A lo largo de la historia, el ser humano ha aprendido a amar la sabiduría y el conocimiento,
anhelando cada día obtener respuestas a la multiplicidad de preguntas que se plantea. Esto es la filosofía,
el
preguntarse por
todo lo que vemos, sentimos, olemos, e incluso preguntarse
por lo que sabemos y ya damos por sentado. Pero, ¿por qué surgió la filosofía y por qué cuestionamos todo? Concretamente porque el ser humano
tiene
que
ser
algo más que
una
máquina. Y es que no tiene justificación
vivir en
un mundo sin
preguntarse
siquiera de
dónde viene ese
mundo y de dónde uno mismo.
Actualmente vivimos una época de acelere, de globalización y de consumismo, en
donde de acuerdo a nuestras
responsabilidades
creamos una rutina y tenemos
hábitos permanentes para cumplir con lo que exige la vida y “vivir bien”; pero si apartamos todo eso de
nuestros pensamientos y solo nos detenemos un momento para apreciar lo que está a nuestro alrededor, nos encontramos
ante un mundo desconocido, lleno de enigmas que realmente no podemos comprender. Es en estos
momentos cuando una persona comienza a ser filósofo. ¿De dónde viene el mundo y el universo? ¿Somos finitos o hay vida después de la muerte? ¿Quién es Dios?
¿Quiénes somos? ¿Cómo debemos vivir? Grandes enigmas del universo que
raramente nos detenemos a
pensar.
Para convertirnos en buenos
filósofos lo
único necesario
es la capacidad de
asombro y precisamente de esto surge la filosofía:
del
asombro de los seres
humanos. No es mejor filósofo el que tiene más respuestas,
sino
el que pregunta
más.
Resulta más fácil hacer preguntas filosóficas que contestarlas, y si se encuentra alguna respuesta,
será
la propia, porque no podemos afirmar nada. Lo
maravilloso de la filosofía es
que
aunque tengamos un enigma que no podamos resolver, sabemos que hay una respuesta.
Hay algo dentro de nosotros mismos
que
nos dice que la vida es un misterio, y lo hemos sabido desde antes de pensarlo. Todo es extraño, no sabemos cómo
funciona ni por qué existe lo que existe, pero precisamente es esto lo que nos
humaniza: el cuestionar lo
que
vivimos. Sin
la filosofía no
seríamos humanos.
Tristemente no todas las
personas tienen la pasión y la dicha de interesarse por el
qué
vivimos, incluso a algunas les produce miedo cuestionar todo ya que tienen sus
principios
plantados y prefieren aferrarse a lo cotidiano que el asombro queda en segundo plano. Una razón por la que algunos seres humanos, principalmente
adultos, ya no dudan ni se preguntan por nada es porque ya se han habituado al mundo tal y como es;
ellos han perdido algo. Es interesante cómo un niño que apenas está aprendiendo puede asombrarse
e interesarse por cualquier cosa y
puede tomar como normal
algún evento extraordinario puesto que no sabe lo que
se puede y lo
que
no, lo que está bien
y lo
que está mal. Por ejemplo, si
un hombre comienza a volar, para un niño de 4 años sería un asombro más, un suceso natural,
pero
para una mujer adulta sería escalofriante y quedaría traumada. Pero, ¿por qué
no podemos volar?
Este tipo de cuestiones
pueden considerarse como corrientes pero son las que inician el proceso de filosofar.
Todos los seres humanos tendríamos que aspirar a comportarnos como un niño, asombrarnos por todo y aunque no sepamos las respuestas, vivir felices
de que no
todo
está
resuelto
y que
somos misterio.
Mi preocupación es con las personas que dan el mundo por sentado, porque
significa que no viven realmente.
La
mejor propuesta es una vida activa en donde
podamos volver a despertar. La filosofía en sí no nos hará felices, pero nos ayudará
a vivir de una manera más inteligente: pensar
mejor para vivir mejor y con esto alcanzar la felicidad. La filosofía no solo hace que trabajemos
nuestra razón y
mente, sino que expande nuestra alma tratando de conectarnos con un significado
superior, buscando siempre el sentido de la vida para que valga la pena vivirla,
porque sin esta búsqueda seríamos máquinas programadas y si de algo estoy segura
es
que los seres humanos somos más que una
máquina.
Paulina García
Barna
Hernández
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