Para Shadem
Angélica
López Trujillo
Mi
pequeña Shadem veo en tus ojos llenos de ilusión el anhelo. se dibuja en tu
rostro. Tus labios guardan mil preguntas que me es difícil responder porque tu
tiempo no es el mío. Tu mi niña, vives en la era de
grandes avances tecnológicos, de
conceptos diferentes en cuanto a la belleza, que te proyectan a un mundo lleno
de sofisticados juguetes que yo, francamente olvido sus nombres y me etiqueto
ignorante en este espacio en el que tú vives.
No
negaré que me asombra el milagro de la ciencia. Un avance que se gestó en la
avidez del pensamiento del hombre que no solo ha desafiado misterios, sino que
ha conquistado la riqueza del conocimiento.
Estoy
maravillada de este logro, solo me da tristeza cuando ese conocimiento se
deshumaniza afianzándose a la voluptuosa comercialización. Todo esto viene a
derivar en la desvirtuación de la belleza, la confusión de los valores y el
caos demoniaco en el mundo de los juguetes.
Te
diré mi niña, que hace años una noche de reyes tenía el olor del barniz en los
juguetes de lámina: Carritos, trenecitos y cornetas, así como el color de los
juegos de boliche. Había perfume en el ambiente. Un perfume emanado de las briznas
de la madera, el aserrín, que era el relleno de los cuerpos de las muñecas.
Olor
a tela nueva, matizada de colores en los vestidos del cuerpo de esas “rorras”
que lucían hermosas con sus sombreros, y que se arrullaban en los brazos de una
infancia plena, sin rebuscamientos, solo existía el milagro del amor. Ese amor
que ascendía hasta las estrellas para
alcanzar a los Reyes magos que bajaban en los rayos platinados de la luna. Esa
luna que inmortalizaba en su mágica pupila el movimiento feliz de los padres,
de los abuelos, de los tíos para ayudar a los Reyes con su carga de regalos.
Palpitaba
el alma del barro en las cazuelitas, en los jarritos, en las ollitas llenas de
cajeta y dulce de tamarindo.
Había
delicioso olor a pino en las cunitas de madera, en los caballitos de crines relucientes,
que se mecían en sus bases tintineando cascabeles para llegar al mundo de oro
de los niños.
El
viento suave y feliz, pasaba acariciando el manojo de trompos de madera que colgaban
en la cuerda que los ataba. Trompos que se dormían en la palma de la mano
mostrando el arrebol del haz de su pintura.
Te
diré que esa noche todo era mágico: La cartita que llevaba la emoción de la
infancia en cada letra que se escribía; el instante único al depositarla en el
zapato.
Después
a dormir y a soñar con la ilusión que los Reyes dejarían los regalos. La
imaginación los veía sonrientes, aun después de su largo viaje.
¿Cuál
viaje? Me preguntarás sorprendida y yo te contestaré que ellos venían del portal
de Belem, así nos lo afirmaban los abuelos y los padres, porque habían estado
vigilando al niño Jesús en su cuna de paja y heno. Además le habían llevado
regalos, incienso perfumado, mirra y oro. El niño les pidió que también
llevaran regalos a todos los niños del mundo. Como vez, pequeña, fue un largo
viaje así como la cauda enorme de un cometa.
En
esa cauda venían ángeles con polvos de estrella inundando el cielo de luces.
Y
ese viaje, a través de los siglos se sigue realizando cada año, así como cada
año nacen miles de niños con ojos radiantes y almas puras que representan la
inocencia que es la presea más hermosa en una noche de reyes. Mi niña, la fe te
hará grande para decidir los juguetes que armonicen tu vida, que jamás te
llenen de hastió. Así ten la seguridad que en el tiempo de tu inocencia lograrás
vivir el encanto imperecedero de una noche de reyes. En esta noche que he
vuelto a vivir la inquietud y la magia de esta bella remembranza te diré que la
magia y la verdad de tu tiempo eres tú. Tus alas de ángel surcaran el camino de
los reyes encontrando que en estuche de oro traen la esencia de tu alma y el
asombro de tu rostro ante la grandeza de la vida.
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