lunes, 16 de abril de 2012

¿ACASO SON MIS ANSIAS SOMNOLIENTAS?

Por: Antonia Rivera Cháidez
Lo vi entrar a la casa funeraria, subiendo la escalinata. !!sí!!, era él, aunque parecía algo más alto; su espalda más precisa.
Me preguntá si acaso lo estaba confundiendo.
Enfoqué mejor la mirada y ví su esclava de oro que jugaba en la muñeca al ritmo de su braceo. Yo sabía que esa esclava tenía una historia.
En realidad mi mente no definía con claridad el contenido de la historia, pero cierto rincón de mi vaga memoria guardaba la imagen de aquel metal trabajado en finos eslabones.
Luego el medio perfil de su rostro sobre el hombro delató con seguridad su esencia.
Mi corazón empezó a latir con pesadez y sofocante arritmia.
Subía el tercer peldaño.
¡Ese traje fino, negro impecable y antiguo como lucían en la fotografía del bisabuelo Tomas!. Su bigote grueso y bien definido cubriendo su labio superior. Pensé que el difunto o difunta al cual despedían ahí era gente adinerada y tal vez muy conservadores.
Brotaron de mi mente las imágenes de acciones, tiempos y lugares donde yo había visto a ese hombre.
Bueno... no sólo visto, también acariciado; tengo tan vivo el recuerdo del aroma de su piel. Si, su piel limpia y húmeda, restregándose a mi cuerpo
¿Qué mas, Lola?. Te quedas mirando al infinito. Te callas en lo más emocionante.
Él seguía subiendo, pisaba el quinto escalón Eugenia,
¿tú crees en el amor?.
Digo, en el amor más allá de las eternidades.
¡Hay Lola!, pues no sé.
Puede que a media eternidad aparezca alguien mejor y bueno; el amor también nace y se muere, aunque a veces sigue una con el mismo mono; por costumbre, por miedo, por necesidad.
Puedo comparar el amor con unos zapatos nuevos; a veces duele amoldarlos a tu pie. Los presumes, los usas, los gastas. Si de veras te gustan o no tienes mas, pues los remiendas, como a veces lo hacemos con el amor.
¡El amor es mágico, Lola!.
Puede encumbrarte, y su ausencia puede sepultarte.
Y ¡cuántas mujeres riegan con lágrimas su propia sepultura!.
Anda sígueme platicando de ese hombre; de ese amor que tenías tan callado.
¡Me tienes emocionada!, ¿dónde lo conociste?.
En mi almohada tibia, en mis ansias nocturnas, en el infinito imaginario de ésta mirada ausente que llora con frecuencia queriendo materializar los sueños; extender mi mano y tocar sus ojos, pasar mi dedo índice por sus labios y sentir que sus brazos me aprisionan contra sí.
Lola querida, toma este pañuelo, sé que tus lágrimas son de emoción porque encontraste al hombre de tus sueños. ¡Te envidio amiga!.
¡ ¡ ¡ Él está muerto Eugenia! ! !.
¿Quieres decir que lo sepultaste en la tumba del olvido?
Ya sé; ahora que aparece, remueve las cenizas.
Antes de pisar el sexto escalón, pareció que sentía mi mirada; adelantó la pisada y volteó a mirarme.
¡ ¡ ¡Dime cómo, Eugenia! ! !, ¿cómo puedo olvidar la profundidad de sus brillantes ojos negros; cómo pozos que absorben mis sentidos, cómo espejos dónde yo podía reconocerme. Sólo en ellos era yo misma; desnuda de ataduras. Dispuesta a ofrecer lo que él me había enseñado.
¡ ¡ Por favor dime cómo ! !.
Si él existe antes que mi conciencia.
Me sonrió y guiñó un ojo.
No me caí porque estaba sostenida en la portezuela de mi coche que ahí había estacionado y me disponía a caminar una cuadra hacia la universidad, cuando un imán me obligó a voltear y ahí estaba él, a pie de escalera; muy seguro de sí y conocedor de mis sentimientos.
Giró de nuevo y siguió escalando.
Yo estaba inmóvil.
Casi terminaba la escalinata cuando intenté gritarle: ¡¡ espera!!, pero mi garganta se negó a emitir sonido alguno.
Respiré profundo.
De golpe cerré la portezuela y empecé a subir.
De pronto me inquieté pensando cómo lo iba a abordar.
¿Qué pensaría él de mí?, ¿qué pretexto usaría para acercármele.
Tal vez él no entendería mi necesidad de verlo, hablarle, tocarlo, pero también me era urgente aclarar tantas cosas.
Seguía subiendo; mis dedos temblorosos se prendieron del pasamanos metálico con ángeles y trompetas.
Dudé si sería bueno presentarme ante él así nada más, vacía de argumentos aunque llena de preguntas.
Pareciera que la vida puso a prueba mi valentía pero éstas alas sofocadas se negaban a subir.
Eugenia, ¿cuántas veces te he platicado mis sueños, dónde éste volcán interno vierte sobre las sábanas mis sentidos mas intensos y esa lava de su volcán provocan incendios en mi cama?.
Y verlo ahí, real, caminando y sonriéndome.
Como podrás entender, yo no podía ignorar su presencia; porque desde siempre me he sentido unida a él; nos hemos conocido tanto.
Pensé que podía ser mi locura pero he amado tanto al hombre de mis sueños. Y si loca he vivido, loca quiero seguir viviendo. Porque de ésta locura se alimenta mi realidad.
Terminé de subir; mis ojos buscaban con discreta ansiedad entre los presentes.
Había pequeños grupos de gente charlando tranquilamente.
Avancé a media sala.
Al fondo había dos mujeres con cara de tristeza junto al ataúd.
Me acerqué; voltearon a verme y una de ellas me sonrió y dijo: ¡que bueno que llegaste!.
La miré. No quise decirle que me estaba confundiendo, tampoco quería ser interrogada.
En ese momento, lo que ansiaba era encontrar a ese hombre de mis tantos sueños.
Volteé a ver el ataúd y consecuentemente su contenido.
¡ ¡ ¡ Ahí estaba mi hombre adentro! ! !, con su traje – fino, antiguo y negro impecable.
Cuánta locura había acumulado en mi cerebro o cuántas ansias de amar reprimidas.
Giré media vuelta para salir.
¡Necesitaba respirar más aire!, pero me topé con la mesita donde tenían una fotografía rodeada de veladoras; ¡¡ahí estaba él, en esa fotografía a – blanco y negro!!.
Era él mismo, él. Lola me asustas, no puede ser, ¿ y luego ?.
Estaba vestido de novio y abrazaba a la novia, ¡¡ era yo, Eugenia !! ; también yo estaba en la fotografía, ahí junto a él.
Yo usaba el vestido de novia de mamá que aún guardo en el armario.
De él brotaba el amor en su mirada; como la verde magia viva se inclina a reverenciar al sol.
Ayer me amó aún dormía, y sus ojos, como dos luciérnagas en la oscuridad encendieron mis motivos.

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