Víctor Manuel Vásquez Gándara
Placer por la gastronomía, vino, pasión por la
lectura, desafíos en la creación literaria, gusto por plantas y flores,
generosidad, hospitalidad, sensibilidad, muestras de amistad, vitalidad en la
longevidad, intelectualidad. Todo encerrado entre una envidiable biblioteca,
sala cómoda, comedor instalado provisionalmente con mantel colorido, formó el
ambiente para celebrar el nonagésimo segundo aniversario de Aurora Vásquez
Ruiz, escritora, poeta, editora, madre de siete hijos y profesora jubilada.
La
cita: Once de septiembre, diecinueve horas 2014, exactamente 92 años después de
su nacimiento. Ni un día más ni uno menos. El lugar, su residencia por varias
décadas, literalmente encima de las
faldas del Cerro de Macuiltepetl (el quinto cerro en Náhuatl). Mesa dispuesta,
adornada con mantel colorido, al parecer moreliano. Vajilla de barro similar a
las fabricadas en Capula, Michoacán.
Las
selectas amistades paulatinamente llegaron rodeando a la maestra ubicada en su
lugar predilecto: detrás de la computadora enmarcada por cientos de libros.
Saramago, Borges, Paz, Huerta, Papini... Ahí recibió a los puntuales.
Posteriormente sentada ya en el comedor improvisado para el ágape.
Libro
tras libro fue recibiendo en obsequio por los acompañantes en tan singular
fecha. Un hermoso arreglo floral completó los regalos sin faltar la Sangre de
Cristo Todos los regalos de verdadero agrado de la festejada. Conocen sus
gustos.
Atrás
del telón, estuvo la organización y el proceso gastronómico, sin duda bajo la
batuta de la maestra Yoya. Incansable y con la paciencia del Santo de Asís: la
maestra Lety, ejecutó el plan resultando una cena opípara. Deliciosos frijoles
charros abrieron la andanada de platillos. Carne asada, ensalada verde, agua de
Jamaica, Coronitas, copas de vino y un exquisito pay de queso, cremoso, dulce y
hojaldre recién horneado. Los tradicionales nopales y cebollines dejaron satisfechos
los paladares de escritoras, académicos, comunicadores unidos por esa
convergencia amistosa, la cumpleañera.
La
música de fondo, suave, desapercibida, disfrutada, sin distraer la charla.
Charla de amigas, anecdóticas, de buen gusto apropiadas al perfil de los allí
reunidos.
Lo
destacado, esa evidencia de tenacidad, de pasión por vivir. Vivir siendo
participe del mundo. No ajena, menos apática o desilusionada. Aurora, quien
además de considerarme su amigo con muestras de amistad, solidaridad, me llama
su amigo en sus comunicados electrónicos. Es la colaboradora de mayor
constancia de Tlanestli, edición literaria, educativa. Cultural. Mes a mes
envía oportunamente, sea un cuento, reseña de algún libro o poemínimos. Lectora
de oficio, la profesora se constituye en ejemplo de vida en su entorno.
Adquiere libros a través de la web. Y lo sorprendente: toma cursos de creación
literaria por internet. ¡Participa en concursos!
En
su plática, sentada, como debe ser, en la cabecera de la mesa, frente a escasa docena
de amigas y amigos, compartió el tema central de su última tarea literaria, vía
electrónica hasta España. Debía narrar una historia en la que se diese un
conflicto surgiendo un triunfador.
Antes de los años cuarenta de la centuria pasada, en
Xalapa celebraban bailes que con el transitar del tiempo se fueron haciendo
tradicionales. El Centro Recreativo Xalapeño fue el recinto de una de esas
tradiciones. Con anticipación la gente confeccionaba su ropa, elegía su
atuendo. Las mujeres se distinguen por esos detalles y la espera es ansiada.
Llegada la fecha -escribió Aurora en su texto- la joven quinceañera, estaba
lista. Maquillada, pintada, vestida, sólo en espera de su vecina, quien le
prometiera pasar a traerle e irse juntas al baile esperado. Los minutos
transcurrieron y la desesperación comenzó. La niña pidió a su madre le
acompañara negándose una y otra vez. Su madre se opuso a persuadir al padre de la joven para
que aquel la llevase. Insistente al escuchar al sereno, propuso -que me lleve
Don Sabino. ¡Cómo comprendes! Respondió la madre, escandalizada. La historia
concluyó cumpliendo el objetivo solicitado por el profesor o profesora de su
curso. La joven perdió aquella noche pero al cabo del tiempo ganó: se casó con
el galán que involuntariamente plantó.
Por
supuesto hablar de creación literaria, sus vicisitudes, sólo pudo ocurrir en el
cumpleaños de Aurora pues vive para leer, escribir y publicar.
La
despedida de los invitados, más por cortesía y consideración que voluntaria, se
dio. Una muñeca, manualidad propia de la creatividad docente y unos pequeños
jarros conteniendo bombones y gomitas constituyeron los recuerdos. El convivió
llegaba a su fin dejando un recuerdo para muchos años...
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