Por: Gilberto Nieto López
Estamos, nuevamente, en un momento histórico clave para nuestras vidas y el rumbo que tomará el país durante los próximos años. Y digo “nuevamente” porque, a pesar de contar con una escasa vida electoral que se remonta únicamente a dos procesos de elección presidencial, hay personas que han votado hasta en diez ocasiones o más tratando de mejorar las expectativas de vida con sólo una acción expedida cada seis años.
Éste proceso electoral, para algunos, no ocasiona atención debido a una falta de representatividad con respecto a los intereses colectivos y la búsqueda del bien común que necesita toda civilización para prevalecer; quizá haga falta algo para verse incluido, algo que los encargados en dirigir –las propuestas– deben considerar.
Tratando de instruir al joven Felipe II de España, el filósofo, humanista y pedagogo Juan Luis Vives expresó, mediante un diálogo entre Flexíbulo y Grinferantes (Diálogos sobre la educación, siglo XVI), que «… no es lo mismo fingir modestia que sentirla. Lo fingido alguna vez se descubre o manifiesta; lo verdadero permanece siempre. Fingiendo modestia, alguna vez en público o en privado harás o dirás inadvertidamente –que no siempre serás dueño de ti mismo– algo conque declares el fingimiento, y cuantos lo conozcan te aborrecerán tanto y aún más cuanto antes te amaran». Estas palabras no sólo pueden adherirse al ámbito electoral inmediato que vivimos sino a nuestras vidas cotidianas, sociales o laborales, porque lo que hagamos –bueno o malo– tiene repercusiones para todos: seres humanos, planeta y naturaleza (Morin, 2003).
Cualquiera que sea nuestro proceder –social, político, laboral, etc.– irremediablemente nos remite a la educación, ya sea formal, de hogar e informal. Pero esta educación está siendo afectada por un sinfín de circunstancias propias y ajenas a nuestra realidad social.
Si arrojamos objetos en la vía pública, con qué calidad moral exigimos a nuestras autoridades que desazolven; si nos cruzamos el semáforo a toda velocidad en ámbar, sabiendo que podemos obstaculizar la vialidad, por qué nos criticamos a nuestras autoridades cuando detienen el tránsito vehicular para pasar; si no regresamos el cambio, cuando la señora del mercado nos da de más, cómo podemos juzgar a nuestras autoridades cuando toman dinero del erario para cuestiones particulares. Tal vez estos ejemplos cotidianos no sirvan para constituir una mudanza social contundente, pero recordemos que los grandes cambios pueden tardar en darse hasta varias generaciones después del detonante, pauta para la cual surge una cuestión ¿en qué generación comenzó, o comenzará, el cambio para nuestro país?
Hay demasiadas cosas buenas en nuestro país. Pero, a veces, lo que dejamos de asumir como responsabilidad sobre pasa los buenos designios de muchos, lo cual deja entre ver que de los propósitos a las acciones hay un enorme trecho. Por tal motivo, hasta qué punto es válido esperar a que un hombre o mujer –candidato– venga a resolver de raíz la problemática nacional, si los problemas de una sociedad multicultural como la nuestra no se solucionarán con decretos, edictos o leyes.
Un par de proverbios chinos dicen que «cuando dos hermanos trabajan juntos, las montañas se convierten en oro», entonces, qué resultados obtendremos cuando todos trabajemos juntos, en un mismo sentido con verdadero compromiso social que alcance beneficios para todos. Pero «antes de iniciar la labor de cambiar al mundo, da tres vueltas por tu propia casa», de manera que comprendamos realmente qué debemos cambiar intrínsecamente para exigir –ya con fundamentos– a los políticos, maestros, profesionistas, amigos y connacionales que luchemos para mejorar las condiciones de vida de nuestro país, que luchemos para cambiar las conciencias y eliminar las barreras que nos tienen varados, ajenos a aquel tan anhelado primer mundo. Si «todos los ríos van al mar, pero éste no se desborda», entonces depende de nosotros forjar el tipo de río que deseamos llegue a ese tan vasto, glorioso y maravilloso mar llamado México.
gnietol@hotmail.com
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