Miguel Roldán Tovar
Sonó el teléfono
Javier limpia la herida
del ojo que le queda a un cocodrilo. No olvides la imagen: el cocodrilo tuerto
sobre la plancha metálica dormido por la anestesia, Javier con las manos
cubiertas por guantes de látex y su asistente a lado.
A sus cincuenta y siete años el veterinario ha variado la
rutina. Todas las mañanas corre cinco kilómetros, come más vegetales y menos
alimentos con grasa. No era así antes. Pesaba más de ciento veinte kilos y mide
apenas un metro setenta y dos. Consecuencia personal: ignorado por Raquel.
Consecuencia profesional: torpeza de movimientos. Luego del divorcio la imagen
de Raquel se postró en sus ojos, en el intento por desplazarla devoraba lo que
pasara por enfrente: pastelillos, chuletas de cerdo, papas a la francesa. El
corazón le reventó al fin. La operación
salió bien, el cuerpo resistió el embate. Decidió abandonar su país y radica en
Luama desde hace tiempo. Dos años atrás lo invitaron a participar en el
programa de atención a los cocodrilos del río Nublado, el nombre se debe a la
gran cantidad de cocodrilos ciegos que lo habitan.
Los cocodrilos machos pelean entre sí para decidir cuál
se apareará con la hembra. El orden de dos hembras por cada macho está
invertido en el río Nublado.
Apenas
arribó a Luama visitó el río. Vio una pelea: dos reptiles de más de tres metros
despedazándose, lanzando mordidas de una tonelada de fuerza en contra de sus
cuerpos y sus cabezas. Los movimientos violentos, las heridas profundas, la
sangre regada. La hembra esperando. Javier dejó de mirar.
Ahora Javier tiene un cocodrilo sobre la plancha
metálica, si pierde ese ojo queda ciego por completo. No podrá cazar a sus
presas. Morirá.
Concluye
la sutura: nervios intactos. El cocodrilo mantendrá sano el ojo que le resta,
Javier mira satisfecho al animal. Al
momento de arrojar los guantes a la basura timbra el teléfono. Su asistente
atiende la llamada, le da el auricular al veterinario: Para usted. Javier toma
el auricular; asiente. Cuelga. Sin dar explicaciones sale de la clínica y no
repara en la bata sucia que lleva puesta. Sube al auto, golpea el volante,
enciende un cigarro y gira el switch. Conduce hasta el aeropuerto.
Querer la muerte
Durante el vuelo los
recuerdos: paredes repletas de fotos de Raquel y Lulú: en el quirófano al nacer
Lulú y luego de ella sola en la incubadora; de los primeros viajes de Lulú al
mar, desnuda y pequeña rodeada por las olas; de Raquel y él, y Lulú en medio,
separándolos. La plática con Lulú previa a su salida del país luego del
divorcio. El obsequio de recuerdo: obsesión profesional: un cocodrilo de
peluche.
Javier
ha tenido que volar en avión con frecuencia. Su destacada pericia quirúrgica lo
ha vuelto indispensable en intervenciones riesgosas. Aun cuando algunos de sus
viajes son cercanos a Luama los prefiere en avión antes de conducir por
carretera. La razón es simple: el porcentaje de accidentes aéreos es el más
bajo del mundo en relación con los que involucran a otros medios de transporte.
Este día, arriba del avión, sobrevolando el agua vasta, desea ser parte de ese
bajo porcentaje y que su avión caiga o el piloto cometa un error grave que
estrelle al gigantesco aparato en contra de alguna montaña.
Descenso y confesión
Javier sale del
aeropuerto y mira Péramo. Quince años sin visitarlo. Se dirige a la central de
taxis más cercana. Se detiene. Y aunque debe llegar pronto al ministerio
público federal pasea un poco por las calles que pensaba olvidadas, pero que en
ese instante arremetieron contra él: vio a su esposa y a Lulú caminando por la
acera, a Raquel probándose el vestido en la tienda de ropa, a Raquel alejarse
de él por serle insoportable lo obeso que estaba. Enciende un cigarrillo al
pasar frente a la vitrina de una repostería, se aleja, mira el reloj: siete de
la noche. Toma un taxi y llega en pocos minutos a su destino.
El edificio es viejo, la pintura se cae a pedazos.
Atraviesa la puerta de entrada, las manos en los bolsillos del pantalón. El
interior mal iluminado, dos escritorios y un sujeto flaco de lentes, a traje
negro y corbata roja detrás.
—¿Lourdes Fragoso?
—¿Es usted familiar o abogado?
—Su papá ¿en dónde está?
—Identificación señor.
—Tome, necesito verla ¿ella está bien?
—Su hija está acusada de homicidio agravado en contra de
quien parece era su novio. Sígame… ¡Lourdes, te buscan!
El
cuarto húmedo y sucio. La silueta se acerca con lentitud. El funcionario revisa
el candado. Se aleja.
—Ahora sí apareces.
—Tú llamaste.
—¿A quién más? Raquel murió hace tres años.
—¿Murió? Debiste avisarme.
—Ya no importa…
—¿Qué ocurre Lulú?
—Maté a alguien, a quien amaba y por eso estoy aquí…
¿Qué?, ¿te sorprende?, no debería, no me conoces, en veinticinco años han
pasado muchas cosas que ignoras… Tú eres quien decidió largarse.
—…
—Él merece estar muerto, los vi coger en el sillón que
compartíamos, no se dieron cuenta de que los vi, por eso sin hacer ruido salí
del departamento y regresé después. Ella ya no estaba, Diego me saludó como
cualquier día, me besó la boca, maldito cínico… Debajo del colchón Diego
guardaba un arma, fui por ella…él estaba de espaldas, volteó al escucharme y le
disparé.
