lunes, 16 de abril de 2012

Pearl S. Buck: Comprender y vivir la multiculturalidad.


Por: Marcelo Ramírez Ramírez

            Este artículo es un modesto homenaje, con motivo del Día Internacional de la Mujer, a las mujeres que con su ejemplo nos han enseñado en todos los tiempos y lugares de la tierra, el amor a la vida, la solidaridad con los desamparados y el respeto a la dignidad humana.
La pasión de Pearl S. Buck fue escribir y ella encauzó está pasión al objetivo de dar a conocer al mundo la cultura y costumbres de su patria adoptiva: China, conocida en tiempos antiguos como el país del Reino Central, en clara referencia a la ubicación privilegiada que le atribuían sus habitantes. A china llegó Pearl S. Buck muy pequeña con sus padres misioneros. Más tarde se dará cuenta de la paradoja de ir a enseñar a un pueblo de sabiduría milenaria. En cierto sentido muy profundo, continuó la obra de sus progenitores, difundiendo un mensaje universal: la preeminencia de lo humano por encima de las diferencias de raza, cultura, religión u otra cualquiera. Estuvo perfectamente preparada para esa tarea, ya que en sus venas corría la sangre de pueblos diferentes: alemán, francés y holandés, pero sobre todo, por las vivencias de sus años de formación en contacto con una cultura tan distinta de la occidental, de la cual procedía. Su sensibilidad e inteligencia le permitieron comprender las íntimas motivaciones, intereses y valores del pueblo chino. Sus obras reflejan con maestría, a momentos dramática, la vida de sus personajes, tan reales y universales como sólo la literatura puede forjarlos.
Nacida en Virginia, Estados Unidos en 1892 (muere en 1973), Pearl S. Buck tendrá la oportunidad excepcional de participar desde dentro, por así decirlo, en el proceso de modernización del gran país asiático. ¡Con qué fina penetración psicológica, con qué respeto, como quien entra en templo ajeno, nos revela la interioridad de las personas. Sus libros son testimonios llenos de intensidad de vida! Su lectura nos dice cómo era ese mundo lleno de misterios; cómo amaron y cómo odiaron quienes en el vivían; cómo se alegraban y sufrían; sus encuentros y desencuentros. Hechas como la Gran Muralla para defender antiguas concepciones sobre el debido modo de ser y actuar, las tradiciones heredadas generación tras generación, se resistían a dejar su sitio a las fuerzas del cambio. La ruptura con ese orden ancestral, lenta al principio, después más rápida, dio a nuestra escritora la materia prima de sus novelas. 
La Buena Tierra, obra donde se confirma y alcanza madurez deleitosa el estilo narrativo de Pearl, es la radiografía del orden tradicional de la sociedad china, cuyo gran ciclo inicia su ocaso. El lector es introducido a un universo cultural donde las experiencias humanas todavía se reproducen en los moldes de la tradición, si bien se presentan ya signos de rebeldía en aquéllos a quienes llegan los mensajes de las transformaciones que acompañan a la modernidad. China se encuentra a punto de despertar, pero en las áreas rurales ese hecho aún no se percibe. El mundo es como es, ¿cómo podría ser de otra manera?
Pearl recrea las relaciones humanas de esa sociedad que llegó a conocer en sus entresijos más complicados; construye un museo, no de objetos inertes, sino de seres y cosas que nos hablan desde su temporalidad rescatada por la palabra. Pearl despliega su instinto de escritora prestando atención a todo lo distintivo del modo de vida tradicional: el culto a los antepasados, los ritos que acompañan los momentos culminantes de la existencia, la función social de las Casas de Té, donde los hombres se divierten, disfrutan de exquisiteces gastronómicas y adquieren concubinas por un precio tasado de acuerdo a su belleza o aptitud física para los rudos trabajos del hogar. Pero el tema dominante en la novela, como en toda la obra de nuestra escritora es, según ya quedó dicho, la mujer china, relegada a un papel secundario y obligada a esconder sus emociones, porque la mayor virtud femenina es la sumisión, la reserva llevada al hermetismo. En esto radica la dignidad de la mujer china tal como la entendió la tradición.
