Benito
Carmona Grajales
La
obesidad en el alumnado, además de ser un problema de salud en la escuela
secundaria, es una condición que favorece la discriminación, con todo un caudal
de consecuencias negativas que perjudican el avance intelectual y social de los
alumnos. Aunque se habla del derecho a la no discriminación, porque hay normas
que así lo establecen, el problema no es tan sólo legal; por el contrario, se
trata de un problema cultural.
Desde
la niñez, el individuo se va adueñando de una moral ajena a la convivencia
social debido a prejuicios que deterioran su conducta y afectan sus relaciones
humanas. Los descuidos de la familia y de los encargados de la educación caen
en vicios de expresión o en actitudes que lastiman a los que son gorditos, como
se les llama comúnmente a los obesos. Esas actitudes se deben algunas veces a
la ignorancia; pero la mayoría de las veces, a costumbres distorsionadas que se
traducen en actos de mala intención con el afán de ofender.
Si
el problema es cultural; entonces, es culturalmente como debe atacarse. La
escuela debe cumplir con el cometido de no sólo inducir a los alumnos al
aprendizaje de la currícula, sino a la transformación del individuo en una
persona capaz de convivir en armonía con el grueso de la sociedad. Este
problema no ha tenido la atención que requiere, por lo que, ahora que los
valores han desmerecido en atención activa, debemos dejar la pasividad de las
palabras para convertirlas en acciones y así, convencer tanto al profesorado
como a los alumnos de que los hechos en bien de la convivencia será la pauta
para un mundo que busque la superación en todos los ámbitos, incluyendo las
buenas relaciones.
Se deben buscar soluciones de conocimiento y
de experiencia, como contratar personal que sepa y tenga experiencia en estos
asuntos para que imparta talleres, cursos y conferencias tanto al personal
académico como a los alumnos. Posteriormente, implementar otras alternativas
que coadyuven en prácticas de sociabilidad y solidaridad para terminar o, al
menos, amainar la fuerza destructiva de la discriminación.
Empecemos
por tratar de definir el concepto de discriminación de alumnos obesos (aprovecho para aclarar que los términos
alumnos, maestros, padres, niños, entre otros, los usamos de manera genérica,
para que no se crea que es discriminación respecto al sexo). El término
discriminación significa distinguir a una persona de otra. Algo así como
separar del contexto a alguna parte del grupo por alguna diferencia. Para el
caso que nos ocupa es distinguir de manera negativa a los de tendencia obesa
para señalarlos haciendo incómoda su permanencia.
Decimos
que esta tendencia es cultural porque viene desde el hogar y aprendida de los
padres u otros familiares o amigos con los que se convive; es parte de su vida.
Las frases para determinar la diferencia pueden ser desde amables hasta
palabras hirientes y ofensivas; así se podrán referir al “gordito”, pasando por
el “panzón” y “el marrano” hasta otras expresiones más denigrantes y groseras.
Algunas
prácticas que ya tienen tendencia discriminatoria son: La selección para
equipos deportivos, las elecciones para la reina de la fiesta X, en la clase de
educación física, entre otras. Sin embargo, lo peor se da cuando comienza el
acoso, cuando las frases pasan a provocaciones, a burlas, a lo que en nuestros
día le llaman “bullying”. Algunas consecuencias consideradas son el retraso en
las actividades y aprendizajes, el aislamiento, la depresión y muy rara vez el
suicidio, como ha ocurrido en otros lugares.
Decíamos
al principio que el problema radica, por una parte, en la ignorancia. Pocos saben que la
obesidad es una enfermedad cuyo padecimiento puede traer consecuencias fatales.
Fácilmente un obeso puede adquirir enfermedades crónicas como diabetes,
cardiopatías, inflamaciones, cáncer, entre otras. Un niño puede mofarse de su
compañero obeso; pero al paso de los años, si descuida la alimentación pueda
caer en esa enfermedad. Ignora que todos estamos en posibilidad de terminar
gordos. Por lo tanto, no es motivo de burla, sino de cuidado. El niño debe
saber que nuestro país es un pueblo de obesos, que ocupamos el primer lugar en
el mundo y más que sentimientos de discriminación debemos adquirir una cultura
que detenga el avance del mal.
Cuando
se es adolescente o joven el sistema endócrino trabaja de maravilla y el
metabolismo nos mantiene de acuerdo a nuestra genética: Algunos flacos, otros
normales y otros gordos; pero, con el paso del tiempo, y en algunos, desde la
niñez, modificamos nuestra genética a través de una alimentación viciosa y con
toxinas, teniendo como resultados la obesidad y la enfermedad crónica. El niño
que es gordo por su propia naturaleza, pero que se alimenta adecuadamente,
puede estar más sano que aquel que se hace gordo porque descuida su
alimentación y que cuando se consideraba normal discriminaba a sus compañeros.
Cuidado, la vida da vueltas. La rueda de la fortuna a veces nos mantiene
arriba, pero a veces abajo.
Entonces,
la solución a este problema la ubicamos en dos vertientes culturales: donde
circulen los intentos de detener la discriminación en sí y la que nos eduque
para una vida mejor, respecto a la obesidad. Una es puramente social, de
compañerismo y de valores y la otra es de una cultura que se avoque a un nuevo
estilo de vida.
Respecto
a la primera, propongo que se implementen programas de socialización, de
convivencia donde se destaquen los valores de solidaridad, de igualdad y
compañerismo. Que se de esta práctica entre los maestros, entre los alumnos y
¿por qué no? entre alumnos y maestros, incluyendo al personal directivo, que
muy pocas veces se inmiscuyen en estas actividades. En estos proyectos se
pueden incluir juegos, sociogramas, sociodramas, loterías, competencias,
debates, conferencias, encuentros deportivos, visitas a otros centros de trabajo,
ver películas, entre otros, de manera que se provoque la interacción y el
acercamiento social.
Respecto
a la búsqueda de un nuevo estilo de vida, se puede contratar personal
competente para que dé talleres, pláticas y conferencias, con la finalidad de
incrementar la cultura de la salud. En esas prácticas, habrán de convencerse
que el consumir harinas refinadas como el pan dulce y el blanco, las galletas,
las sopas y frituras, propician la obesidad. Aprenderán que el azúcar de los
refrescos y de las aguas azucaradas, aunque sean de sabores naturales, también
aumentan las posibilidades de obesidad e inclusive otras enfermedades. Los
alumnos deben llegar al conocimiento práctico de que al consumir frutas y
verduras diariamente, se asegura un estado de salud muy aceptable. Cuando un
adolescente sabe que estar obeso es problema de todos, tendrá que alejarse de
las prácticas de discriminación y de vicios en su alimentación. La solución es
cultural, por eso, la escuela debe ser el motor que avive el cambio de
conductas. Y para concluir, no se debe olvidar la participación de los padres
de familia; pues pueblo y escuela son un nuevo concepto de comunidad. Si lo
logramos, no sólo haremos desaparecer la discriminación por obesidad, sino que
atacaremos de antemano otros males que aquejan a la sociedad; así nosotros estaremos satisfechos del deber
cumplido.
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