—No tienes por qué decir esto a la policía.
—Merece estar muerto ¿es que no entiendes nada?
—Entiendo que estás confundida y no sabes cuánto puedes
lamentarte esto.
Se aleja de la celda. Camina sin voltear más, sin
despedirse. Lulú en silencio lo ve desaparecer. El hombre flaco de lentes y en
traje negro alza los ojos. Javier cruza unas palabras con él. La remitirán al
reclusorio a eso de las nueve de la noche, luego tomarán su declaración, aunque
no se sabe la hora…Javier lo interrumpe y pregunta por la dirección de su hija
y por alguna llave. Sí, aquí tengo a la mano los datos de dónde vivía su hija…
No puedo darle las llaves… El veterinario saca un billete del bolsillo y lo
pone en la mano del hombre.
Cómo sacar a Lulú
Atraviesa la puerta del
restaurante poco antes de la hora acordada. El abogado ya espera en una mesa
del fondo. Javier lo reconoce, se sienta y ordena ron con agua mineral.
Conversa, asiente, luego escucha al abogado, quien a su vez asiente y escucha
también y pregunta. El abogado se pone de pie, intercambian tarjetas
personales. Se comunicará en veinticuatro horas. Javier lo mira salir, paga al mesero
y sale del lugar, le duele el pecho, respira con trabajos, seca el sudor que
recién advierte. Se recompone y pide un taxi. Va al domicilio en donde vivía su
hija.
Baja
del taxi frente a un edificio viejo, ingresa y sube las escaleras, llega hasta
el departamento que suponía asegurado con alguna cinta de plástico: nada. Las
llaves gritan en el bolsillo, las saca, abre la puerta. Olor a podrido, olor de
alfombra mojada, repleta de polvo. Avanza adentro del departamento, da cada
paso con temor y al poco quiere desandarlo. Al fin llega al comedor: una mancha
de sangre en la alfombra. Sigue caminando hasta la única habitación que hay.
Sobre la cama las sábanas en desorden y entre ellas el cocodrilo de peluche. Lo
abraza y retiene contra su pecho. Se recuesta sobre la cama que su hija
compartió con una persona ahora muerta. Piensa que habría podido visitarla
antes, que debió estar a su lado en el entierro de su madre, que debió impedir
el disparo del arma que accionó. Se queda dormido. Lo despierta la llamada al
teléfono, Lo espero en dos horas en el mismo restaurante.
Luego de las investigaciones el abogado informa que hay
una sola posibilidad de librar a su hija del asunto: se necesita mucho dinero.
Javier escucha. Llama a su asistente que tiene acceso a sus números de cuenta.
La instruye para que haga varios depósitos de cantidades considerables, en
diferentes bancos y a diferentes horas. Javier para de hablar y respira, los
labios le sangran, están resecos.
Se montará una escena: el abogado solicitará el cambio de
Lourdes a otro reclusorio para que ahí le tomen su declaración. En el tránsito
de un reclusorio a otro, la camioneta que traslade a Lulú será interceptada por
un comando armado, bajarán a Lulú y la subirán a otro auto para llevarla a una
pista privada de aviones desde donde volará a Luama.
Es muy importante que se mantenga alejado y espere hasta
recibir mi llamada para saber que todo ha salido bien, fue lo último que dijo
el abogado.
Una camioneta más
El abogado espera
afuera del reclusorio. Mira su reloj. Vuelve la vista a la puerta por la que
saldrá Lulú. El calor es intenso y enturbia las imágenes. Se quita los lentes
para quitar el sudor y luego los repone en su sitio.
Lulú atraviesa la puerta de salida, mira a todas partes.
Los agentes apresuran a empujones a Lulú para subir a la camioneta.
Detrás de la camioneta que transporta a Lulú arranca
otra. El abogado sube a su auto y llama al comando para advertirles de esta
segunda camioneta llena de policías.
El
abogado se mantiene cerca. Avanzan hasta el punto de intercepción. Aparece el
comando armado en un auto que le cierra el paso a las camionetas de la policía.
Del auto descienden cinco hombres con cuernos de chivo, detonan sus armas en
contra de los policías de la primera camioneta, ellos disparan también. La
parte trasera de la segunda camioneta se abre, salen cinco agentes que se
colocan rápidamente en posición: disparan. El comando armado resiste el ataque
pero sus hombres disminuyen, los policías son muchos.
Se escucha el rechinar de llantas. El abogado busca a su
alrededor y encuentra a Javier que se acerca a toda velocidad en un Chevrolet
azul. Estrella el auto contra la parte posterior de la segunda camioneta de
policías, pone reversa, arranca, se aleja pocos metros y enviste de nuevo,
golpea a los policías que más puede, al fin un disparo en el pecho: desacelera
el corazón, el auto se apaga. Mientras Javier sangra Lulú sube al auto que se
pierde en la carretera. Javier sonríe. Luego, una bala le cierra los ojos.
La partida
Lourdes pidió al
taxista que se detuviera en el puente que atraviesa el río Nublado. Bajó. Asomó
la cabeza: los cocodrilos nadaban bajo sus pies. Notó a un cocodrilo
golpeándose constantemente en contra de los otros. Está ciego, uno de tantos
que Javier no pudo curar, pensó. Regresó al taxi para seguir su camino. Detrás,
se hacía cada vez más pequeño el hospital en donde trabajaba su padre.
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