Por: Luis Gerardo Martínez García
Escritores por la Educación, A.C.
A mis amigos y maestros
Gilberto Nieto Aguilar y Avelino Reyes Pech
La escuela le enseña al alumno el concepto de democracia, pero no lo deja participar. Su posición de entidad paternalista y protectora le sirve como barrera. Los alumnos tienen acceso restringido en la toma de decisiones de la escuela. Podría parecer que la escuela teme a la participación de los niños y adolescentes. Y no estoy afirmando que los profesores sean culpables, me parece que en complicidad, los adultos hemos creado esa tendencia: padres de familia, profesores, supervisores, autoridades educativas, profesores y dirigentes sindicales. Todos restringimos la participación del alumno, a la mera repetición de los conceptos (y en el mejor de los casos memorización). Pero la acción no es permitida. Eso evidentemente lo llevan a la indefensión (en su propia formación).
Aunado a esto, podemos afirmar que se está coartando la libertad del alumno. Dijo Savater a Amador: “En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente… Te dirán ¿pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además, falta dinero…” En ese contexto caótico y complejo, la contribución de la escuela a la restricción de la democracia y la libertad es clara.
¿El alumno sólo puede participar en la venta de productos a la hora del recreo, en la venta de boletos para una rifa, en mencionar las efemérides el día lunes en el acto a la bandera? Esa ni es participación, ni es democracia. Es prueba clara de restricción de la libertad. Y así los formamos. El actuar de los adultos en la escuela también puede ser acertado en tanto piense en el alumno como aquel sujeto que se forma en contextos diversificados, adversos y encontrados. En correspondencia con nuestro interés, que él se forme desde una perspectiva ética. El propio Savater escribió “Podemos optar por lo que nos parece bueno (…) De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética…” Culmina Savater.
Si educamos en la escuela con libertad, y democracia como dos de las alternativas de saber vivir (o arte de vivir), podremos enfrentar como reto el actuar éticamente. Sin olvidar que la paz, como categoría, también nos reclama ser pronunciada. Así, entonces, podremos empezar a hablar de la paz. Una categoría a la que le hemos rehuido constantemente. Por asociación, visualizamos Paz con su categoría antagónica, Guerra. Es más, las vemos como algo lejano; en el imaginario colectivo las pensamos en otra dimensión geográfica: Irak, Irán, Israel; y en otro tiempo y espacio: la primera guerra mundial, la segunda guerra mundial, la guerra fría. Sólo que ahora la realidad mexicana (entiéndase también veracruzana) está rebasando la educación escolar; es urgente pensar en la paz, a partir de un clima de guerra en el que vivimos de forma latente. La paz vinculada a la libertad.
El propio Octavio Paz escribió “La libertad no es una filosofía y ni siquiera una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No.” La libertad, insistimos, formará carácter, formará conciencia, formará decisión. Y estas no pueden quedar olvidadas en su pura función mediata, al momento del examen; tienen que ser parte del alumno, de su vida. Recordemos que Paulo Freire decía Educación es praxis.
Si a la fecha democracia, libertad y paz no son parte del lenguaje escolar; empecemos. Enfrentemos la escuela (sus actores directos y secundarios) a lo desconocido. Jorge Volpi afirma en su libro Leer la mente: “Enfrentarse a lo desconocido, en cambio, revitaliza el cerebro: de ahí la relevancia estética de lo incierto –la obra abierta de Eco- o la fascinación que experimentamos por el suspenso, el misterio, el reto”. Imaginemos los rostros de los alumnos (y sus expectativas) al saber que serán parte del grupo que toma decisiones en su escuela; poder votar y ser votado, poder hablar y ser escuchado. Imaginemos a los maestros viendo a sus alumnos como sus pares al momento de diseñar un proyecto o defender un derecho; el maestro tendrá la oportunidad de ver que sus alumnos no memorizan para el examen, más bien, aprenden para la vida. Entonces podremos decir orgullosos, estamos formando los hombres verdaderos, como aquella obra literaria de Carlo Antonio Castro.
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