras y de algunas que obran en poder de
la familia y amigos. Su amor por la vida y el bienestar de los demás fue
siempre su pasión, sin embargo, en una de sus obras que siempre conservó pintó
a la muerte señalando el cuerpo flácido y enfermo de un hombre con el índice y
con el rictus de la muerte y una vela encendida a punto de apagarse y con un
rayo de luz que baja del firmamento simbolizando así el final de una vida.
Nunca hablaba de la muerte, sin embargo, podría afirmar que quizás el
significado de su óleo va más allá del término de la vida, lo que demuestra que
la aceptaba con decisión. La última vez que nos vimos fue el 2 de enero de 1985
cuando de Naranjos se despedía para viajar a la Ciudad de México y con los
mejores deseos de seguir pintando y como me lo expresó, “llegar a ser de los
mejores paisajistas de México”, no habían transcurrido tres meses del nuevo
año, cuando fue atropellado por un vehículo en las calles de la Ciudad de
México , con vida aún, no pudo recuperarse por más esfuerzos que se realizaron,
la ciencia médica ya no pudo hacer nada. Murió el 16 de marzo de 1985 a los 59
años de edad que acababa de cumplir el 24 de febrero, sus restos a petición de
él en vida, fueron trasladados a Veracruz,
el fascinante Estado que le presentó enorme variedad de paisajes, en el
panteón de Naranjos del municipio de Puente Nacional , Ver. Hoy como ayer
nuestro homenaje y reconocimiento al maestro Albino Velázquez, su “obra como lo
señala José Ingenieros revelará si tuvo funciones decisivas en la vida o en la
cultura de su pueblo”, si una estrella brilla en el firmamento, que su luz no
se apague jamás, la historia del arte mexicano algún día la descubrirá y le
dará su sitio.
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