Gilberto
Nieto Aguilar
La
lectura no es la panacea. La panacea es, quizá, la reflexión. Alberto Zavala Orta.
La pregunta parece ociosa y, sin
embargo, tiene su razón de ser. Las creencias de un pueblo establecen toda una
cultura, una forma de pensar y de hacer; una lógica para fortalecer su
idiosincracia, una filosofía de la vida, una manera de concebir la existencia.
Las creencias determinan el mundo que rodea a las personas y a la comunidad
misma, y hoy las costumbres y tradiciones se desvanecen y mezclan con ideas
ajenas, incompletas en su esencia, cuyo origen procede de raíces lejanas.
Lograr cierta libertad de pensamiento es
algo difícil. Las ataduras que lo impiden comienzan al nacer y van
evolucionando conforme crece la persona e intercambia concepciones e
intuiciones de vida con los núcleos humanos cercanos: la familia, el
vecindario, la escuela, los amigos, el macromundo nacional que se presenta al
niño y al ciudadano a través de los medios de comunicación y de las redes
sociales, en algunos momentos con información tendenciosa, en otros con ideas sesgadas que poco ayudan a
desmitificar las falsas creencias.
Estas son las áreas de desarrollo
intelectual de muchas personas, que se apropian de la filosofía popular –a
veces muy realista y maniqueísta–, las tradiciones familiares, los rumores de
quienes les rodean, las notas del periódico del pueblo, los programas
televisivos, todo lo cual es fusionado con migajas dispersas de conocimientos
extraídos de algún libro ocasional o de las remembranzas escolares que, en
varios casos, aparecen como experiencias lejanas y oscuras.
Las creencias individuales o colectivas
influencian el comportamiento y la toma de decisiones. Creencias sobre lo que motiva
o causa algo, por ejemplo, la creatividad de una persona, la mejor forma de
instalar un negocio, las adicciones, perder peso, el carácter, la fatalidad del
destino, algunas enfermedades, los estereotipos y paradigmas, la realidad mágica,
el mal gobierno. “Las creencias sobre las causas generalmente provienen de los
filtros de la experiencia” (Robert Dilts, “Las
creencias”, Urano, Barcelona, 1996).
Las creencias también pueden ser sobre
el significado de las cosas, diríamos, de los acontecimientos, de lo que puede
ser importante o necesario en la existencia de cada quien. Qué significado se
les da a los sucesos más relevantes en la vida de una persona, qué significa la
vida, cómo vale la pena vivirla. Qué significan el éxito y el fracaso, cómo se
les entiende, cómo se les encara. Qué es una forma de gobierno y qué papel
juegan los individuos en él. “Las creencias sobre el significado se traducirán
en comportamientos…” (R. Dilts).
Las creencias sobre la identidad
engloban causa, significado y límites. Se puede cuestionar cuál es la causa por
lo que la gente hace algo o deja de hacerlo; qué significan los comportamientos
humanos; cuáles son los límites personales. Cuando logran cambiarse las
creencias acerca de la propia identidad, la persona se convierte en otra distinta.
Expresiones como “no valgo nada”, “no lo merezco” o “soy Juan Camaney”, entre
otras por el estilo, revelan lo que las personas creen de sí mismos. Una
creencia negativa no ayuda a mejorar la calidad de la persona (R. Dilts, p.
35-37).
Pero en todo esto la verdad no es un
objeto. No es como las estrellas que se admiran en las noches despejadas o como
las flores que adornan la mesa. No podemos tocarla ni admirarla con una
claridad diáfana. La verdad es sólo una cualidad estructural, múltiple cuando
se percibe. La idea que de ella se forma puede convertirse en una creencia
personal, o en la creencia de un pueblo. El proceso de conocer requiere,
entonces, la conexión entre la creencia y los hechos, entre los conceptos y las
experiencias de los sentidos, como diría Albert Einstein (Luis Jorge González,
S.J., “Excelencia personal: valores”,
Ed. Font, Guadalajara, 1992).
Es muy común la ilusión de la evidencia.
La memoria juega bromas pesadas cuando sugiere nombres y fechas, o cuando
reconstruye un hecho; y puede ofrecernos datos equivocados o productos de una
invención que, a la larga, se convierte en creencia. En momentos críticos, el
análisis y la intuición pueden jugar un papel determinante. Y hasta hay quienes
manejan el sentimiento como conocimiento, sin información ni reflexión, lo que
algunos analistas aceptan bajo el supuesto de que las emociones que sentimos
implican un entendimiento particular de las cosas que vivimos (D.N. Perkins, “Las obras de la mente”, FCE, México,
1988).
gilnieto2012@gmail.com
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