Ya en su primera novela, cuyo simbólico título es Viento del Este, Viento del Oeste, Pearl S. Buck encara el fenómeno de la interculturalidad con sus ricas y contradictorias implicaciones. Su obra fue una ventana al mundo que nacía y que aún sigue en la fragua, donde habrán de extinguirse, -no sabemos todavía cuándo, ni siquiera si ello es verdaderamente posible-, las tendencias negativas de nuestra naturaleza. En la novela de Pearl, una joven norteamericana se casa con un joven chino descendiente de una casa señorial. Espera ser aceptada por los progenitores de su esposo, de lo cual depende que éste reciba la herencia que le corresponde en su calidad de primogénito. Sin embargo, la tradición pesa demasiado. La Primera Dama será inflexible en su determinación de tener un nieto, engendrado por la mujer a quien se había elegido, conforme a la costumbre de comprometer a los hijos desde la infancia. En este caso, la prometida era la segunda hija de los Li, una importante familia de la ciudad. Lo último que desea la matrona es ver truncado el hilo de la tradición y con un silencio obstinado e intransigente, rechaza a la extranjera. Contrasta con la abierta oposición de la Primera Dama, la actitud socarrona del jefe de familia; hombre de mundo, consumidor de placeres obtenidos de mujeres siempre disponibles, juzga la situación con cinismo superficial. Con doblez propia del individuo frívolo, aparenta benevolencia hacia la extranjera; la trata con despreocupada y calculada ligereza, faltándole el respeto con palabras y actitudes que ella no comprende, pero haciendo concebir en aquélla la esperanza de que finalmente la aceptará. Lo cual, desde luego, no sucede; fiel a su idea del valor de las mujeres como objetos de placer sensual, aconseja al hijo abandonar a la extranjera, después de lo que considera un juego suficientemente prolongado, enviándole mil monedas de plata para despedirla a su país.
Con este hecho, se consuma la ruptura definitiva del primogénito con sus padres. El joven chino renuncia a la herencia y decide iniciar una nueva vida con su esposa y el hijo de ambos. Tras el drama individual del relato, late el drama de las generaciones, una que no acaba de irse y otra que apenas irrumpe, el conflicto resulta de maneras opuestas de ver el mundo y el sentido de la vida.
En la novela de Pearl S. Buck, el relato de la historia lo hace la hermana del primogénito. El gran acierto de la autora es esta elección del personaje que va narrando los hechos, porque nos va revelando, conforme avanza la novela, sutiles cambios de percepción, que finalmente la llevan a modificar su perspectiva de la realidad. Del rechazo casi instintivo hacia la esposa de su hermano, provocado por el color de la piel, de los cabellos; por los ojos que miran con descaro a los hombres; por la estatura, elevada para los estándares chinos; por el tamaño de los pies, demasiado toscos para ser femeninos, pasará al descubrimiento de las cualidades morales de la extranjera: independencia de carácter, autoestima expresada en su porte digno, su devoción sin sumisión al esposo. Todas estas cualidades de la extranjera, le ganaran su afecto y admiración. Por este camino llega a entender los sentimientos de su hermano, cambiando el rechazo inicial en solidaridad profundamente femenina. La elevación a este plano de humanidad, de comprensión por encima de prejuicios ancestrales, se da a través de un proceso difícil en que la dividen sentimientos opuestos. Su mayor contradicción interna es amar a la madre anciana y no poder apoyarla. La Primera Dama morirá apegada a sus convicciones, en un rechazo doloroso al amor del hijo y del nieto, en el cual pudo haberse refugiado y ser feliz.
Casi al final de la novela, la autora expresa lo que puede interpretarse como su esperanza más grande con relación al futuro. Lo hace con las simples palabras de una mujer que, señalando al hijo de otra mujer, dice: “¿Ves tu obra hermana? ¡Con ese nudito ataste dos mundos!”

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