Por: Samuel Nepomuceno Limón
Sabido es que las lenguas tienen vida, y si bien cuentan con periodos más o menos amplios en que conservan cierta estabilidad, se encuentran en constante modificación. El idioma español, tan caro a sus hablantes, lingüistas y académicos de la lengua es el producto de una vulgarización del latín, que se vio paulatinamente degenerado y terminó por dar origen a varias de las lenguas conocidas como romances. En la actualidad se observa también que cada cierto tiempo diversos vocablos dejan de ser utilizados, a la vez que algunos neologismos hacen aparición en el habla de algunos sectores de la población.
Una de las funciones de la Real Academia Española de la lengua es brindar reconocimiento, a través de su famoso diccionario y su gramática, a vocablos que han hallado abierta aceptación por grandes sectores de hispanohablantes. No resulta extraño, pues, que por su amplio empleo en diversos países, el diccionario de la Academia reconozca vocablos que hace algunas décadas resultaban impublicables. Reconoce ahora el uso de algunas groserías, si bien desaconseja su empleo.
Es así, por el uso cotidiano del lenguaje, que insensiblemente va cambiando con la aceptación de nuevas palabras y el abandono de otras. Fuera de la Academia, formalmente no hay organismo alguno que funcione como árbitro del lenguaje. Su tarea de otorgar reconocimiento a vocablos que ya están en circulación desde tiempo ha es visto por algunos como algo muy distinto de presentar innovaciones.
En nuestros días se hace cada vez más notorio un movimiento promovido desde el feminismo por señalar y denunciar la predominancia del género masculino en palabras cuyo significado es referido a hombres y mujeres, o incluso a mujeres solamente. Parece de justicia reconocer que varios de los vocablos masculinos no provienen sólo del campo de la gramática, sino de otros como la filosofía. El nombre de la especie humana, por ejemplo, es ‘el hombre’, con la tradicional aceptación de que este término incluye en su sentido tanto a varones como a mujeres. Algunas universidades otorgan el título académico, digamos, de Arquitecto o Ingeniero, con independencia de si el graduado es del sexo masculino o femenino. En la práctica formal, la situación se salva con la inclusión del artículo gramatical correspondiente: la arquitecto, el arquitecto; la ingeniero, el ingeniero.
Hasta la fecha, basta con que en un conjunto de personas haya un solo varón para que al grupo se le dé un tratamiento masculino. Algunas de las personas que denuncian la situación como sexista proponen que el otorgamiento del género sea por mayoría: tratamiento femenino si la proporción mayor es de mujeres; masculino, en su propio caso.
Están saliendo a la luz libros de gente seria enfocados a la crítica por la dominación del género masculino en el lenguaje. Ofrecen una tendencia a la eliminación de esta práctica, por considerarla una expresión de la dominación que durante siglos ha ejercido el hombre sobre la mujer. La obra de Jennifer Coates (2009), Mujeres, hombres y lenguaje; México: Fondo de Cultura Económica es, como lo indica el subtítulo, un acercamiento sociolingüístico a las diferencias de género.
En algunos países, personajes dedicados a la política han optado por mencionar ambos géneros, con lo que el remedio atenta con el principio de economía que ha de caracterizar al lenguaje. Según este principio, se recomienda que si algo que puedes decir con cien palabras puedes decirlo con veinte, prefiere las veinte.
La intención de dejar contentos a todos ha dado lugar a textos farragosos, monótonos, innecesariamente alargados, en los que la abundancia de términos repetidos hace cansada e incómoda la lectura: En la escuela las profesoras y los profesores indican a las niñas y los niños que comuniquen a sus respectivas madres y respectivos padres que el receso por el fin de cursos iniciará el próximo día lunes. En consecuencia, de acuerdo con el calendario escolar, todas las alumnas y todos los alumnos habrán de presentarse en las aulas correspondientes, al término del receso, a la hora de costumbre… ¿Se comprende, lectoras y lectores?
No estamos en condiciones de predecir dónde nos conducirá el movimiento protestador de referencia. Creemos que la eliminación del género masculino seguramente arrancará protestas del lado varonil. Emplear ambos géneros cada vez que al hablante o escribidor se le atraviese un sustantivo, artículo o adjetivo actualmente todavía aplicable a uno y otro grupo tampoco parece viable en la práctica cotidiana, a pesar de que, en aras del cultivo de la propia imagen, algunos políticos lo hacen para quedar bien tanto con ellas como con ellos.
Otro procedimiento que se ha observado para referirse neutramente a unos y otras es el empleo del signo de arroba en sustitución de la letra distintiva, sea ésta la o, la a ó la e. Esta mezcla resulta poco ortodoxa, ya que emplea un signo que no está reconocido como letra, al menos en el idioma español. El resultado es poco estético, a más de que habría que agregar la manera en que el signo nuevo tendría que pronunciarse. ¿Cómo se leería “L@s amig@s”?
La propuesta que echamos al viento es más simple.
Por lo general, el género gramatical masculino emplea los artículos el, los, un, unos, y el femenino, la, las, una, unas. En los sustantivos es frecuente la desinencia en o para el primero, y en a para el segundo.
Proponemos, pues, el empleo de la letra terminal e para aquellos casos en que una palabra haga referencia, al mismo tiempo, tanto a hombres como mujeres, o animales y objetos a los que fueran aplicables, simultáneamente, los géneros masculino y femenino. En palabras que ya terminan en e, como sería el caso de profesores, protestante, adolescente, docente, penitente, ponente, sustentante, votante, salvaje, etcétera simplemente se continuaría distinguiendo el género mediante el artículo correspondiente.
Con el procedimiento propuesto continuarían vigentes los actuales usos del empleo de vocablos específicamente femeninos y específicamente masculinos. Aplicaría sólo en aquellas palabras referidas simultáneamente a ellas y ellos, independientemente de si trata de personas, animales o cosas.
El empleo de la letra e como terminal de sustantivos o artículos ya es común en idiomas como en francés, aunque no con el propósito expreso de nuestra propuesta. De este modo, varias de las nuevas palabras ya no resultarían extrañas para lectores de una amplia cultura.
La idea ofrece algunas ventajas: es congruente, a la vez, tanto con el principio de economía como con el carácter fonético del idioma. Ello implica que no habría dificultades en la pronunciación, pues sencillamente se leería como se escribe. No suprime el género masculino de algunos vocablos en beneficio de su opuesto, sino que agrega una forma genérica aplicable a uno y otro sin preferencias. En el caso de palabras que ya terminan en e, la modificación afectaría sólo al artículo: los profesores, las profesoras, les profesores. Así, los a los artículos conocidos se agregarían los neutros les y unes. Además, visualmente, la letra e se ubica en el orden de las vocales imparcialmente entre la a femenina y la o masculina.
La medida se aplicaría igualmente en aquellas palabras con significado masculino terminadas en a como pediatra, atleta, artista, deportista, etcétera.
La propuesta echada a volar con estas líneas se encuentra dirigida principalmente a les persones que se sienten molestes o agredides por el estatuto del empleo de voces masculinas para referirse a persones, animales u objetos propies del género femenino.
Ante las críticas crecientemente enderezadas en el sentido ya señalado por el presente artículo, se pretende contribuir con el ofrecimiento de una opción que trascienda el plano de la crítica aislada, y constituir, así, un ciclo que completaría a esta última.
Decimos “en alas del viento” dado que, en este ámbito, como ya se expresó arriba, no hay árbitre a la vista.
En fin.
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