martes, 11 de noviembre de 2014

Ni un día más ni uno menos


Víctor Manuel Vásquez Gándara

Placer por la gastronomía, vino, pasión por la lectura, desafíos en la creación literaria, gusto por plantas y flores, generosidad, hospitalidad, sensibilidad, muestras de amistad, vitalidad en la longevidad, intelectualidad. Todo encerrado entre una envidiable biblioteca, sala cómoda, comedor instalado provisionalmente con mantel colorido, formó el ambiente para celebrar el nonagésimo segundo aniversario de Aurora Vásquez Ruiz, escritora, poeta, editora, madre de siete hijos y profesora jubilada.

            La cita: Once de septiembre, diecinueve horas 2014, exactamente 92 años después de su nacimiento. Ni un día más ni uno menos. El lugar, su residencia por varias décadas, literalmente  encima de las faldas del Cerro de Macuiltepetl (el quinto cerro en Náhuatl). Mesa dispuesta, adornada con mantel colorido, al parecer moreliano. Vajilla de barro similar a las fabricadas en Capula, Michoacán.

            Las selectas amistades paulatinamente llegaron rodeando a la maestra ubicada en su lugar predilecto: detrás de la computadora enmarcada por cientos de libros. Saramago, Borges, Paz, Huerta, Papini... Ahí recibió a los puntuales. Posteriormente sentada ya en el comedor improvisado para el ágape.

            Libro tras libro fue recibiendo en obsequio por los acompañantes en tan singular fecha. Un hermoso arreglo floral completó los regalos sin faltar la Sangre de Cristo Todos los regalos de verdadero agrado de la festejada. Conocen sus gustos.

            Atrás del telón, estuvo la organización y el proceso gastronómico, sin duda bajo la batuta de la maestra Yoya. Incansable y con la paciencia del Santo de Asís: la maestra Lety, ejecutó el plan resultando una cena opípara. Deliciosos frijoles charros abrieron la andanada de platillos. Carne asada, ensalada verde, agua de Jamaica, Coronitas, copas de vino y un exquisito pay de queso, cremoso, dulce y hojaldre recién horneado. Los tradicionales nopales y cebollines dejaron satisfechos los paladares de escritoras, académicos, comunicadores unidos por esa convergencia amistosa, la cumpleañera.

            La música de fondo, suave, desapercibida, disfrutada, sin distraer la charla. Charla de amigas, anecdóticas, de buen gusto apropiadas al perfil de los allí reunidos.

            Lo destacado, esa evidencia de tenacidad, de pasión por vivir. Vivir siendo participe del mundo. No ajena, menos apática o desilusionada. Aurora, quien además de considerarme su amigo con muestras de amistad, solidaridad, me llama su amigo en sus comunicados electrónicos. Es la colaboradora de mayor constancia de Tlanestli, edición literaria, educativa. Cultural. Mes a mes envía oportunamente, sea un cuento, reseña de algún libro o poemínimos. Lectora de oficio, la profesora se constituye en ejemplo de vida en su entorno. Adquiere libros a través de la web. Y lo sorprendente: toma cursos de creación literaria por internet. ¡Participa en concursos!

            En su plática, sentada, como debe ser, en la cabecera de la mesa, frente a escasa docena de amigas y amigos, compartió el tema central de su última tarea literaria, vía electrónica hasta España. Debía narrar una historia en la que se diese un conflicto surgiendo un triunfador.

Antes de los años cuarenta de la centuria pasada, en Xalapa celebraban bailes que con el transitar del tiempo se fueron haciendo tradicionales. El Centro Recreativo Xalapeño fue el recinto de una de esas tradiciones. Con anticipación la gente confeccionaba su ropa, elegía su atuendo. Las mujeres se distinguen por esos detalles y la espera es ansiada. Llegada la fecha -escribió Aurora en su texto- la joven quinceañera, estaba lista. Maquillada, pintada, vestida, sólo en espera de su vecina, quien le prometiera pasar a traerle e irse juntas al baile esperado. Los minutos transcurrieron y la desesperación comenzó. La niña pidió a su madre le acompañara negándose una y otra vez. Su madre se  opuso a persuadir al padre de la joven para que aquel la llevase. Insistente al escuchar al sereno, propuso -que me lleve Don Sabino. ¡Cómo comprendes! Respondió la madre, escandalizada. La historia concluyó cumpliendo el objetivo solicitado por el profesor o profesora de su curso. La joven perdió aquella noche pero al cabo del tiempo ganó: se casó con el galán que involuntariamente plantó.

            Por supuesto hablar de creación literaria, sus vicisitudes, sólo pudo ocurrir en el cumpleaños de Aurora pues vive para leer, escribir y publicar.


            La despedida de los invitados, más por cortesía y consideración que voluntaria, se dio. Una muñeca, manualidad propia de la creatividad docente y unos pequeños jarros conteniendo bombones y gomitas constituyeron los recuerdos. El convivió llegaba a su fin dejando un recuerdo para muchos años...

No hay comentarios: